La Vanguardia

Manuel Fraga, ese museo...

- Gregorio Morán

Nuestra historia contemporá­nea cambia a tal velocidad, que a cada muerto egregio que enterramos deberíamos abrirle un museo. Como los tiempos no están para salas y gastos, propongo que sea virtual. Esto permitiría que cuando se muera un animal político como Manuel Fraga Iribarne se discuta cuánto había de animal y cuánto de político, sin que el personaje se transforme en algo tan irreconoci­ble que te dan ganas de felicitar al muerto. ¡Gracias, don Manuel, por morirse, porque ha ganado mucho! Yo, que le sufrí en vida, no reconozco al personaje en el que se ha transforma­do. Somos los reyes del embalsamam­iento histórico. Acabaremos creando escuela. ¡Taxidermis­tas del mundo, aprended!

Fraga es un museo con dos apartados; el de los errores y el de los horrores. Nunca entendí por qué se lanzó contra el Opus Dei, que era su socio en el Gobierno desde 1962, y consideró que podía derrotarle­s con un asunto como el de Matesa. ¿Echarle un pulso a Carrero Blanco? El poder casi omnímodo que había gozado durante casi siete años le hizo perder el sentido de la realidad. Uno de sus defectos más acusados: la soberbia de su inteligenc­ia. Más llamativa aún, dada la mediocrida­d de sus adversario­s.

No asumió que su padrino era José Solís, el más sabio de los franquista­s, el que le hizo entrar en el Régimen gracias a la Familia, el primer gran cargo de Fraga. Era tan presuntuos­o que pensaba que sus méritos venían de la tradición de Ramiro de Maeztu, y de ensamblarl­o con Carl Schmitt, que acababa de salir del campo de concentrac­ión donde le habían recluido los norteameri­canos por algo peor que ser nazi, por enseñar a los nazis cómo manipular el derecho. Lo presentó él mismo en la sociedad de futuros liberales, que entonces se denominaba Instituto de Estudios Políticos del Movimiento. Nadie recuerda ya aquel Fraga, ofendido y humillado, que vuelve a su cátedra de la Universida­d de Madrid tras el varapalo de su cese en 1969. La rechifla de los estudiante­s, algunos de ellos hoy en el PP, le hizo pedir protección al coronel San Martín, el de los Servicios de Carrero Blanco, el genio luego del 23-F del 81.

Se hizo cervecero. ¡Miserables taxidermis­tas, habéis olvidado al director general de Cervezas El Águila! Carrero Blanco le perdonó, Franco ya no estaba para embelecos, porque el Caudillo a partir de 1970 era anciano sumergido en el mundo ideológico de la cabra de la Legión. Pero Carrero voló y Fraga pasó a ser un valor en alza; entre “don Manuel, el del Futuro en su cabeza” y “Manoliño, el de Villalva”, que encargaba el capón en el legendario mercado navideño. Nacía un nuevo Fraga, embajador en Londres, con bombín, y que hablaba un inglés tan incomprens­ible y apelmazado como el castellano.

¿Cuánto dinero se gastó en él la derecha española? Sin excepcione­s. La de Catalunya, con Santacreu a la cabeza; la vasca, con Olarra; la madrileña con los Fierro y Polanco-santillana, preparando el terreno para el desembarco del Gran Líder de la Reforma. Pero Franco no se moría y nadie se atrevía a matarlo. La creación de El País es impensable sin Fraga; él designará al director, Juan Luis Cebrián. Y las revis- tas, que efímeras y abrillanta­das como la primavera, estaban engrasadas, apoyadas, alimentada­s por Fraga y su gran equipo mediático. El desembarco desde Londres emularía Normandía.

No entendió nada, o más exactament­e se negó a entender, porque tonto no era, pero le cegaba la soberbia. Que Carlos Arias Navarro, primero, y Adolfo Suárez, después, le llevaran del ronzal, le trastornab­a. La formación de Alianza Popular y los Siete Magníficos fue el comienzo de un final largo, a trompicone­s, donde no acertaba con nada. ¿Los quieren jóvenes y del sur? Promovió a Hernández Mancha, gra- cioso como un cantaor por soleares. ¿Quieren mujeres de rompe y rasga? Ahí estaba Isabel Tocino, con tacón alto y medias sin costuras. Cuando le pusieron a Aznar, lo intuyó y le mandaron a casa, a Galicia, donde la gente es tranquila y no se cree lo que dices sino lo que haces, y pronunció aquella frase inolvidabl­e, “aquí no hay tutelas ni tu tías”.

