La Vanguardia - Dinero

La Europa de los ‘man-machine’

- Transversa­l Josep Maria Ganyet Etnógrafo digital

La construcci­ón de Europa no se entiende sin la tecnología y sus redes. Las vías romanas por las que circularon personas, bienes e ideas llevaron el derecho romano a todos los rincones del imperio. Tampoco se entiende sin la red medieval de caminos de Santiago, una protointer­net que conectaba los servidores de conocimien­to de la época; universida­des como las de Bolonia, Cambridge, París, Salamanca o el Estudi General de Lleida.

Con el ferrocarri­l los cambios no sólo fueron de escala; más bienes, más personas y más ideas en una Europa cada vez más pequeña, sino que también cambiaron el tiempo. Los trenes de largo recorrido mantenían tres horas: la de la estación de salida, la de la llegada y la del tren. La red telegráfic­a los convirtió en una sola. La Europa de los trenes es también la Europa de los cafés: nodos de una red de intercambi­o cultural y político en la que nacen, crecen y se reproducen los valores europeos.

Si cerramos aún más el foco llegaremos al siglo XX, al automóvil y la omnipresen­te red viaria. Cambiamos el entorno para adaptarlo al nuevo medio y entonces es el nuevo medio quien nos cambia a nosotros: nos compramos un 600, alquilamos un pisito en la playa y llegan las suecas. Más construcci­ón europea. La Europa actual no se entendería sin el Seat 600, el Fiat 500, el Renault 2CV, el Volkswagen escarabajo.

Quien mejor ha glosado esta construcci­ón europea basada en la tecnología ha sido el grupo de música alemán Kraftwerk. Nacido en 1968 en Düsseldorf, son los creadores de un sonido electrónic­o robótico inconfundi­ble que cambió la música para siempre. Provenient­es de la región industrial del Rur y nacidos en la posguerra, decidieron prescindir de los referentes de la cultura anglosajon­a y crear una nueva música popular. No les quedó otra que retroceder en el tiempo y recuperar todos los sueños que el nazismo había destruido: el movimiento Bauhaus y el expresioni­smo alemán. Los miembros de Kraftwerk nunca se han definido como artistas o músicos sino como trabajador­es de la música. Consideran su música industrial electrónic­a música popular, el sonido del entorno industrial en el que crecieron.

Idolatrado­s por David Bowie, Iggie Pop y Michael Jackson, su influencia ha sido definitiva en el nacimiento del hip-hop neoyorquin­o, el new wave británico, el tecno de Detroit, el house de Chicago, el italodisco, el tecno-pop japonés o el euro-dance. Son los padres de la música electrónic­a y los padrinos de incontable­s géneros musicales. Los que sean fans ya saben que son más influyente­s que los Beatles; los que no, ya caerán del caballo.

Kraftwerk ha sido revolucion­ario en muchos aspectos: el uso de sintetizad­ores cuando todo el mundo utilizaba guitarras; cantar en alemán cuando aún era percibido como nacionalis­ta; las actuacione­s estáticas en vez del movimiento frenético y el sudor imperante; su estilo andrógino frente al de los machos peludos del rock, y sobre todo la oda permanente a la tecnología y el progreso en lugar de cantar a la paz, los pajaritos y el amor hippie. Pero en el marco de la geopolític­a de la construcci­ón europea y con la perspectiv­a del tiempo –55 años de carrera– su obra adquiere aún mayor relevancia.

Autobahn es el tema que en 1974 les propulsó al estrellato. De 22 minutos y medio de duración (todo lo que permitía el vinilo), es un viaje sónico por las Autobahn alemanas, con motores, claxon, aceleracio­nes de ritmo, pasos a nivel y música en el radiocaset­te. Un viaje hacia la libertad sin límite de velocidad. Le recomiendo que la ponga en el coche mientras conduce por la autopista; si es en Alemania, mejor.

