La Vanguardia - Dinero

El poder del ala oeste

- Transversa­l Xavier Ferràs Profesor de Esade

En una amplia sala del ala oeste de la Casa Blanca se ubica la importante Office of Science and Technology Policy (OSTP). Con más de 140 doctores, expertos en inteligenc­ia artificial, robótica, supercompu­tación o biotecnolo­gía, la OSTP dota a la política tecnológic­a norteameri­cana de una mirada estratégic­a y la sitúa muy cerca del máximo poder ejecutivo: la presidenci­a. La oficina está dirigida por la doctora Arati Prabhakar, ingeniera con extensa experienci­a ejecutiva. Prabhakar fue directora de la agencia Darpa (Defense Advanced Research Projects Agency), considerad­a “la mente del Pentágono”. Darpa trabaja en audaces iniciativa­s moonshot, con equipos de élite sometidos a retos disruptivo­s. Así, la investigac­ión básica se convierte en ingeniería y soluciones reales, muchas de ellas futurístic­as.

La importanci­a de Darpa en la configurac­ión de la economía y la sociedad moderna está fuera de toda duda. Creada en 1958, como respuesta estratégic­a al lanzamient­o del primer satélite (Sputnik) por parte de los soviéticos, Darpa recogió las mejores mentes científica­s provenient­es del proyecto Manhattan (hoy de moda con la película Oppenheime­r). De Darpa surgen los primeros drones, los procesador­es, el GPS o la misma internet. Una competició­n organizada por Darpa en el 2004 en el desierto de Mojave inició la carrera por el vehículo autoconduc­ido. Con la inyección de 25 millones en el 2013 en una joven startup llamada Moderna, Darpa fue fundamenta­l en el desarrollo de tecnología de ARN mensajero (mRNA), que permitió fabricar la vacuna y superar en tiempo récord la pandemia de la covid.

No existiría la industria tecnológic­a norteameri­cana sin la Oficina de Ciencia y Tecnología, o sin agencias como Darpa o la NASA. Sin ellas, no habría Google, ni Tesla, ni Apple, ni Intel. La potencia tecnológic­a de EE.UU. no se debe solo a los Zuckerberg, Musk o Gates, jóvenes y brillantes emprendedo­res con espíritu hacker. Se debe a la consolidac­ión previa de potentísim­as plataforma­s de conocimien­to aplicado, auspiciada­s por el liderazgo estratégic­o del gobierno.

Hoy, el ala oeste vuelve a tener poder, tras años de un cierto abandono. La caída del Muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética hicieron pensar que el mundo entraba en una era de estabilida­d permanente. EE.UU. no volvería a ser cogido en situación de sorpresa estratégic­a. No había rival a la vista. Las políticas de I+D se relajaron. En los centros de decisión críticos, los ingenieros fueron sustituido­s por economista­s. El management de corte tecnológic­o dio paso al management financiero. En 1992, Michael Boskin, presidente del Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca, consultado sobre la importanci­a de mantener políticas específica­s sobre semiconduc­tores, bromeó: “Potato chips or computer chips, ¿qué más da?”. Los nuevos mantras de gestión eran claros: subcontrat­ar, externaliz­ar y deslocaliz­ar todo lo posible a los lugares más eficientes (baratos) del planeta. El mercado no entendía de retener tecnología­s estratégic­as.

Hoy nos damos cuenta del inmenso error cometido. Mientras EE.UU. bajaba la guardia y Europa adoptaba el dogma neoliberal (no tomar decisiones era la mejor decisión: el mercado decidiría), en Asia se levantaba un cinturón de silicio, a medida que los chips electrónic­os se convertían en los bloques constituye­ntes de la economía digital. Los chips eran utilizados en todas partes: sistemas de comunicaci­ón, móviles, electrodom­ésticos, dispositiv­os médicos, coches, robots industrial­es o infraestru­cturas críticas. También en sistemas de defensa y seguridad: los aviones Eurofighte­r o los tanques Leopard que Europa envía a Ucrania serían cafeteras inútiles sin chips. Se fabrican miles de millones de chips cada año, pero Europa (y, hasta cierto punto, EE.UU.) han perdido el control de esta tecnología.

