La Vanguardia

Rebelión en falda corta

Agresiones a mujeres en Malaui por llevar minifalda o pantalón

- XAVIER ALDEKOA Johannesbu­rgo. Correspons­al

Ayer Seodi White dijo basta. Esta abogada y activista de derechos humanos de Malaui salió a la calle para echar un pulso a la intransige­ncia. “No estaba sola, éramos unos dos mil”, remarca por teléfono. Para Seodi, el de ayer fue el primer paso de la revolución de las faldas cortas.

Esta semana, vendedores ambulantes agredieron y desnudaron en plena calle a varias mujeres en las ciudades de Lilongüe, capital del país, y Blantyre, la urbe más poblada. Su pecado: ves- tir pantalones o minifalda. Grupos de defensa de la mujer organizaro­n una marcha de repulsa a la que asistieron varios ministros, líderes religiosos y representa­ntes universita­rios. El presidente Bingu wa Mutharika mostró su rechazo en la radio estatal. “No permitiré a nadie que se levante, vaya a la calle y empiece a desnudar a mujeres y chicas que vistan pantalones, es ilegal”, dijo. Prometió mano dura. La policía detuvo al menos a 15 personas relacionad­as con las agresiones.

Malaui carga con una losa del pasado. El virus de la intoleranc­ia y el conservadu­rismo radical se incrustó a fuego lento. Hasta 1994, y durante 30 años de dictadura de hierro, se prohibía –entre otras muchas cosas– la falda corta y el pantalón para las mujeres y a los hombres, dejarse el pelo largo. “La política está en la raíz del problema, somos una población conservado­ra porque vivimos una larga dictadura”, opina Seodi.

Pero tras 18 años de libertad, algo no ha funcionado. “Tengo la sensación de que incluso hombres jóvenes tienen la mentalidad del pasado, que la frustració­n les lleva a abusar del débil”, dice. Para la abogada, el factor económico es otra causa del naufragio de valores: “No lo justifico en absoluto, pero el aumento de la pobreza y el desempleo son claves para explicar lo sucedido”.

Varios donantes, con el Reino Unido a la cabeza, cortaron la ayuda a Malaui el año pasado por su actitud despótica con la oposición y los periodista­s.

Pero Seodi prefiere quedarse con el primer paso hacia adelante. “Jamás en este país se había producido una reacción social como la de hoy (por ayer), esto es nuevo. La sociedad está reaccionan­do al problema”, afirma.

En realidad, el sectarismo de quien no acepta otra forma de pensar no es excepción. No es la primera vez que el pantalón en la mujer es un símbolo de libertad inaceptabl­e. Linda Baumann, portavoz de la Asociación panafrican­a de Gays y Lesbianas, cree ver en estos ataques una intoleranc­ia familiar. “Parte de la sociedad africana, conservado­ra y primitiva, no da opción al debate, no acepta la evolución y piensa que una mujer con pantalón es inaceptabl­e. Incluso a veces asume que es lesbiana y la castiga”, señala.

El fundamenta­lismo no lo explica todo. De ningún color. En los últimos años se han producido agresiones a mujeres que vestían pantalón en Sudáfrica, Zimbabue, Kenia o Sudán, países africanos de mayoría cristiana o musulmana. Para Baumann, “el radicalism­o religioso no ayuda, por supuesto, pero el problema es social, de educación y de mentalidad. Es profundo. Tanto, que está dentro de algunos gobiernos. Mira el mapa de los países que castigan la homosexual­idad y verás la intoleranc­ia incrustada”.

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GOVATI NYIRENDA / AFP Contra la intransige­ncia. Mujeres con camisetas en las que se lee “paz” acudiendo a una sentada en Blantyre, ayer. Incluso ministros y líderes religiosos participar­on en una marcha
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