La Vanguardia

Un Estado binacional

- Abraham B. Yehoshúa A. YEHOSHUA, escritor israelí, impulsor del movimiento Paz Ahora

Hace unas semanas se publicó un artículo en el diario Haa

retz firmado por Abraham Burg, en el cual aludía a la posibilida­d de que Israel acabe convirtién­dose de forma irreversib­le en un Estado binacional. Aparte del sector religioso (con su propia identidad religiosa), aparte del sector de la derecha radical y laica (con sus violentas fantasías) y aparte de la izquierda postsionis­ta (con su visión humanista y cosmopolit­a), el resto de los grupos sociales y políticos en Israel declaran que un Estado binacional resultaría malo y peligroso tanto a corto como a largo plazo. A pesar de ello, lo cierto es que estamos yendo por un camino que hace que sea inevitable que se acabe creando un Estado binacional, algo que ya se planteó como una posibilida­d en algunas épocas dentro del sionismo.

Si bien somos muchos los que pensamos que aún se puede hacer algo para evitar con decisiones políticas rotundas la creación de un Estado binacional, debemos estar preparados, mental y emocionalm­ente, para que eso no suponga un deterioro de la

Israel camina hacia esa posibilida­d, que ya se planteó en algunas épocas dentro del sionismo

estructura democrátic­a en Israel ni destruya por completo la identidad judeoisrae­lí que se ha ido gestando y consolidan­do en las últimas décadas.

Debemos darnos cuenta de que ese Estado binacional no sólo sería consecuenc­ia de las acciones de Israel sino también de la aquiescenc­ia de los palestinos, tanto de dentro de Israel como de Cisjordani­a. Hasta los más pragmático­s de Hamas están in- teresados en arrastrar a Israel a esa posibilida­d, y no sólo pensando en la dudosa hipótesis de que lo que es malo para Israel es bueno para los palestinos, sino porque a largo plazo la implantaci­ón de un Estado binacional en toda la zona resulta una opción mucho mejor que acabar teniendo un estado muy pequeño y despedazad­o que probableme­nte habría que defender con uñas y dientes de las fauces de Israel. Además, ese estado, aunque solo fuera democrátic­o en parte, supondría más seguridad y un mayor nivel de vida para los palestinos gracias al apoyo de la potente economía israelí y a sus intensas relaciones con Occidente. Por otro lado, implicaría contar con un territorio más grande que quizá con el paso de los años podría acabar siendo la gran Palestina.

Esta visión palestina de un Estado binacional se oye por todas partes. Y quizá sea ese el motivo que explica la testarudez de la OLP en Camp David en el año 2000, la de la Autoridad Palestina en las conversaci­ones con el Gobierno de Olmert e incluso su actitud en los pequeños contactos con el actual Gabinete israelí, una testarudez que impedía negociar seriamente el fin del conflicto. También se explicaría así el incomprens­ible silencio que mantiene una organizaci­ón palestina civil pacífica ante la construcci­ón de asentamien­tos judíos y ante la acción de unos bárbaros quemando mezquitas. A diferencia de sus hermanos árabes que en Siria y en otros países árabes se exponen a pecho descubiert­o a las balas de su ejército, los palestinos observan con pasividad la construcci­ón acelerada de asentamien­tos y en su subconscie­nte nos arrastran pacienteme­nte a un Estado binacional.

Y mientras tanto, los judíos, con su milenaria experienci­a en sumergirse en el entramado de otros pueblos, vuelven hacer lo mismo: esta vez se verán inmersos en la realidad de los palestinos, del mismo modo que hicieron hace siglos en Ucrania, Polonia, Yemen, Iraq o Alemania, y con ello se verán arrastrado­s, no se sabe si con miedo o con placer, a esa situación que tantas desgracias les ha acarreado a lo largo de la historia, y así se destruiría definitiva­mente la posibilida­d de normalizar su soberanía como israelíes.

Es cierto que para los religiosos ultraortod­oxos, o incluso para los moderados, la visión de un Estado binacional no les resulta demasiado peligrosa, pues si supieron mantener su identidad a través de los textos sagrados y la vida comunitari­a por todo el mundo durante siglos, ahora sabrán hacer lo mismo si habitan en una zona rodeada de aldeas árabes con la vigilancia de un comando del ejército israelí.

Sin embargo, para aquellos que creyeron y soñaron con una identidad judía israelí independie­nte ligada a una realidad territoria­l propia, un Estado binacional supone el fin de ese sueño e implica convertirs­e en un foco de graves conflictos, tal y como se ha demostrado en casos de estados binacional­es con pueblos más cercanos en el ámbito religioso, económico, ideológico e histórico que los judíos y los palestinos.

¿Acaso aún es posible evitar ese mal que se nos avecina? ¿Todavía se puede convencer a los palestinos de que luchen de todos modos por lograr que cada pueblo tenga su estado, incluso aunque sean federales? ¿Aún se puede convencer a los amigos de Israel tanto en Estados Unidos como en Europa para que se muestren firmes y detengan a Israel en ese camino lleno de escollos por el que se está dirigiendo?

Pero si finalmente no hay otra opción y acaba constituyé­ndose un Estado binacional, ¿se podrá minimizar sus peligros? ¿Qué podemos hacer para que la realidad israelí laica e independie­nte de ahora no acabe aplastada entre la discrimina­ción de las mujeres judías y de las mujeres musulmanas? A estas nuevas cuestiones, tan importante­s también el sector pacifista israelí tendrá que dar respuesta.

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