No era capaz de asumir la imposibili­dad de que representa­ra al centro. Jamás sería visto como un político centrista, siempre aparecería como el genuino representa­nte de la derecha. Porque la dere-

Los taxidermis­tas convirtien­do en estadista a quien fue sólo un animal político al servicio del poder

cha era el franquismo, y a él debía su formación, su espíritu, su todo. Constituía­n su galería de horrores, a los que no sólo no renunciaba sino de los que se mostraba orgulloso. Por eso le gustaba tanto al macizo de la raza hispano. Un hombre así, con ese brío, era su líder. Pero además quería ser centrista, convencido de que Franco lo había sido. Y ahí pasamos del error al horror.

No es que defendiera a los torturador­es que destrozaro­n a los modestos y casi anónimos dirigentes mineros asturianos del 62; que lo hizo. Sino que además se burló de sus mujeres, detenidas y rapadas, con frases inolvidabl­es sobre lo mucho que lo merecían. ¿Y Julián Grimau?, ¿qué decimos en estos tiempos de revisionis­mo reaccionar­io? Fue más que un error político, fue un asesinato, cometido en abril de 1963, al que Fraga prestó el aparato de intoxicaci­ón y basura que había creado su cuñado, egregio supervivie­nte de todas las derrotas, Carlos Robles Piquer. Ellos dirán, con razón, que cumplían con su deber de altísimos funcionari­os de un Estado totalitari­o. Pero ¿y el celo?

¿Nadie, en estos momentos de taxidermis­tas, recuerda a Pepe Bergamín? El terror le obligó a buscar asilo en la embajada de Uruguay. El documento contra las torturas. Como país totalitari­o, se castigó a los firmantes. Es verdad que todo ya lo había inventado el anterior ministro de Informació­n y Turismo, inefable Arias-salgado, incluso los Paradores Nacionales, pero fueron Fraga y su cuñado, Robles Piquer, los que convirtier­on el trabajo sucio en brillante operación de Estado. ¿Quién ha olvidado los “XXV Años de Paz”?

Guardo dos momentos estelares del personaje. El primero fue el pregón de Sant Jordi del año 1964. La fiesta del libro tuvo en el ministro Fraga al portavoz más efusivo y brillante. Barcelona entera se inclinó ante aquel talento plurilingü­e. Si reprodujer­a las crónicas, las fotos y los editoriale­s de los diarios catalanes de entonces considerar­ían que estoy provocando. Los Pío Moa de la barretina, esos revisionis­tas del catalanism­o subvencion­ado, aprendería­n mucho si leyeran el mitin de Fraga, y sus citas, y sus datos sobre la producción de libros en catalán. Incluso del autor del discurso, probo personaje de la catalanida­d. Habría que empezar por el ministro Fraga oficiando el Sant Jordi de 1964. Levantar la alfombra y asumirlo.

Y para cerrar, la sesión de Madrid. Fraga y Carrillo. El tongo entre dos aspirantes fracasados que se homenajeab­an a sí mismos, con gran éxito de crítica y público. Yo estuve allí, no me quería perder la escena de Fraga presentand­o, ante la derecha de toda la vida, a Santiago Carrillo Solares, “un comunista de cuidado”, afirmó don Manuel. Eran dos perdedores que se jaleaban mutuamente. Habían perdido la transición, el poder con el que soñaron, y como niños frustrados, allí estaban, en los salones de un lujoso hotel madrileño, explicando a los suyos que la democracia era eso. Aceptaron la Constituci­ón porque no tenían más remedio. La gente ha olvidado los apartados constituci­onales que no aprobaron ni Fraga ni sus avezados magníficos.

Los taxidermis­tas convirtien­do en estadista a quien fue solamente un animal político al servicio del poder. Vitoria, 5 muertos, y otros dos en Montejurra. Un profesiona­l, eso sí, en un país de amateurs. Detrás de Fraga, de su figura, están los secretos, los límites y las frustracio­nes de la transición. ¡Qué felices se han sentido los protagonis­tas con su muerte! Venga, chicos, haced un buen trabajo y dejad al muerto reposando para la eternidad. ¿Se acuerdan de aquella escena de El Padrino, cuando don Vito pide al de pompas fúnebres que le adecente el cadáver del hijo? “Para que lo pueda contemplar su madre”, dice. Como nosotros.

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