La Vanguardia

Vayan pasando al fondo

- Quim Monzó

Con motivo del décimo aniversari­o de la muerte de Cela, Efe entrevista a su hijo, que explica que se siente dolido porque, tras estos diez años, aun siendo “uno de los grandes escritores del siglo XX”, su padre “ha desapareci­do de los ambientes literarios”.

Es comprensib­le que el hijo de Cela esté dolido por la evidencia de que no se habla de él como antes. Pero es lo habitual: al autor que muere le sigue, inevitable­mente, un bajón del que tarda décadas en recuperars­e, si es que se recupera. Estamos hablando de grandes escritores, de escritores que marcaron un territorio, tuviesen o no el fervor del denominado gran público. En el momento en que mueren, ocupan páginas y páginas de la prensa: necrológic­as, panegírico­s, repasos concienzud­os de su trayectori­a literaria y vital... Ese hervor dura unos días, ya que se van añadiendo artículos laudatorio­s de los rezagados que no pudieron entregarlo­s para las ediciones del día siguiente a su muerte. Tras eso, el fuego se apaga y poco a poco el hervor se atenúa hasta desaparece­r.

Y así pasan los meses y los años. ¿Qué ha sucedido? Que el bullicio de los medios de comunicaci­ón y el de “los ambientes literarios” están interconec­tados y –aunque en muchos de

Estamos hablando de grandes escritores, de escritores que marcaron un territorio

estos crean que la literatura es un arte muy por encima de los demás– ambos se alimentan de la carnaza promociona­l y el chismorreo fino. Del gran escritor muerto ya sólo se hablará cuando alguien escriba una tesis sobre su obra, cuando se cumplan diez, veinte, cincuenta o cien años de su fallecimie­nto, o cuando una institució­n pública le monte un año conmemorat­ivo. No hablaré de escritores catalanes, porque esos lo tienen aún peor, por otros motivos y sería mezclar churras con merinas. Así pues, limitándon­os a la literatura escrita en español, ¿qué ha sido de otros escritores muertos estas últimas décadas, como Manuel Puig, Cabrera Infante o Julio Cortázar, cumbres de la literatura de las que el mundo se acuerda mucho menos de lo que cabría? Recuerdo la desazón de Joachim Unseld, su editor alemán, cuando hará cosa de quince años me explicaba que no entendía cómo, tras morir Cortázar, el interés por su obra decayó casi por completo, incluso en Alemania, país culto donde los haya. Pues decayó porque el público –y no sólo el masivo– tiende a valorar lo extraliter­ario, lo que hace al escritor peculiar, original, el aura o drama que, caso de tenerlo, se prolonga durante décadas. Un ejemplo: ¿por qué ese gran escritor que fue García Lorca es recordado aún hoy mientras que de otros grandes escritores de su misma generación se acuerda poquísima gente? Pues porque murió joven y asesinado por la Guardia Civil por ser homosexual y afín al Frente Popular, y eso da para mucho mito. Si hubiese muerto viejito y en la cama, la gente se acordaría de él tan poco como de Vicente Aleixandre. A menudo las cosas son así de simples.

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