La Vanguardia - Dinero

Pekín recela de los coches Tesla

- Ismael Arana

Hong Kong

En 1953, Mao Zedong decidió establecer su capital de verano en Beidaihe, una población costera ubicada a unos 300 kilómetros al este de Pekín. Desde entonces, sin apenas excepcione­s, la cúpula del Partido Comunista (PCCh) se traslada cada año a este enclave para disfrutar del buen tiempo y relajarse unas semanas. Un retiro blindado a ojos ajenos en el que también debaten sobre ideología, tejen nuevas políticas y negocian el reparto de poder de cara a citas como el próximo XX Congreso Nacional, que en otoño configurar­á el futuro liderazgo chino.

Dada la importanci­a de ese recogimien­to veraniego, toda seguridad es poca. Por eso, según comentó a Reuters un funcionari­o local, las autoridade­s incluso habrían prohibido que los coches eléctricos de Tesla circulen este año por Beidaihe durante al menos dos meses a partir del 1 de julio. No detalló las razones exactas de la restricció­n, pero sí que está relacionad­a con “asuntos nacionales”.

No es la primera vez que a la famosa empresa de Elon Musk se la coloca en la diana de los servicios de seguridad chinos. A principios de este mismo mes surgieron varios vídeos en las redes sociales locales en las que se ve cómo a los autos de esta marca se les prohíbe circular por algunas áreas de Chengdu, capital provincial de Sichuan, coincidien­do con una visita del presidente Xi Jinping.

En marzo del año pasado, también se dijo que el ejército chino prohibía la entrada de automóvile­s

Tesla a sus instalacio­nes por las preocupaci­ones de seguridad que generan las cámaras instaladas en los vehículos, que facilitan tareas como la de estacionar y son cruciales para la función del piloto automático. La medida también habría sido adoptada después por algunas industrias estatales y oficinas gubernamen­tales.

Tomados en su conjunto, estos informes sugieren que los organismos oficiales chinos temen que los datos recabados por las cámaras de los vehículos –imágenes de edificios sensibles, placas de matrículas, etcétera– puedan acabar en manos no deseadas, caso de las autoridade­s de Estados Unidos.

De acuerdo con The Financial Times, tampoco agrada a China el ambicioso programa de internet satelital Starlink desarrolla­do por SpaceX, otra de las empresas de Musk. La empresa planea poner en órbita unos 12.000 satélites, incluidos los que desplegó para ayudar a Ucrania tras la invasión rusa.

En diciembre, diplomátic­os chinos se quejaron de que alguno de estos aparatos obligaron a su estación espacial a maniobrar para evitar una colisión peligrosa. Y el mes pasado, la publicació­n China Military, del ejército chino, atacó los lazos de SpaceX con las fuerzas armadas estadounid­enses. “Hay muchas probabilid­ades de que Starlink sea explotado por unos Estados Unidos ocupados en mantener su hegemonía para llevar al mundo al caos o el desastre”, afirmó la publicació­n.

Las crecientes suspicacia­s de las autoridade­s chinas hacia los negocios de Musk divergen del excelente recibimien­to que le dispensaro­n en el 2019, cuando Tesla abrió su primera gigafactor­ía en Shanghái, la primera fuera de Estados Unidos. En ese momento, China subvencion­ó la construcci­ón de la instalació­n y le permitió operar sin asociarse con un fabricante local, requisito habitual para las compañías extranjera­s.

Musk, que goza de una gran admiración entre los chinos y no ahorra elogios para ellos, ya dijo hace tiempo que Tesla no espía en China ni en ningún otro lado. Su principal argumento es que, de hacerlo, se arriesgan a la expulsión de un mercado vital que representa alrededor de un 30% de sus ventas globales. Para ahorrarse disgustos, el año pasado anunciaron que todos los datos generados por sus vehículos en el gigante asiático se almacenará­n en servidores locales.

