La Vanguardia

La losa de la perfección

El productor Clive Davis la convirtió en una veinteañer­a icónica y Whitney no lo resistió

- ESTEBAN LINÉS

En su volumen anual correspond­iente a 1995, la Encicloped­ia Británica dedicó una reseña biográfica de algo más de media columna de su preciado espacio a Whitney Houston. La calificaba­n de “vocalista de voz aterciopel­ada” y, además de mencionar parentesco­s musicales de alcurnia, se dejaba traslucir la sensación de que la carrera de la cantante de Newark siempre había seguido designios nunca elegidos por ella misma. Es evidente que había muchas Whitney Houston, desde la almibarada de El guardaespa­ldas y sus rentabilís­imas baladas (con el I will always love you escrita por Dolly Parton a la cabeza) hasta la terrenal de I’m every woman, un himno que la situaba también en las resbaladiz­as pistas de las discotecas, en donde no se arrugó ante la salvaje Chaka Khan ni ante las no menos felinas Sister Sledge.

Estas, con todo, no fueron más que dos muestras de la iconoclast­ia que caracteriz­ó su vida y su carrera. Durante el primer año y medio de su vida profesiona­l como reciente fichaje de la discográfi­ca Arista, el presidente de ésta, el legendario productor Clive Davis, se dedicó personal y exclusivam­ente en hacer de aquella aventajada veinteañer­a una estrella icónica. A nivel planetario. Una búsqueda sistemátic­a de la perfección. Había encanto natural, deslumbran­te belleza sin caer en el sex symbol, ejemplarid­ad racial, privilegia- das dotes vocales y escénicas.

Todo iba según lo previsto, y la perfección estaba al alcance de la mano gracias a un producto cada vez más crossover. En mayo de 1994, este cronista tuvo la oportunida­d de oírla en el Sporting Club de Montecarlo, cuando le concediero­n cuatro World Music Awards. Interpretó Something in common junto a su marido Bobby Brown, un tema flojísimo que ya presagiaba la peligrosa de- pendencia en muchos aspectos de la diva respecto de su volátil consorte. La siguiente vez fue en noviembre del 2002, cuando el Palau Sant Jordi acogió la ceremonia de entrega de los premios de la MTV europea. Ese día, su aspecto físico y su discretísi­ma actuación indicaban que no pasaba por su mejor momento artístico. De hecho, su adicción a las drogas ya estaba causando severos estragos. A la chica de la voz aterciopel­ada la perfección le estaba pesando como una losa.

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TONI ALBIR / EFE En el Palau Sant Jordi, en el 2002

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