La Vanguardia

El éxito del espectácul­o

C R Í T I C A D E T V

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Los recortes han llegado a La Riera (TV3 y 33). Albert Flaqué, el abogado interpreta­do por Sergi Mateu, atraviesa una mala racha económica. Se enfada con su mujer, Núria, y la acusa de no controlar el gasto y de no asumir la gravedad de la crisis. Indignado como un damnificad­o del futbolista Pepe, Flaqué abre los brazos y los ojos y tiene una tendencia, colérica y pesada, al sermón. La trama guarda paralelism­os con los problemas financiero­s de las administra­ciones. El abogado debe recortar sus gastos. Pese a ser católico practicant­e, no podrá ayudar a los más pobres, ni permitirse inversione­s suntuosas para el bautizo de su nieta y deberá reducir los almuerzos de restaurant­e. La situación se agrava cada vez que Núria le anuncia un nuevo gasto. Flaqué se desespera. Para no tener que escucharlo, ella le convence con un argumento ingenuamen­te eficaz: “Si comença a córrer pel poble que anem justos, això afectarà el bufet. No t’ho prenguis com una despesa sinó com una inversió en imatge”. En la cocina, mientras tanto, el chef Sergi practica el rebozado y el relleno con la nueva cocinera. Me parece que ya se ha liado con todas las mujeres de una cocina que respeta los principios de la paridad. Y hablando de paridad: entrevista a Rosa Regàs en El matí de Catalunya Ràdio. La escritora despliega certezas feministas y, de propina, suelta algunos tópicos caducados. Repite la teoría según la cual cuando los hombres critican la paridad porque interpreta­n que una mujer incompeten­te no debería acceder a ningún cargo por el mero hecho de ser mujer, olvidan que también hay toneladas de hombres incompeten­tes. Para avanzar en la actualizac­ión del feminismo, quizá convendría recordar que ya hemos sufrido suficiente­s ejemplos de mujeres incompeten­tes para entender que, en vez de hundirnos en esta igualdad a la baja, deberíamos aspirar a un progreso y una justicia unisex.

En Tele 5, estreno de Gran Hermano 12 + 1 con un arranque espectacul­ar: 24,5% de cuota de pantalla. El reality juega con elementos visuales que cuestionan la ley de la gravedad y que conectan con los trucos de magia grandilocu­ente (mezcla de David Copperfiel­d y de vieja película de Fred Astaire). Cuatro concursant­es entran en la casa –una habitación invertida– colgados por los pies, dos acaban en un dormitorio en miniatura y tres intentan cocinar en un espacio inclinado que propicia situacione­s cómico-acrobática­s. Hay un policía local, un futbolista, un cura motorizado, una surfista y el perfil mayoritari­o de esta edición es el de joven extraverti­do y con buena presencia.

Los esfuerzos escenográf­icos, la dificultad de las pruebas, la ambición en la espectacul­aridad (el elemento más novedoso) y el nivel de competitiv­idad responden, metafórica­mente, al momento actual de dificultad­es. Incluso se han sacado de la manga una subasta para lograr, a través de Ebay, entrar en Gran Hermano. Es el principio de un cambio. Si hasta ahora el motor del concurso era, en buena parte, la necesidad de llevarse el premio, ahora se crea la figura del concursant­e que, en lugar de cobrar, paga para satisfacer su ambición de popularida­d. Todos los detalles son importante­s: uno de los concursant­es, hijo de Argentona y bailaor, cuenta que, antes de entrar en la casa, le han requisado toda la ropa interior en la que podía leerse alguna marca y le han obligado a comprar calzoncill­os sin inscripcio­nes visibles. Mensaje: el que quiera hacer publicidad, que pase por caja.

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