El precio de la sequía
La falta de agua puede provocar una pérdida del 2,6% del PIB, equivalente a 60.000 millones, y agravar las tensiones inflacionistas
“En abril, aguas mil”, dice la sabiduría popular para reflejar lo que tradicionalmente es un mes lluvioso. Pero no está siendo así, al menos, ni en Catalunya ni en la España seca. Marzo ya fue uno de los meses más secos del siglo y todo hace pensar que estamos entrando en el segundo año consecutivo de sequía. Hasta ahora no se han tomado grandes medidas para paliar la que se nos viene encima, pero afortunadamente parece que se empieza a tomar conciencia de que tenemos un grave problema desde el punto de vista económico y social.
En un país en que cada vez es más urbanita, como es España, la sequía no forma parte de las preocupaciones de los ciudadanos ni del teatrillo de la política, menos aún en un periodo electoral. Hace un año (6/II/2022) publiqué en esta misma página la primera voz de alarma, “la amenaza de la sequía”.
Ya entonces era evidente que la escasez de agua estaba presionando al alza los precios de la cesta de la compra y que se estaban agudizando las tensiones inflacionistas antes de que estallara la guerra de Ucrania a la que se ha echado la culpa de todo. Pero nadie pareció hacer mucho caso al problema. El foco de la actualidad estaba centrado ya entonces en la reforma laboral, el solo sí es sí, pensiones, indultos, malversación…
Pero la realidad es tozuda. Los pantanos han seguido vaciándose. Es cierto que la situación no es homogénea en todo el territorio. En la cornisa cantábrica no es alarmante, si bien en Catalunya y la España seca se han encendido las alarmas. Las reservas hidráulicas para el consumo han caído hasta el 43,11%.
Esto supone 20 puntos por debajo de la media en la última década.
En Catalunya la situación empieza a estar al límite. Actualmente los embalses de las cuencas internas se encuentran al 26% de su capacidad. De hecho, hace 30 meses que no llueve con regularidad. El nivel es tan bajo que los aviones de los bomberos no pueden cargar agua del pantano de Sau, de La Baells y de la Llosa, aunque garantizan que habrá agua para poder apagar los incendios.
De no cambiar la situación, y los pronósticos no son buenos, el problema se va a ir agravando a medida que avancen la temporada veraniega y los incendios. Las reservas hidráulicas totales de la península Ibérica ya se sitúan en el 51,2% de su capacidad, 16 puntos por debajo de la década.
Si este nivel de las reservas hidráulicas llegara a caer al 39% como sucedió en agosto del 2022, el nivel más bajo desde 1995, el impacto para la economía nacional sería un descenso del 2,64% del PIB. Esto equivale a unas pérdidas económicas de 60.422 millones de euros, según el estudio realizado por el departamento de Economía de la Universidad Loyola de Andalucía.
El gran perdedor sería la agricultura, por tratarse del sector más in
España es cada vez más urbanita y la sequía no forma parte de las preocupaciones de los ciudadanos
tensivo en el uso de agua. Pero también se vería afectada la producción de la industria agroalimentaria, cuya caída de ingresos sería muy fuerte, por lo que ya se ha empezado a movilizar pidiendo ayudas y subvenciones, lo que al final se traducirá en una desviación adicional del déficit y de la deuda pública. La disminución de la producción de energía eléctrica hidráulica presionará sobre el precio de la electricidad obligando a utilizar combustibles sólidos. Sin olvidar que todas las industrias que se desarrollan en el ámbito rural están en alerta por los incendios que ya han comenzado con inusitada antelación. A lo que hay que sumar el impacto que pueda tener sobre el turismo la escasez de agua.
Pero al final quien acabará pagando este aumento de tensiones inflacionistas son los consumidores. La escasez de pasto está aumentando las importaciones de Ucrania hasta el punto de que España se ha convertido en el principal beneficiario del corredor humanitario del mar Negro pactado con Rusia. Una situación paradójica si se tiene en cuenta que esto se hizo para evitar una hambruna en el tercer mundo.
