Criptomarxismo
Spike Lee dirigió y protagonizó el pasado año un spot para Coin Cloud, una empresa de cambio que opera con criptomonedas. Dos cosas la diferencian del resto: su red de más de 5.000 cajeros automáticos repartidos entre EE.UU. y Brasil y que su público objetivo son las minorías marginadas por el sistema financiero actual: “Llevamos la moneda digital a todos”, reza su eslogan.
Lee lo explica muy bien en su spot mientras pasea por Wall Street con un sombrero de Panamá y bastón dorado: “El dinero antiguo no nos levantará; nos empuja hacia abajo, explota y oprime sistemáticamente”. En cambio “el nuevo dinero es positivo, inclusivo, fluido, fuerte y culturalmente rico”. Intercaladas, imágenes de afroamericanos, hispanos, asiáticos, personas no binarias y personas con movilidad reducida. Todo a ritmo de funky y con un lenguaje visual más propio de un youtuber profesional que de un anuncio de servicios financieros, textos sobreimpresionados incluidos.
Hay dos detalles del vídeo que no son menores: 1) los cajeros automáticos que salen en las calles de Nueva York eran de atrezo –las transacciones no eran reales, estaban en modo demo–, y 2) en el minuto 1:09 (de 1:59) Spike Lee dice “haz tu propia búsqueda” mientras aparece el mensaje sobreimpresionado en grande (que me remite inevitablemente a su filme Do the right thing, 1989).
El primer punto tiene una explicación: en el 2014 Coin Cloud había tenido una máquina en Manhattan que cerró un mes escaso después de entrar en funcionamiento por la nueva legislación del estado de Nueva York que obliga a las empresas cripto a tener una licencia de actividades. Coin Cloud no la pagó y dejó de operar en Nueva York.
El segundo punto, a la par de explicación, tiene implicaciones. El mensaje “haz tu propia búsqueda” es una exención de responsabilidades –consulte a su médico o farmacéutico– y es a la vez un aviso a navegantes: si no entiende lo suficiente tiene muchos números de pillarse los dedos. Si lo ponemos en el contexto de su público objetivo –a los que el sistema financiero actual “empuja hacia abajo, explota y oprime sistemáticamente”– y en el de los medios de búsqueda –Google y redes sociales–, la combinación es letal. Si alguien se tomó la molestia de realizar un mínimo de investigación (o sea, Google) se encontró con historias de millonarios a los 20 años, con tecnologías que cambiarán el mundo y restablecerán el balance a la fuerza, y con infinidad de gurús muy jóvenes que te enseñan en YouTube cómo hacerte rico si te apuntas a su curso. Todo aderezado con conceptos arcanos incomprensibles para el común de los mortales: blockchain, criptoassets, NFT, doble gasto, redes distribuidas, descentralización, distribución de la confianza, peer-to-peer…, términos que provienen de la arquitectura de redes, la computación, las matemáticas, la economía, el derecho y si me apuran del marxismo y el anarquismo.
¿Quién lo entendía? Nadie. Pero en realidad tampoco era muy necesario. Cuando salió el anuncio de Spike Lee, en julio del 2021, el bitcoin subía hasta los 42.137 dólares (35.506,70 €) y meses después, el 8 de noviembre, alcanzaba su máximo histórico de 67.582 dólares ( 58.323,78 €). El valor total combinado del mercado de criptomonedas alcanzó ese día los 3 billones de dólares.
Hoy la situación es muy distinta. El mercado ha perdido 1,6 millones de dólares de su valor y ya no hay famosos realizando anuncios de criptovalores (hola, Andrés Iniesta). Jimmy Fallon, Eminem, Snoop Dogg, Neymar o Madonna, que adquirieron NFT de los también famosos monos del Bored Ape Yacht Club –Justin Bieber pagó 1,2 millones de dólares–, han visto cómo se han devaluado notablemente aunque se siguen vendiendo en torno a los 200.000 dólares. Sina Estavi, el empresario iraní que compró el primer tuit (del cofundador Jack Dorsey) por 2,9 millones de dólares hace un año, ha visto cómo no pasaba de los 10.000 en una subasta reciente. Recuerde que un NFT es solo un apunte en un registro público donde dice que un activo digital es suyo: en el caso de los primeros, un dibujo de un mono aburrido, en el caso del último, una captura de un tuit.
Según un estudio de julio del 2021 de la Universidad de Chicago, en EE.UU. la edad media de los inversores en criptomoneda es de 38 años, un 55% no tienen estudios superiores, un 44% son no-blancos y un 41% son mujeres. Un 61% del total había empezado a invertir en los últimos seis meses y destaca poderosamente el escaso 2% que se informó a través de un agente o un asesor. El resto lo hicieron por redes sociales, plataformas de trading o las mismas plataformas de intercambio de criptomonedas.
Sé que tanto inversores como criptolibertarios me acusarán de mirada corta y que me dirán que si miramos su evolución a cinco años, incluso a dos, es muy positiva y que se ha creado valor. Sí, pero. Los que tienen criptovalores desde hace tiempo, bien porque minaran criptomoneda o porque les pagaran en bitcoin cuando no valía nada, saldrán adelante. El problema nunca son los primeros sino los últimos, quienes entraron con la promesa de un mundo mejor, que hasta entonces no se les había tenido en cuenta.
La situación actual del mercado de los criptovalores tiene ciertos paralelismos con la crisis de las hipotecas subprime del 2007 que llevó a la crisis de la burbuja inmobiliaria del 2008 y a la Gran Recesión posterior. Recuerde que las subprime se vendían a “gente a quien el sistema empuja hacia abajo, explota y oprime sistemáticamente”, los cuales compraban productos financieros como quien compra criptovalores que corren sobre cadenas de bloques en sistemas de confianza distribuida, es decir: sin entender nada. Tranquiliza saber que el impacto de una eventual explosión de esta burbuja no tendría las mismas consecuencias sobre el sistema financiero que la de las subprime (no lo digo yo, lo dice Paul Krugman, que tiene un Nobel de Economía). De todas formas, si esto ocurriera –Dios no lo quiera– le daría la razón una vez más a Marx en aquello de que “la historia siempre se repite, primero como una tragedia y después como una farsa”.
“El dinero antiguo no nos levantará; nos empuja hacia abajo, explota y oprime sistemáticamente. El dinero nuevo es positivo, inclusivo, fluido, fuerte y culturalmente rico”
El equipo de mercado secundario de la megagalería David
Zwirner estará detrás del innovador portal Consignments
Sotheby’s lanzaba su Gallery Network para ocupar el espacio de las galerías, mientras que muchas de estas, dedicadas principalmente al mercado primario, como Perrotin en París o Gagosian a través de su advisory en Nueva York, abren, sin complejos, nuevos espacios de secundario para dar el servicio completo a los coleccionistas que quieren venderse parte de sus colecciones. Algo que hasta ahora se hacía con cierto disimulo. En esta línea, recién hemos sabido que el megagalerista David Zwirner ha ideado una nueva herramienta digital, Consignments, para facilitar la captación de obra a la venta en el mercado. Se trata de un portal gratuito que se interesa sobre todo por artistas que no están en la órbita de la galería. Es, en definitiva, un paso más en la voluntad de ocupar el espacio de mercado secundario históricamente reservado a las casas de subasta.