Lula uno, dos y tres
Un ‘conflicto de distribución’ a la brasileña puso fin a la era dorada lulista vivida entre el 2003 y el 2014
Bajo los dos gobiernos de Lula entre el 2003 y el 2011, el crecimiento anual medio del PIB brasileño fue del 4,5%, el más alto desde los años del milagro económico en los sesenta y setenta. El salario mínimo subía un 5% al año, el desempleo se desplomó, la economía sumergida también, y unos 40 millones de personas salieron de la pobreza.
Los gobiernos Lula 1 y 2 cuadraron muchos círculos. La incorporación de millones de familias de renta baja al mercado de productos básicos, desde televisores hasta neveras y motos, generó un ciclo virtuoso que impulsaba el crecimiento económico. Aunque la aportación de los salarios al PIB brasileño subió del 40% al 45%, la inversión privada creció más del 12% al año. El gasto público subía un 5% al año, pero la deuda del gobierno federal cayó hasta un mínimo histórico inferior al 50% del PIB.
Esta relación sinérgica entre la inversión pública y privada y entre la redistribución de la renta y el crecimiento económico convirtió a Brasil en el modelo latinoamericano más citado de la nueva heterodoxia postneoliberal. Dilma Rousseff, que sustituyó a Lula en la presidencia en el 2011, hablaba de un proyecto rooseveltiano. Pero Brasil recordaba más el éxito occidental de la posguerra. “El crecimiento equitativo en Europa y EE.UU. tras la Segunda Guerra Mundial suele conocerse como la era de oro”, dijo Ricardo Summa, economista de la Universidad Federal de Río de Janeiro. “Con Lula fue una era dorada también, pero muy breve”.
¿Por qué tan breve? Algunos economistas achacan el colapso del modelo en el 2015 –el inicio de un largo estancamiento económico que dura hasta hoy en Brasil– al fin del llamado superciclo de materias primas, que había inflado los precios de productos básicos como el petróleo, la soja y el hierro. De ahí un mayor afán en el actual programa Lula 3 por reducir la dependencia del sector agroindustrial –el mas dinámico de la economía– y revertir la desindustrialización tras una caída de la producción industrial del 36% al 11% del PIB desde 1985.
Hay algún indicio de que Lula pretende repetir el esfuerzo de Rousseff por aliarse con la poderosa Federación Industrial de São Paulo (Fiesp), enfrentada, en teoría, a los bancos y los grandes productores agro. Lula quiere también aprovechar el nuevo bloque de gobiernos de izquierdas –de Bogotá a Buenos Aires– para reconstruir los mercados regionales para la exportación manufacturera. Acaba de anunciarse el relanzamiento del proyecto de integración sudamericana Unasur.
Fuertes presiones políticas, jurídicas y mediáticas forzaron un recorte draconiano de la inversión pública
El contrataque acabó sumando a las clases medias, con grandes manifestaciones contra Lula y Rousseff
Pero para otros economistas el colapso del modelo de crecimiento de los primeros gobiernos de Lula poco tiene que ver con la dependencia de las materias primas. Se trata de un ejemplo clásico del conflicto de distribución –según el concepto del economista keynesiano de entre guerras Michal Kalecki–. El conflicto ocurre cuando las elites empresariales unen fuerzas para revertir las conquistas laborales y sociales aunque estas hayan sido necesarias para garantizar el crecimiento sin crisis de demanda.
En el caso brasileño no hubo huelga de inversión, como en el ejemplo clásico del polaco Kalecki, sino que se ejercieron fuertes presiones políticas, jurídicas y mediáticas que forzaron al Gobierno de Rousseff a cometer una suerte de harakiri: políticas contraproducentes de austeridad y un recorte draconiano de la inversión pública.
El contrataque contaba con “parte de la clase media furiosa por las subidas del coste de servicios como el empleo doméstico”, explica Summa. De ahí las megamanifestaciones en Río y São Paulo a partir de 2013 que exigieron –y lograron– el encarcelamiento de Lula y la destitución de Rousseff.
Para más inri de los desarrollistas confiados en el apoyo del capital industrial al proyecto del PT, un enorme pato hinchable se convirtió en el icono de las manifestaciones. Fue el regalo del Fiesp al movimiento de protesta.l