El ministro de Agricultura, Luis Planas, ha lanzado un mensaje tranquilizador afirmando que se han incrementado las importaciones de Estados Unidos para complementar las que llegaban de Rusia, claro que a otro precio. La guerra en esto también nos está pasando factura y llevándonos a contradicciones políticas, éticas y morales.
No son buenas noticias para el Gobierno de Pedro Sánchez, al que parece haberle mirado un tuerto: el Filomena, la pandemia, explosión del volcán del Cumbre Vieja, guerra de Ucrania y, por si fuera poco, uno de los años más secos del siglo. Todo se ha ido resolviendo a trancas y barrancas.
Desde hace diez años estamos enzarzados en reformas y cuestiones identitarias sin que se haya abordado la construcción de infraestructuras que nos permitan abordar las consecuencias del cambio climático. Es cierto que en febrero entró en vigor el tercer ciclo del Plan Hidrológico hasta el 2027 con inversiones superiores a 22.800 millones. Pero requiere un consenso social y político que no existe. La realidad es irrefutable: nos estamos quedando sin agua.
El pasado 30 de marzo tuvo lugar, en el auditorio del hospital de Sant Pau, la presentación de mi último libro, 55 años de banca cooperativa. Caja de Ingenieros, una historia de futuro. Escrito en colaboración con Yolanda Blasco, el libro retrata el desarrollo de una entidad financiera con procederes y objetivos sustancialmente distintos a la banca tradicional. Como conclusión general, una idea: las cooperativas de crédito contribuyen a la estabilidad financiera y económica.
En las sociedades anónimas existe un conflicto entre el productor y el consumidor por maximizar sus excedentes, y es a partir de la correlación de fuerzas donde los gestores orientan la empresa con el fin último de maximizar los beneficios. A menudo ocurre que, en aras de satisfacer al accionista, la propensión a caer en praxis de dudosa idoneidad es elevada, y el camino hacia crisis financieras empieza precisamente ahí. Recuerden los desencadenantes de la Gran Recesión o las quiebras de Silicon Valley Bank o Credit Suisse. Unas praxis que normalmente han costado mucho al contribuyente.
Las cooperativas no son empresas pensadas para maximizar el beneficio. Se crean para satisfacer las necesidades de sus socios. Eso está en la raíz de las diferencias conceptuales de la economía social respecto la capitalista. El socio comparte la doble condición de propietario y cliente, por eso no existe el conflicto entre productor y consumidor, y como no existen los accionistas, la gestión no va orientada a revalorizar la acción, sino que se focaliza en dar servicio al socio y en compaginarlo con el bienestar común. Orienta la gestión hacia la prudencia y huye de prácticas especulativas. Por eso no tuvieron que ser rescatadas durante la Gran Recesión. Esta concepción es fuente de ventaja competitiva en un entorno globalizado para unas entidades de reducido tamaño en términos relativos, y es necesario que el regulador comprenda la idiosincrasia de su funcionamiento y las externalidades positivas que generan.
Las cooperativas de crédito actúan en una dinámica inversa a la banca tradicional; la cartera de productos y la gestión de activos y pasivos se orienta en unos preceptos comerciales de acompañamiento y asesoramiento. El sentido de comunidad favorece un crecimiento sostenido; por eso quedan total o parcialmente desligadas del ciclo económico y son fuente de estabilidad financiera para el conjunto del sistema.
Aristóteles, en la Ética a Nicómaco, expuso que cuando el dinero tiene un fin reproductivo en sí mismo es antinatural y crematístico; en cambio, sostuvo que cuando sirve para las necesidades de la comunidad es positivo. Aristóteles situó la oikonomía (origen del concepto economía) como el estudio de la administración de la unidad familiar o hacienda, en contraposición a la chrēmatistiké como disciplina que busca acrecentar la riqueza. Las cooperativas trabajan la oikonomía por encima de la chrēmatistiké, por eso son tan necesarias.
Modelo Las cooperativas no tuvieron que ser rescatadas durante la Gran Recesión porque aportan estabilidad financiera