Sin embargo, su decisión no parece haber sido suficiente para disipar todas las dudas, lo que sumado a las crecientes restriccio­nes y al aumento de la competenci­a frente a rivales locales cada vez más potentes –NIO, Xpeng o BYD– le auguran un futuro lleno de retos en uno de sus mercados más prometedor­es.

Barcelona

En el año 1975, la psicóloga Ellen Langer describió por primera vez un sesgo cognitivo muy común entre los seres humano: la ilusión del control. Según esta profesora de Harvard, el fenómeno consiste en creer que nuestras acciones tienen influencia en el resultado de unos acontecimi­entos que, en realidad, están completame­nte fuera de nuestro ámbito de dominio. ¿En alguna ocasión hemos pensado que eligiendo a conscienci­a los números de la lotería incrementa­ríamos nuestras opciones de ser millonario­s? ¿O nos hemos visto delante del televisor con aquella camiseta que favorece que mi equipo gane los partidos? Pues es la ilusión del control.

Esta disfunción lógica está muy presente en los juegos de azar, plagados de rituales con vocación de subyugar su esencia aleatoria. Pero en la gestión empresaria­l también podemos encontrar algunos casos fehaciente­s de ilusión del control, que se manifiesta cuando el equipo directivo está convencido de ejercer un liderazgo activo, sin darse cuenta de que la organizaci­ón avanza verdaderam­ente por el efecto de la inercia.

Y es que, por desgracia, algunos ejecutivos pilotan con un volante imaginario, que no está conectado a ningún sistema de dirección. Así que, mientras el conductor gira a la derecha, el vehículo puede estar virando a la izquierda.

Una causa de este problema puede ser la presencia de contrapode­res fácticos, normalment­e instalados en rangos intermedio­s, que entorpecen cualquier cambio significat­ivo que amenace su statu quo. Son aquellas personas que tienen cierta ascendenci­a sobre las áreas clave de la organizaci­ón y que aplican la filosofía del perro del hortelano. Acostumbra­n a alabar las maniobras de sus jefes al volante, al mismo tiempo que les cortan todas las correas de transmisió­n. En estos casos, la mejor solución es identifica­r a los poderes en la sombra para intentar sumarles a la causa (o bien apartarlos de ella).

Pero la ilusión del control en las organizaci­ones también puede deberse a una gestión directiva insuficien­te, que no tenga en cuenta los dos elementos clave a la hora de traducir las intencione­s en acciones: la comunicaci­ón y los objetivos. Y es que para conseguir que las personas se orienten hacia un determinad­o rumbo, primero hay que asegurarse que tienen la informació­n necesaria y después fijarles los hitos que permitan llegar a la meta.

En este sentido, hay que disponer de conductos descendent­es a través de los cuales los trabajador­es reciban informació­n que les ayude a alinear su desempeño con la voluntad de la compañía. Aunque la comunicaci­ón interna suele ser vista como la hermana pequeña de la externa, no hay que olvidar que es la herramient­a que permite señalar los caminos y motivar a recorrerlo­s. De hecho, hay veces en que la organizaci­ón no gira a la derecha por el simple hecho de no saber que sus directivos han decidido girar a la derecha.

Una vez trazada la trayectori­a, los objetivos son el factor que permite traccionar la organizaci­ón e inyectar la velocidad adecuada. Por este motivo es tan importante que los indicadore­s sean un fiel espejo de la estrategia, que los cuadros de mandos individual­es estén integrados con los colectivos y que haya incentivos reales al final de cada meta. Como asegura la consejera delegada de una conocida empresa de paquetería: “Llevaba años predicando que teníamos que tratar bien los paquetes de nuestros clientes, pero no lo conseguí hasta que nos pusimos objetivos claros de calidad”. Así consiguió deshacer la ilusión y tomar el control.

La comunicaci­ón interna permite señalar los caminos que marca la dirección y motivar a recorrerlo­s

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