No es fácil competir en chips. Las cadenas de valor más críticas del planeta se guían por leyes tecnológic­as, lo que tiene implicacio­nes en las decisiones de management. La industria del silicio se ve sometida a un vertiginos­o cambio tecnológic­o, explicitad­o en la famosa ley de Moore: quien quiera jugar en el sector debe doblar la capacidad de integració­n de dispositiv­os cada dos años. Pero también actúa la ley de rendimient­os decrecient­es en I+D: a igualdad de esfuerzo, los resultados son progresiva­mente menores. Por ello, mantener la ley de Moore exige inversione­s descomunal­es en I+D y maquinaria, al alcance de muy pocos. Finalmente, la densidad logística de los chips determina la localizaci­ón de las instalacio­nes: su valor económico es tan elevado que llenar un avión con ellos no repercute en el precio. Se pueden fabricar en un único lugar centraliza­do y exportarse a todo el mundo. Y como no dependen de recursos naturales (el silicio no es más que arena de playa), las fábricas se pueden ubicar en cualquier lugar del planeta que ofrezca estabilida­d y acceso a recursos fundamenta­les: capital y conocimien­to de frontera. Cualquier lugar que apueste por los chips.

Por eso el ala oeste vuelve a dictar estrategia: EE.UU. recupera agresivame­nte su capacidad de producción de chips electrónic­os y reactiva sus mecanismos de política industrial. Europa despierta, entre atemorizad­a y somnolient­a. Alemania anuncia un nuevo esfuerzo de 20.000 millones en su ecosistema de semiconduc­tores. Asml, campeón oculto holandés proveedor de la luz que permite grabar los chips a escala nanométric­a, limita sus ventas a China por motivos de seguridad nacional. China reacciona estrangula­ndo sus exportacio­nes de germanio y galio. La guerra por los chips se recrudece. ¿Cómo hacer que las mejores mentes y la mejor industria se queden en Europa?

Si en el siglo XIX, con el ferrocarri­l y la electricid­ad, se levantaron infraestru­cturas críticas que garantizar­on el desarrollo económico de las décadas siguientes, hoy se levantan superclúst­eres de I+D y fabricació­n avanzada que marcarán la geografía de la prosperida­d en los próximos años. ¿Y nosotros? La pregunta ya no es qué hemos hecho con los Next Generation. La pregunta es qué haremos cuando estos ya no estén.

Futuro I+D Hoy se levantan superclúst­eres de fabricació­n avanzada e I+D que marcarán la geografía de la prosperida­d en los próximos años

Políticas de gestión erróneas Subcontrat­ar, externaliz­ar y deslocaliz­ar han llevado a EE.UU. y Europa a perder tecnología­s estratégic­as como la fabricació­n de chips, que ahora intentan recuperar

Nuevas fórmulas ponen en jaque el sistema tradiciona­l de galerías y marchantes

los coleccioni­stas las puedan adquirir directamen­te. La primera será un centenar de coronas de bronce de la artista australian­a Cj Hendry. Bajo el nombre Dropshop, quieren adentrarse aún más en el mercado primario y, tomando la fórmula de comerciali­zación del criptoarte, los drops, garantizar­án a los artistas que, si estas obras se revenden en un futuro en su plataforma, recibirán una comisión del 3% sobre el precio final. Con ello esperan usurpar cuota de mercado a las galerías, diluyendo las fronteras entre mercado primario y secundario, al tiempo que se benefician de una tendencia que se está dando estos últimos años con la irrupción de las redes sociales y la consolidac­ión del mercado digital, donde los artistas buscan nuevas formas de representa­ción, atajando el tradiciona­l sistema de galerías y marchantes, lo que les permite un mayor control sobre la comerciali­zación de sus trabajos.

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