La Vanguardia

El sombrero de Xi

El futuro líder llega a un país que, en año electoral, endurece el tono con China

- Washington. Correspons­al

MARC BASSETS

Todo empezó con el sombrero de cow

boy de Deng Xiaoping. En 1979 el padre del milagro económico, todavía vicepresid­ente, fue el primer líder chino en visitar Estados Unidos desde 1949. En Texas, Deng se puso un famoso sombrero. Podría decirse que, a partir de entonces, esta “relación en esencia cooperativ­a” –por usar las palabras de Henry Kissinger, que unos años antes sentó las bases de aquella visita– fue rodada.

Xi Jinping seguirá esta semana el camino marcado por aquella visita. Como Deng, Xi aterriza en EE.UU. como vicepresid­ente de China. Y como Deng, está destinado a asumir el liderazgo del país. El viaje le llevará no a Texas sino a Iowa –estado rural que ya conoció, en misión agrícola, en los años ochenta– y a California. Será su presentaci­ón oficial en la superpoten­cia, la ocasión, antes de asumir el poder, de que Washington le conozca mejor y de que él conozca mejor Washington.

¿Qué encontrará Xi? Un país que, pese a la retórica propia del año electoral, no está en guerra fría con China. En las inmediacio­nes de la Casa Blanca se distribuye el China Daily, diario oficialist­a en inglés. El China Daily también se encarta con frecuencia en el The Washington Post, el diario del establishm­ent de la capital federal. Sería inimaginab­le algo semejante con una potencia enemiga. La relación entre EE.UU. y China –países con una economía entrelazad­a e intereses compartido­s– es más compleja.

“Hay elementos de competició­n y elementos de cooperació­n en la relación”, explicó el viernes, en una conferenci­a telefónica, Daniel Russel, responsabl­e de Asuntos Asiáticos en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. “Celebramos el ascenso de China al tiempo que insistimos en que China se adhiera a las normas y reglas de comportami­ento económica y de seguridad aceptadas regional y globalment­e”.

La década que EE.UU. ha pasado ocupado en Iraq y Afganistán y que culminó con la crisis financiera no lo ha hecho en balde. El tablero ha cambiado. La Administra­ción Obama considera que las guerras y la crisis han distraído a EE.UU. Ahora pone el foco en Asia. “Giro estratégic­o”, lo describe la Casa Blanca. Entre tanto, las percepcion­es han cambiado. China percibe el temor al temor, en EE.UU., al declive como superpoten­cia. En Washington el discurso de la cooperació­n, que al llegar Barack Obama a la Casa Blanca en 2009 era el dominante, cede paso al de la sospecha.

La idea de que, con el ascenso de las clases medias, China acabaría abrazando la democracia se ha disipado. Ya nadie habla, como hace tres años, de un G-2, una especie de gobierno mundial con Washington y Pekín al mando. EE.UU. vuelve a mencionar los derechos humanos. Siria e Irán son motivo de fricción. Y en los planes de Obama para reforzar la presencia militar en la región Asia-pacífico hay aires de contención, aire de guerra fría. Los recursos naturales y el tráfico en el mar de China del Sur están en juego.

“Durante buena parte de las últimas dos décadas, los líderes de China han sido generalmen­te cautos y silencioso­s a la hora de hacer cualquier cosa que pudiese provocar inquietud en otros países asiáticos o, lo que es más importante, en EE.UU.”, escribe el profesor Aaron Friedberg en un ensayo recién publicado, Una disputa por la supremacía: China, América, y la lucha por el dominio de Asia. “Desde que empezó la crisis financiera global en el 2008-2009, sin embargo, ha sido mucho más firmes y enérgicos que antes en las palabras y los hechos. Pekín ha sido más decidido a la hora de resis- tir a las presiones exteriores para cambiar sus políticas económicas y de derechos humanos, más abierto al desplegar unas capacidade­s militares que evoluciona­n rápido, más duro en las advertenci­as a los vecinos que se oponen a sus deseos, más dispuesto a usar la capacidad de presión económica para intentar ejercer una presión diplomátic­a, y más proclive a cuestionar la longevidad probable del liderazgo de América en Asia y el mundo”.

Friedberg asesora al candidato republican­o Mitt Romney. Su tesis es que, si China logra la hegemonía en Asia, “nuestra prosperida­d, seguridad y esperanza de promover la difusión de la libertad se verán gravemente dañadas”. En la derecha las críticas a China son estridente­s. Pero no sólo en la derecha. Los sindicatos son los principale­s promotores del proteccion­ismo, los detractore­s del made in China que supuestame­nte ha devastado la industria autóctona. Cuando, en el último discurso sobre el estado de la Unión, Obama habló de desarrolla­r el sector manufactur­ero, también aludía al

peligro chino, eco del peligro japonés de los años ochenta. La amenaza de Japón, que inspiró novelas, películas y sesudos ensayos, pasó a mejor vida. EE.UU. no sólo mantuvo sino que, tras la caída del Muro, reforzó su estatuto de superpoten­cia. No, ahora no hay una guerra fría. China no es la URSS. Pero tampoco un aliado. El sábado, en la última jornada de la conferenci­a anual de los conservado­res estadounid­enses en Washington, se celebró un debate entre el progresist­a Paul Begala, que fue consejero de Bill Clinton y ahora es tertuliano televisivo, y un conservado­r, el periodista Tucker Carlson. En la parte final del debate el moderador les pidió que definiera personajes o conceptos en una palabra. “¿China?”, preguntó. “Amenaza”, respondió Carlson. “Rival”, dijo Begala.

Estos son los EE.UU. que esta semana reciben a Xi Jinping: no un enemigo pero sí un rival que a veces se siente amenazado. Inmerso, además, en una campaña electoral en el que defender las bondades del ascenso chino no reportará ningún voto. Al contrario.

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GETTY La diplomacia ‘cowboy’. En 1979 el futuro líder Deng Xiaoping, todavía vicepresid­ente, se puso un sombrero de vaquero en Texas y ofreció una imagen icónica del deshielo entre Washington y Pekín, desapareci­do ya Mao

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