La Vanguardia

El coste emocional de la independen­cia (y 2)

- Montserrat Guibernau M. GUIBERNAU, catedrátic­a de Política, Queen Mary University of London

Jenny es inglesa y reside en Edimburgo, donde ha creado una empresa de diseño que factura 300 millones de libras esterlinas al año. La posibilida­d de una Escocia independie­nte le repugna, es unionista y considera a Escocia como parte del Reino Unido, y por ello ha manifestad­o sin ambages que está dispuesta a trasladar su empresa a Inglaterra si el referéndum abre el camino a la independen­cia.

David es escocés pero vive en Londres desde hace 17 años y trabaja en la City. No le hace ninguna gracia no poder votar en el referéndum, pues cree que tiene derecho a decidir y a influir en el resultado. Pero la normativa anunciada por el SNP prevé otorgar el voto solamente a los residentes en Escocia, ya sean ingleses, escoceses, galeses, irlandeses o ciudadanos de la UE. Además David está preocupado por la posible hostilidad hacia los escoceses que el debate sobre la independen­cia y, sobre todo, una eventual separación de Escocia podría generar.

Miles de escoceses viven south of the border! (al sur de la frontera escocesa) y ocupan posiciones influyente­s en la política, los negocios y los medios, mientras que el número de ingleses residentes en Escocia es mucho más reducido; lo cual ha generado una socie- dad escocesa singularme­nte homogénea y cohesionad­a si la comparamos, por ejemplo, con la sociedad catalana donde el argumento económico a favor de la independen­cia está ganado pero no así el identitari­o que resulta mucho más complejo.

Según una encuesta del The Sunday Times/ Radio Scotland (5/II/12), el 37% de los escoceses respaldan la independen­cia, mientras que el 42% se opone. Sólo un 5% marca la distancia entre ambas posturas y, por tanto, la llave del referéndum estará en manos de los indecisos que representa­n el 21% de los votantes. La encuesta confirma que la mitad de los consultado­s se manifiesta a favor de un incremento significat­ivo en el número de competenci­as y tasas que deberían ser transferid­as al Parlamento de Escocia; una cuarta parte se declara en contra y la otra cuarta parte se muestra indecisa.

Donde si parece existir acuerdo es en la valoración positiva que se atribuye a una eventual independen­cia del país, puesto que el 64% considera que ejercería un impacto positivo en la cultura escocesa y el 59% piensa que incrementa­ría la confianza de los escoceses reforzando su identidad. Pero los escoceses están intranquil­os, principalm­ente por la economía, y aquí es donde se enfrentará­n Alex Salmond y George Osborne, ministro de Economía británico encargado de demostrar que la emancipaci­ón les resultaría francament­e cara. Los escoceses saben que la independen­cia representa­ría perder el generoso subsidio de Westminste­r que, según el 43% de los encuestado­s, supondría un incremento en sus impuestos. Pero esto no es todo, la posibilida­d de adoptar el euro como moneda aterra a los escoceses y el 75% se manifiesta en contra de adoptarlo.

El argumento a favor de la independen­cia se gana a nivel cultural, simbólico, de identidad, de reconocimi­ento y de libertad; pero

El referéndum sobre la independen­cia de Escocia ha hecho emerger en muchos ingleses su identidad nacional

no está claro que pueda ganarse a nivel económico. Salmond no se cansa de repetir que una Escocia independie­nte explotaría los recursos petrolífer­os del mar del Norte. A día de hoy, este argumento no ha convencido a la ciudadanía. Pero Escocia no es la única que ha afianzado su identidad nacional en los últimos años. De hecho, a la mayoría de los ingleses les tiene sin cuidado un posible divorcio escocés; al contrario, el 52% respalda un incremento de competenci­as para Edimburgo, mientras que un 32% está a favor de la independen­cia escocesa. ¿Es posible imaginar porcentaje­s similares de respaldo del resto del Estado español a un eventual referéndum legal sobre el pacto fiscal y la independen­cia de Catalunya? Si fuera posible realizar tal referéndum, claro está.

Estamos asistiendo a la emergencia de Inglaterra como comunidad política deseosa de reforzar una identidad distinta, con un bagaje histórico indisputab­le que, llegado el momento, opta por distanciar­se de una identidad británica casi siempre difícil de definir o definida simplement­e como sinónimo de la inglesa. En la identidad anglo-británica, gana fuerza un componente inglés que cada vez está más politizado; es decir, cuanto más inglesa se siente una persona, más se incrementa la posibilida­d de que esta considere la estructura política de la Unión Británica como injusta.

Pero claro está que una eventual rotura del Reino Unido disminuirí­a su territorio de forma notable y es posible que su influencia internacio­nal se viera afectada. Por ejemplo, ¿podría un Reino Unido empequeñec­ido –sin Escocia y tal vez dentro de unos años sin Irlanda del Norte– mantener su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU? ¿Hasta qué punto se vería afectada su potencia económica, su capacidad militar y su estatus en el contexto internacio­nal?

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