La trampa Latinoamérica
¿Puede Occidente caer también en un círculo vicioso de desigualdad, bajo crecimiento y populismo?
El gran científico y explorador romántico Alexander von Humboldt se embarcó hacia América en 1799. Allí estaría durante cinco años: Venezuela, Cuba, los Andes... y México, que describió como “el país de la desigualdad, en ningún lugar existe diferencia tan temible en la distribución de la fortuna, de la civilización, del cultivo de la tierra y de la población”. Casi un cuarto de milenio más tarde, quizá no describiría el país de manera muy diferente: en el 2014 las fortunas de los cuatro mexicanos más ricos equivalían al 9% de la producción anual del país. Y con tan solo los beneficios anuales que obtiene Carlos Slim, el mexicano más rico, podría contratar a dos millones de compatriotas por el salario mínimo. La situación en la mayoría de América Latina es similar. Los seis individuos más adinerados de Brasil poseen tanta riqueza como la mitad más pobre de la población. Y en ninguna otra región del globo los ricos han controlado durante un siglo una mayor proporción de los ingresos.
Cifras que retratan un abismo más que una brecha social y que han creado un modelo. Tanto, que en el 2019 Martin Wolf escribía en Financial Times que “a medida que algunas sociedades occidentales se han vuelto más latinoamericanas en cuanto a la distribución de los ingresos, también sus políticas se han vuelto más latinoamericanas”. Y ahora Diego Sánchez Ancochea, catedrático de Economía Política del Desarrollo en Oxford, reflexiona en
El coste de la desigualdad sobre en qué ha consistido el modelo latinoamericano, sobre la imposible distribución de ingresos que ha cincelado la situación actual en la mayor parte del continente. Y reflexiona sobre si el mundo occidental puede seguir esa senda y quedar atrapado en un círculo vicioso similar.
El catedrático cree que si queremos comprender por qué nuestras economías no consiguen crecer de forma sostenida y tienen cada vez más problemas para crear empleos de calidad para todos, por qué nuestra política está rota y por qué la confianza social flaquea, solo tenemos que mirar a un continente que lleva tiempo con un abismo social que ha hecho que los ricos carezcan de incentivos para invertir en sectores avanzados porque ya obtienen altos beneficios igualmente, y que no hayan pagado los impuestos para sostener el gasto público social, llevando a una inversión insuficiente en educación. Una desigualdad que ha llevado a la debilidad de las instituciones –a medida que los ricos son más poderosos ejercen más control sobre el sistema político– y al surgimiento de políticas antisistema porque las clases medias y bajas desconfían de los partidos tradicionales. Además, la desigualdad ha provocado niveles elevados de violencia y segregación. Y, una vez se pone en marcha el círculo, es difícil de romper, y crea crisis económicas y políticas periódicas que, señala el autor, ya van al alza en todo el mundo. Pero, subraya, nada es inevitable: entre el 2003 y el 2013, gracias a las políticas de la ola progresista del momento, la mayoría de países de la región mejoró su distribución de ingresos mientras la brecha empeoraba en el resto del mundo.