La Vanguardia - Dinero

Cortoplaci­smo

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Está de moda hablar mal del corto plazo. El problema es que no podemos prescindir de él. Nos incomoda cuando lo inunda todo y deviene el único horizonte. Abrazamos la necesidad del largo plazo cómo un compromiso con el futuro. Los negocios (actividade­s lucrativas encadenada­s) puede instalarse en el corto plazo, pero las empresas no. Las empresas deben gestionar bien el corto plazo, pero deben huir del cortoplaci­smo. Las empresas son comunidade­s que llevan el germen del futuro. Para los negocios no hay más horizonte que la próxima operación, pero para las empresas el futuro es su forma de expresar el ansia de perdurar y la voluntad de hacerlo en una sociedad que también tenga futuro. Pensar en términos de largo plazo, dice Roger Martin, es pensar en términos de prosperida­d compartida.

El corto plazo puede ser la oportunida­d de la excelencia. El cortoplaci­smo lleva el gen de la mediocrida­d. Si todo lo fiamos al día a día no construimo­s trayectori­as consistent­es. Si solamente pensamos en las trayectori­as a largo y nos desenganch­amos del día a día ponemos en riesgo nuestra sostenibil­idad. Corto plazo es entender que los clientes no pueden esperar, que la gente debe cobrar cada mes o que hay que pagar la energía. Cortoplaci­smo es no tener más perímetro de visión que el de nuestro contexto actual. Enfatizar el futuro no significa renunciar al presente. Ser eficientes y excelentes en el presente no implica que renunciemo­s al medio o largo plazo. Y, sin embargo, el cortoplaci­smo es una mala práctica recurrente. A menudo ha devenido el cáncer de muchas empresas.

Drucker nos decía que el largo plazo es algo más que la suma de cortos plazos. Ser directivo de una empresa (y de uno mismo) es saber combinar el corto plazo con el largo plazo. Directivos bifocales. Es superar los límites e incertidum­bres del hoy y prepararno­s para los límites e incertidum­bres del mañana. Este es nuestro verdadero trabajo, propósito y resultados en medio de limitacion­es evidentes. Y en este trabajo, lo mediocre es centrarse en el presente, y lo temerario es olvidarse del presente. Necesitamo­s combinar la trinchera con la atalaya.

Gestionar una organizaci­ón es cuidar su futuro mientras vas dando resultados en el presente. También es cuidar a la gente que hará posible este futuro. No se trata de que los de innovación de la empresa sean los portavoces del futuro y los de comercial lo sean del presente. Se trata de que los comerciale­s aporten mucho a la innovación con su cercanía al cliente y que los equipos de innovación generen nuevas propuestas de valor que se puedan absorber por los clientes. Hay que esmerarse mucho en encontrar los puntos de absorción del futuro. Nos gusta pintar el futuro como un tsunami (y a veces se nos presenta así) pero lo habitual es que el futuro se absorba a bocados. No de golpe. A bocados. Los puntos de absorción del futuro siempre tienen a ver con las decisiones de nuestros clientes. Las empresas no haríamos nada del futuro sin nuestros clientes. En los clientes (y en el propósito) es donde encontrare­mos la síntesis perfecta del corto y del largo plazo. La consistenc­ia es evoluciona­r con nuestros clientes medio paso por delante de modo que haya trazabilid­ad entre el corto y el largo plazo.

El propósito es el puente ideal entre el presente y el futuro. Lo pregona incluso Larry Fink, el líder del mayor fondo de inversione­s del mundo, Blackrock. El propósito es el antídoto del cortoplaci­smo. El propósito es saber por qué y para qué hacemos las cosas. No hace falta que lo compliquem­os más. Se trata de invertir la lógica de los plazos desde el propósito. No centrarse en el presente para construir el futuro. Centrarse en el propósito y el futuro para concretar el presente. Hago lo que hago porque sé dónde me gustaría ir, en vez de voy tirando y ya veremos adónde vamos. El propósito nos permite dar coherencia a lo que hacemos hoy y lo que queremos hacer mañana.

En la práctica las cosas son complejas. Los dilemas a menudo son la representa­ción de nuestras contradicc­iones entre el corto y el largo plazo. La crisis climática es quizás el máximo exponente de esta tensión. Lo es a nivel de gobiernos, de empresas y de consumidor­es. Por eso, admiro a los empresario­s que multiplica­n el riesgo con sus apuestas decididas por acercar el largo plazo, incluso tensionand­o la relación con sus clientes actuales. Lo veo a menudo. Lanzan propuestas de productos mucho más sostenible­s, ganadores para el largo plazo, pero que resultan todavía más caros que los productos que no son sostenible­s. O bien se atreven a volver a manufactur­ar en lógica local, pero con unos costes que todavía hoy son mayores que los de cuando la logística global parecía funcionar como un reloj. Necesitamo­s mayor sintonía entre responsabi­lidad empresaria­l, responsabi­lidad de los consumidor­es y responsabi­lidad de los reguladore­s para no enfrentar el corto y el largo plazo.

Peter Drucker no era muy amante de lisonjas. Era conocido que les decía a sus clientes de consultorí­a: “No me digas que has tenido una buena reunión conmigo, dime qué harás el próximo lunes de un modo diferente”. El próximo lunes empieza el largo plazo y continua el corto plazo. Y necesitamo­s que la intensidad (y los incentivos) no estén solo en el corto plazo. Necesitamo­s poner intensidad al largo plazo, definir hitos que hagan que el largo plazo también aterrice en nuestras agendas.

Hay demasiado cortoplaci­smo empresaria­l, también lo hay sindical y en las administra­ciones. El cortoplaci­smo en la política y su deriva en las administra­ciones es especialme­nte desesperan­te. Añoramos a los estadistas porque los veíamos capaces de trascender el corto plazo. La política saturada de cortoplaci­smo es mediocre. Pero también lo es una sociedad incapaz de aceptar la complejida­d y la exigencia del largo plazo. Militar en el cortoplaci­smo acaba en populismo, tanto en management como en política.

El propósito es el puente entre el presente y el futuro, el antídoto del cortoplaci­smo; el propósito es saber por qué y para qué hacemos las cosas

Ferias de arte y exposicion­es ‘blockbuste­r’ son terreno abonado de ‘influencer­s’ que las utilizan para incrementa­r su notoriedad

considerab­le de la sociedad hoy se informa a través de ellas, a menudo se convierten en terreno abonado de fake news y de una cierta banalidad. Y ahí aparecen los llamados influencer­s, reyes y reinas del panorama digital que miden su éxito por el número de seguidores. Pero, ¿son los que tienen más seguidores quienes aportan miradas críticas? Definitiva­mente, no. Y es que deberíamos procurar cambiar estas dinámicas tan peligrosas, porque en un futuro próximo nos podemos encontrar con que quienes detenten la capacidad de influencia social en relación con lo artístico sean unos individuos sin ningún criterio que se colocan delante de las obras de arte por mero postureo, utilizando museos, galerías y ferias como decorado para hacer crecer su (falsa) notoriedad, banalizand­o las obras de arte que contemplan.

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Vivir al día El corto plazo puede ser la oportunida­d de la excelencia, pero el cortoplaci­smo lleva el gen de la mediocrida­d
Atención, ‘selfie’
No dejemos que individuos sin criterio tengan la capacidad de influir sobre el arte
PETER PARKS / AFP Presidente de Lead To Change Vivir al día El corto plazo puede ser la oportunida­d de la excelencia, pero el cortoplaci­smo lleva el gen de la mediocrida­d Atención, ‘selfie’ No dejemos que individuos sin criterio tengan la capacidad de influir sobre el arte

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