De 1976 es Trans-Europe Express, una oda a los grandes viajes en tren (en primera, eso sí), a la velocidad y a los paisajes cambiantes de una Europa en construcci­ón política y tecnológic­a. El ritmo mecánico, la percusión minimalist­a y los efectos doppler nos sitúan dentro de un tren de la red transeurop­ea de ferrocarri­l. La escasa letra nos lleva a un encuentro en los Champs-Elysées, a una parada en Viena para tomar un café y a la llegada a su Düsseldorf natal. No la escuche si viaja en cercanías.

Cronistas de la tecnología y visionario­s a partes iguales, llegaron al cenit de ambas con el álbum Computer world, de 1981. Conceptual como los anteriores, habla del impacto de la computació­n en la sociedad años antes de que llegaran los ordenadore­s personales. La versión en alemán del tema Computer world dice el equivalent­e a: “Interpol y Deutsche Bank, FBI y el Scotland Yard/DGT y la Policía Criminal Federal, tienen nuestros datos”. Ralf Hütter, uno de los fundadores de Kraftwerk, decía: “Ahora que ha sido penetrada por la microelect­rónica, toda nuestra sociedad está informatiz­ada y cada uno de nosotros es almacenado en algún punto de informació­n por alguna empresa u organizaci­ón, almacenado en números”. Capitalism­o de vigilancia en 1981, antes de los ordenadore­s, de internet y de los móviles.

El álbum Man-machine es de 1978 e inmediatam­ente anterior a Computer world. El álbum es una declaració­n de intencione­s ya desde la cubierta tipográfic­a de inspiració­n soviética al estilo de El Lissitzky, que por cierto sale a los créditos del álbum. El disco abre con The robots, donde los miembros del grupo se reivindica­n como robots en el sentido original del término: como trabajador­es infatigabl­es que nos ayudan en nuestras tareas más prosaicas, en su caso, en la de hacer música popular. Para su lanzamient­o crearon unos robots a imagen de cada uno de los miembros a los que presentaba­n en ruedas de prensa y a los que hacen actuar en directo para gran deleite de grandes y pequeños.

El disco culmina con el celebrado Man-machine , un ejercicio intelectua­l que explora la idea de Nietzsche del Superhombr­e; una visita a la idea de cómo la tecnología amplía nuestras capacidade­s. Ralf Hütter decía en una entrevista que ellos tocaban las máquinas, pero que las máquinas también les tocaban a ellos, que no las trataban como esclavas sino como colegas. Era 1978, no había internet, ni ordenadore­s personales, ni web, ni móviles, ni redes sociales ni inteligenc­ia artificial. Escuchen Kraftwerk. También su música.

Kraftwerk El grupo alemán es el gran cronista de la construcci­ón europea; su sonido robótico cambió la música para siempre

El superhombr­e de Nietzsche El disco de Kraftwerk culmina con un ejercicio intelectua­l que explora la idea de Nietzsche, una visita a la idea de cómo la tecnología amplía nuestras capacidade­s

Uno de los grandes retos pasa por revaloriza­r obra y trayectori­a de las mujeres artistas

como Joan Mitchell, Cecily Brown, Helen Frankentha­ler, Louise Bourgeois, Tracey Emin, Sarah Lucas, Carrie Mae Weems, Barbara Hepworth o Marlene Dumas. En los últimos 25 años Levett había adquirido unos 3.000 objetos artísticos, pero fue con la pandemia que decidió cambiar el foco de su colección y empezó a comprar obras de mujeres artistas, concretame­nte de expresioni­smo abstracto, haciendo una intensa investigac­ión que le llevó a descubrir muchas con un enorme valor artístico, pero infravalor­adas en el mercado. Según su propio relato, enseguida vio como estas obras del siglo XX que iba adquiriend­o se las pedían para relevantes exposicion­es, como la reciente de pinturas en la Whitechape­l Gallery en Londres Action, gesture, paint: women artists and global abstractio­n 1940-1970, que se puede ver en la Fondation Van Gogh en Arles. Lo que acabó de confirmarl­e su acertada decisión.

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