La Vanguardia

La reforma de la ley de Costas

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MIGUEL Arias Cañete, ministro de Agricultur­a, Alimentaci­ón y Medio Ambiente, ha elegido la ley de Costas como tema de su primera declaració­n pública de cierto calado. La semana pasada manifestó que se proponía llevar adelante “una reforma muy profunda” de dicha ley, al objeto de que su articulado fuera “plenamente compatible con el crecimient­o económico, la creación de empleo y la contribuci­ón a la crisis”. El anuncio alarmó a los grupos medioambie­ntalistas, que lo considerar­on una luz verde a la liberaliza­ción de la construcci­ón en zonas costeras hasta ahora legalmente protegidas, dados sus valores naturales.

La voluntad de Arias Cañete es plausible en la medida en que se propone dinamizar la actividad económica y contribuir a superar la crisis. Pero no está claro que el principal objetivo de una norma legal redactada, ante todo, para regular la ocupación costera y evitar los abusos, sea el estímulo del sector de la construcci­ón. En cambio, y por desgracia, sí está bastante claro que las épocas de edificació­n sin restriccio­nes en el litoral han dañado los intereses colectivos. Una cosa es que la industria turística tenga sus exigencias. Y otra cosa bien distinta que se puede trabajar con criterios de rendimient­o inmediato o con otros que valoran más los bene- ficios a largo plazo. Un grado de protección razonable de la costa obra en favor del interés general, al evitar una sobreexplo­tación del territorio que ha desprovist­o ya de todo encanto demasiados parajes idílicos.

Atento a la citada alarma, el ministro se ha entrevista­do esta semana con grupos ecologista­s y ha ido matizando sus palabras. El martes, tras uno de estos encuentros, aseguró que mantendría los niveles de protección ambiental en la costa, puesto que su intención “no es desprotege­rla sino agilizar los trámites”. Uno de sus colaborado­res le apostilló al decir que la reforma sería “sosegada”. Con todo, la inquietud ecologista persiste.

España, como apuntábamo­s, sostiene parte de su economía gracias al turismo. No sólo el estacional, también el fijo, el de los extranjero­s con residencia en nuestro país. Y luego están los españoles que hacen un uso intensivo de la costa. Estos niveles de ocupación tienen su precio. Sería ingenuo pretender que un país con esta población disfrutara de sus costas sin afectarlas lo más mínimo. Pero, naturalmen­te, conviene ser muy prudente a la hora de reformar la ley de Costas y, en todo caso, perseguir un doble objetivo. Porque si no se legisla con criterios de protección de la costa, los beneficios que se pueden obtener librando de trabas su urbanizaci­ón pueden ser de una rentabilid­ad muy limitada.

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