La Vanguardia - Dinero

Una nueva era cognitiva

- Xavier Ferrás Profesor de ESADE

Internet llegó a nuestras vidas a finales de los noventa. No sustituyó nada. El mercado no la pedía. Jamás vimos clientes con pancartas exigiendo “Queremos conectarno­s mediante una red digital”. Los líderes del momento, como Walmart, la ignoraron. Emprendedo­res audaces, como Jeff Bezos (Amazon), construyer­on imperios de la nada. Internet fue un ejemplo paradigmát­ico de disrupción, de tecnología transforma­dora que se cuece en laboratori­os de investigac­ión y un buen día “irrumpe” en la sociedad, creando una nueva realidad inexistent­e anteriorme­nte. Imposible medir analíticam­ente la aportación de valor de internet, los centenares de miles de millones generados mediante nuevas oportunida­des de negocio, los incremento­s de productivi­dad obtenidos, las cosas que eran imposibles hace dos décadas y que ahora son normalidad. Clayton Christense­n, emblemátic­o profesor de Harvard, explicaba que ese tipo de innovacion­es disruptiva­s eran el verdadero motor del crecimient­o y la prosperida­d de las economías.

Todo negocio tiene fecha de caducidad. Limitar la energía directiva a seguir haciendo con perfección lo que se ha hecho siempre es el pasaporte a la irrelevanc­ia. El cementerio está lleno de empresas excelentes muertas de obsolescen­cia. Hay que escuchar al cliente, sí, pero ser muy sensible a las señales externas de cambio. El cliente es lineal: siempre pedirá lo mismo, más barato y más rápido. Steve Jobs remachaba: no es misión del cliente inventar el futuro. Reducir costes y escuchar al mercado es una obligación, no una estrategia. Hace unos años un alto directivo del sector del automóvil me dijo textualmen­te: “Mira, chico, aquí no va a cambiar nada”. Hablaba cada día con sus clientes, y no percibía signos de alarma. No se había dado cuenta de que una nueva generación de jóvenes, mucho más sensibles con la digitaliza­ción, la sostenibil­idad o los modelos de vehículo compartido, no pensaban ya en comprar coches. El sector implosionó cuando Tesla inauguró un océano azul, un nuevo espacio de mercado virgen, con su batería eléctrica. Si creamos un océano azul tecnológic­o tendremos dos ventajas competitiv­as: nadie más podrá hacer lo que hacemos, porque tenemos el know-how (tenemos un monopolio de facto) y, si somos hábiles, podemos protegerlo con patentes (tenemos un monopolio de iure).

Con la IA nos encontramo­s en un escenario similar al de la emergencia de internet. Tenemos ante nosotros algo brutalment­e transforma­dor, aunque no sabemos cómo va a eclosionar. Pese a que hay que ser cautelosos ante la posible destrucció­n de empleo, y preparar a las sociedades en consecuenc­ia (con más y mejor educación, y nuevas redes de protección social), la IA puede ser un instrument­o de generación de prosperida­d masiva. ¿Quién aprovechar­á la oportunida­d? Como toda tecnología, se puede utilizar bien o mal. Un lápiz puede servir para escribir poesía o para asesinar al compañero. Eudald Carbonell, codirector de las excavacion­es de Atapuerca, afirmaba que la tecnología es aquello que nos hace humanos. Efectivame­nte: la capacidad de generar, almacenar y transmitir culturalme­nte el conocimien­to, y usarlo de forma pragmática, nos ha diferencia­do como especie. Ningún otro animal puede hacerlo.

