Gran Bretaña se asoma al pasado
El cóctel de una crisis global y de problemas propios estructurales es una amenaza muy seria para Londres
Londres
Problemas como la inflación, el coste de la vida y el deterioro de las cadenas de suministros son bastante generales; el de la falta de mano de obra, hasta cierto punto; otros como el endeudamiento público masivo por las ayudas de la pandemia, no tanto (casi nulos para los frugales escandinavos y holandeses, apenas perceptibles para la gigantesca economía estadounidense, severos para la Europa meridional); en el caso británico, a todos ellos hay añadir otros exclusivamente made in Britain como la devaluación de la moneda, la disminución de las importaciones y exportaciones con la Unión Europea, el aumento de los aranceles, la burocracia y las regulaciones en el comercio, la subida de la carga impositiva, el descenso de la inversión tanto interna como extranjera, la bajísima productividad, las perspectivas de crecimiento más bajas del G-7, la virtual congelación de los salarios desde hace década y media, una sanidad y servicios públicos al borde del colapso, una economía excesivamente dependiente del sector financiero, una masiva burbuja inmobiliaria...
La inestabilidad global, la guerra en uno de los graneros del mundo (Ucrania), el embargo parcial al gas y petróleo rusos y el cierre de ciudades chinas son factores muy importantes. Pero el fantasma de los años setenta y ochenta, cuando el Reino Unido era conocido como el enfermo de Europa, ha reaparecido también por culpa de la falta de rumbo de un gobierno populista que al mismo tiempo pide prestadas cantidades ingentes de dinero, le da a la máquina de fabricar libras esterlinas en la Casa de la Moneda y eleva la carga fiscal hasta los niveles más altos en setenta años, una bomba.
Y también por culpa del innombrable, el Brexit, que para los ministros de la Administración Johnson y diputados conservadores es una religión, un dios pagano al que no se le puede atribuir ningún mal porque fue votado democráticamente por los británicos y hacerlo sería pecado mortal. Un mandamiento que,