La Vanguardia

Primer título para Zambia

Costa de Marfil pierde sin haber encajado ni un solo gol durante todo el torneo

- XAVIER ALDEKOA Libreville. Correspons­al

Zambia 0 (8) Costa de Marfil 0 (7)

Cuando el fútbol enfrenta a dos fuerzas desiguales, habitualme­nte las emociones y la épica se atan las botas y salen a jugar. Ayer ocurrió. Por eso Zambia, que se sabía cenicienta, se creyó que podía ganar. Zambia se proclamó campeón de la Copa de África (CAN) por primera vez en su historia tras una tanda de penaltis eterna y dejó sin la gloria a la generación de Drogba, que con casi 34 años quizás desaprovec­hó su última cita con la historia. Zambia convirtió la final en una gesta. Y logró un milagro.

Los zambianos hicieron honor a su apodo, chipolopol­o –balas de cobre–, y empezaron como unas ídem. Avisaron al poco del inicio con un disparo mensaje: vino a decir a los de Yaya Touré que iban a tener que sudar si querían acabar el campeonato con su portería a cero. Costa de Marfil no había recibido ningún gol en todo el torneo. Después, los elefantes barritaron un puñado de veces, pero sin llegar a amedrantar. Y Zambia logró lo imposible por primera vez: se fue al descanso sin haber encajado, algo que no había ocurrido con ningún rival de los marfileños en la CAN 2012. Empezó a soñar.

El partido prometía brega y el público lo agradeció. Puso de su parte también. Porque en el césped jugaban naranjas y verdes, pero en las gradas había más color. El estadio, regalo de China y que tiene un nombre que roza el peloteo –Estadio de la Amistad Chino-gabonesa–, parecía un bombón. Que Gabón sea uno de los principale­s productore­s de petróleo de África ayuda al don de la generosida­d, pero, altruismo al margen, el estadio tenía ayer relleno de arco iris: muchos segui-

LA HISTORIA En Libreville, sede de la final, se estrelló en 1993 un avión con la mejor selección de Zambia

dores llevaron banderas y camisetas con los colores de Gabón –amarillo, azul y verde– porque querían participar en la fiesta. La gente puso decibelios también. Por aquello de la simpatía con el débil, Zambia tuvo una buena co- fradía detrás, pero cada vez que Drogba tocaba el balón, los corazones se volvían naranjas.

Hasta el penalti. Cuando la segunda mitad se embocaba hacia la prórroga, el árbitro castigó un derribo en el área de Zambia con la pena máxima. Pero Drogba mandó el balón a las nubes.

El estadio, que andaba dubitativo en sus simpatías, saltó. El público se abrazaba y chillaba como si intuyeran que el partido había acabado. En realidad así fue, el partido de fútbol terminó y empezó la heroicidad. La prórroga su- mó dramatismo, como si no hubiera ya de sobras. En la misma ciudad donde se jugaba ayer la final, Libreville, un avión se estrelló en 1993 con la mejor selección de la historia de Zambia dentro. Quizás por eso cuando el partido se fue a los once metros, el estadio dictó sentencia. “Chipolopol­o, chipolopol­o”, gritó mil veces. Ayer la victoria no cayó del lado de Zambia por la fortuna. Llevó a la gloria a Zambia porque demostró que cuando se cree en una gesta, a veces ocurren los milagros. Incluso, a veces, merecidos.

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FRANCK FIFE / AFP Los jugadores de Zambia celebran un título conseguido después de una emocionant­e tanda de penaltis

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