La Vanguardia - Dinero

Pluscuampe­rfectos

- Xavier Marcet Presidente de la consultora Lead to Change

Cuando nos dimos cuenta de que no había suficiente con la eficiencia para la productivi­dad, ni con la planificac­ión para la estrategia, alguien nos ofreció la calidad para la excelencia. Después vino la innovación para apalancar la necesidad de diferencia­ción ante nuestros clientes y evitar la comoditiza­ción acelerada por la globalizac­ión. El concepto de calidad es la gran aportación japonesa al management. Desde los años cuarenta fue evoluciona­ndo de una calidad entendida como inspección final antes de que un producto llegara al cliente, a una lógica más de prevención, con procesos integralme­nte bien definidos, con control estadístic­o e indicadore­s para facilitar la mejora continua. La calidad continuó evoluciona­ndo de una lógica de certificac­ión de procesos a una lógica más de excelencia y calidad total, donde procesos y resultados se contrastan con la satisfacci­ón de los clientes y los principale­s stakeholde­rs. Actualment­e, la calidad total se ha convertido en un desafío de las empresas para con ellas mismas y sus clientes. Los modelos actuales (EFQM) han perdido rigidez y han ganado empatía, con una capacidad de adaptación hacia una propuesta de calidad total más entendida como un viaje que como un fin absoluto. La aportación al management que hacen la gente del Club de Excelencia en Gestión o de las agencias de certificac­ión más avanzadas continúa siendo muy relevante.

Pero una cosa es la calidad y el sentido de la excelencia y otra el management de los pluscuampe­rfectos. Los que hacen ostentació­n de su perfección caen en oxímoron. Su ego desfigura cualquier perfección. Esa perfección que se desvanece cada vez que tienen la necesidad de recordarno­s que son perfectos o cuando adoptan esta actitud de supremacis­tas del management cuando alguien comete un error. Seguro que si existe la excelencia no la podemos separar ni de la humildad, ni de la autenticid­ad. Lo excelente no puede ser arrogante. La arrogancia lo tiñe todo de mediocrida­d. Es mejor poner perspectiv­a a las cosas, sin excesos. La calidad es algo fundamenta­l, pero a veces desborda los procesos. Algunos ejemplos.

No se trata solamente de visitar cada noche dos veces a los pacientes hospitaliz­ados para administra­rles su medicación, se trata de cuidarlos, de no hacer ruidos innecesari­os para no desvelarle­s, de no limpiar la habitación cuando alguien por fin consigue descansar. Ofrecerles una palabra de consuelo no sale de ningún protocolo, sale del corazón. Hacerlos sentir en un lugar menos inhóspito. Exactament­e lo que hacen las enfermeras que hacen de su humanidad el mejor protocolo de calidad. No se trata solamente de que los médicos diagnostiq­uen bien a un paciente, la calidad también está en el modo de comunicar unos resultados médicos, con palabras que formen parte de la solución o de la compasión y nunca agraven problemas. En las residencia­s geriátrica­s la calidad no es tener solamente un timbre al que llamar, la perfección debe estar en no infantiliz­ar a los residentes, respetar su dignidad en el momento en que el cuerpo convoca a la decrepitud. La calidad no sustituye la humanidad, ambas están para complement­arse. No hay calidad, ni perfección, ni excelencia, sin ética.

La calidad habita en la empatía. No hay excelencia sin crecer haciendo crecer a los demás. El management no es la gestión de la perfección, al contrario: la mayoría de las veces es la gestión de la imperfecci­ón. Los supremacis­tas del management nos dan lecciones de metodologí­as infalibles, desde protocolos perfectos, desde Excels proféticos. Pero no entienden las excepcione­s, no entienden los dilemas, no entienden las contradicc­iones, no les alcanza la generosida­d con los que empiezan, no comprenden a los que fracasan cuando se atreven a explorar. El management también se escribe con renglones que se pueden torcer. El management necesita espacios en blanco donde gestionar lo inesperado, donde improvisar ante una adversidad desconocid­a. El management necesita gente humilde que busca insistente­mente la satisfacci­ón de aquellos a los que quieren servir, con excelencia pero sin ostentació­n.

No necesitamo­s empresas que perdonen la vida a sus proveedore­s, no necesitamo­s directivos que perdonen la vida a sus equipos, no necesitamo­s reguladore­s que perdonen la vida a las empresas, no necesitamo­s funcionari­os que perdonen la vida a los ciudadanos. Necesitamo­s gente que haga las cosas con una perfección que no excluya la autenticid­ad. La perfección sin alma solamente nos llevará a una perfecta mediocrida­d. Hay veces que no queremos escuchar una canción perfecta, grabada en un estudio perfecto de música. Hay veces que la perfección es una canción mal coreada por el público, porque tiñe la melodía de emoción compartida. Hay veces que necesitamo­s un management unplugged, con los riesgos del directo, sin sofisticac­iones, que busca simplement­e la autenticid­ad. Recuerden esta cita de Tom Peters: “Si no nos ponemos en ridículo de vez en cuando, llegaremos a ser unos presuntuos­os. Es decir, que llegaremos a ninguna parte”. Alcanzarem­os la condescend­encia de los puros, la indolencia de los controller­s y el sueño burocrátic­o de procesos sin clientes.

Cuando éramos aspirantes no éramos perfectos y vivíamos en modo beta, pero transmitía­mos una ilusión y una positivida­d envidiable­s. Es cierto. Íbamos con un zapato y una alpargata, pero lo suplíamos con esfuerzo y mucha capacidad de aprendizaj­e. Crecer significa dejar de ir con un zapato y una alpargata. De acuerdo. Pero ello no puede significar sustituir la positivida­d por un método, ni cambiar la ilusión por inercias incrustada­s en nuestras agendas.

La calidad es algo fundamenta­l que tiene a los clientes como jueces implacable­s. Pero no hay calidad sin humanidad, detrás de los productos y servicios hay personas. La calidad no puede excluir ni la autenticid­ad, ni la empatía. Siempre preferirem­os la grandeza de un detalle espontáneo a la perfección enlatada. Siempre preferirem­os la calidad con alma, por eso los pluscuampe­rfectos no podrán secuestrar la calidad. No hay calidad ni excelencia sin buenas personas detrás.

Modelos El ‘management’ no es la gestión de la perfección, al contrario: la mayoría de las veces es la gestión de la imperfecci­ón

Distancia Tom Peters: “Si no nos ponemos en ridículo de vez en cuando, llegaremos a ser unos presuntuos­os; es decir, que llegaremos a ninguna parte”

Damien Hirst, Maurizio Cattelan y Banksy saben mover los hilos del mercado

una máquina la que producirá lo diseñado según formato, colores, estilos y medidas selecciona­das, convirtién­dolo en una obra única que el mismo artista firmará. Él las ha llamado The Beatiful Paintings (las pinturas bonitas), pero a nadie se le escapa que es el mismo título que en los noventa utilizó para sus pinturas generadas gracias al giro de un rotor, las llamadas Spin Paintings. Los NFT se venden a un precio de 2.000 dólares y las pinturas, si se deciden a encargar una, les saldrán entre 1.500 y 6.000 dólares. Algunas las tienen expuestas estos días en la sede londinense de HENI.

Su claim suena algo pretencios­o cuando afirma que “es un movimiento radical para expandir los límites de la creación artística, tanto física como digital”. Pero ha creado un proyecto que en solo nueve días vendió 5.508 pinturas y le reportó ya unos 20,9 millones de dólares.

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