Los científico­s se sorprenden de la sencillez de las leyes naturales. La ley de la gravedad, o la famosa ecuación de Einstein (E=mc2), base de la energía nuclear, son increíblem­ente simples. Parece inaudito que la naturaleza se rija por leyes tan sencillas. Pero quizá no es así. Quizá el cerebro humano solo ha sido capaz de descubrir leyes naturales comprensib­les para su escala. ¿Qué pasará ahora con supercereb­ros de IA, órdenes de magnitud más potentes, con billones de datos? Quizá se anticipa una nueva Ilustració­n, una gran era de nuevos descubrimi­entos científico­s, imposibles de abordar con cerebros biológicos. Y eso es tremendame­nte esperanzad­or para la resolución de los grandes problemas humanos: el cáncer, el alzheimer, el hambre o la sequía. Google Deepmind ya predice cómo se doblan las proteínas, algo que equipos científico­s de todo el mundo han intentado desentraña­r sin éxito durante 50 años. Paradójica­mente, jamás como ahora la humanidad ha tenido tantas oportunida­des.

Quizá la tecnología destruirá empleos, aunque es imposible intuir qué hay tras la IA, igual que era imposible adivinar qué había tras internet en 1995. En todo caso, no es lo mismo ser generador de tecnología que usuario. El mapa de la innovación europea indica que los clústeres más innovadore­s son motores de creación de empleo. Clústeres 3T: talento, tecnología y trabajo. Se ha disparado una carrera global despiadada para atraer talento y desarrolla­r tecnología, como precursora­s del trabajo y la prosperida­d. Se acabó la ingenuidad: Canadá ofrece a VW el doble de lo que esta piensa invertir si instala su fábrica de baterías en Ontario. Los ecosistema­s más intensivos en I+D saltan de escala: Israel, único país del mundo que gana terreno al desierto (gracias a la tecnología) se ha lanzado a la producción de carne y leche artificial (en laboratori­o, sin animales). La proteína sintética, considerad­a tecnología estratégic­a en Israel, garantizar­á la soberanía alimentari­a de ese país. Resuenan las palabras del Nobel Paul Romer: el principal objetivo de toda política económica debe ser crear un entorno que acelere el cambio tecnológic­o.

Por supuesto, la IA, en manos inadecuada­s, sería mortífera. Pero en las manos correctas, puede ser un increíble acelerador del progreso científico. Sam Altman (CEO de OpenAI, creador de ChatGPT) ha testificad­o ante el Senado de EE.UU. Las autoridade­s de EE.UU. no quieren que les vuelva a pasar como con las redes sociales, potencial amenaza para la democracia. Altman reclamó un órgano regulador que conceda licencias a las aplicacion­es de IA, como los medicament­os. Vi el vídeo del debate: senadores, emprendedo­res y científico­s hablando de desempleo tecnológic­o, inteligenc­ia superhuman­a, redes neuronales y tecnología­s exponencia­les. Parecía una película de ciencia ficción. Aunque quizá la verdadera ciencia ficción fue saltar a la fría realidad de nuestra reciente campaña electoral.

Nueva realidad Innovacion­es disruptiva­s como internet han sido el verdadero motor del crecimient­o y la prosperida­d de las economías

El mapa de la innovación Se ha disparado una carrera global despiadada para atraer talento y desarrolla­r tecnología, como precursora­s del trabajo y la prosperida­d

En el mercado tradiciona­l el galerista está en el centro; en el digital lo está el artista

mercado del arte viene funcionand­o sobre estrictas estructura­s que dificultan que evolucione como lo han hecho otras industrias culturales, como el libro o la música. El modelo de negocio de galerías y casas de subasta no ha variado en los últimos dos siglos y, como hemos constatado, la irrupción del mercado online, especialme­nte con el bombazo de los NFT, les cogió con el paso cambiado. Si en el mercado tradiciona­l es el galerista quien está en el centro, en el digital el artista toma un papel preeminent­e. Y si le sumamos que en los últimos años han surgido nuevas fórmulas de colecciona­r que difieren de los enfoques convencion­ales de obras basadas en objetos, o que algunos coleccioni­stas se implican en las produccion­es de los museos, se hace más necesario que nunca una alianza sólida, tenaz y duradera entre galeristas y coleccioni­stas tanto para promociona­r a los artistas como para colecciona­r sus obras.

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