¿Nosotros somos ellos?
Una consecuencia de la merecida derrota del sábado es que la tercera persona del plural ha vuelto a imponerse a la primera. La sobredosis de triunfos de los últimos años había expandido un sentimiento de noso
tros aparentemente indestructible que, en sólo veintidós minutos (lo que tardó el rival en ponernos en evidencia), se convirtió en ellos. Nosotros éramos los mejores del mundo y ahora ellos son los que han tirado la Liga.
La derrota también ha reactivado costumbres perniciosas, como calcular si tendremos que hacerle el pasillo al Madrid. Tanto morbo especulativo se contagia a los jugadores. Al acabar el partido, manifestaron un pesimismo que, una vez más, confirma la incapacidad del club y del equipo para elaborar discursos y planes B de emergencia cohesionadora para los días difíciles. Escuchando a Víctor Valdés o Gerard Piqué, muchos culés discreparon sentimentalmente de su tono. No es agradable tener que admitir, sin pruebas irrefutables, que la Liga está perdida. Parece que deseemos instalarnos en un discurso que comete dos errores simétricos: para no caer en el triunfalismo bobalicón, adoptamos una actitud de derrota prematura.
Esta temporada estamos pagando la acumulación de esfuerzos anteriores, pero también la aplicación de un criterio que, en época de vacas gordas, habíamos aceptado. Los tres ejes de este criterio son la incuestionabilidad de Messi como titular, el aprovechamiento de la cantera y una plantilla corta que permita el control de egos y que el ascensor entre filial y primer equipo funcione. Además, hemos vendido como propia la aureola de unos valores de deportividad que, a tenor de las reacciones post-pamplona, han sido dinamitados por las histerias históricas y las imposturas recreativas.
La experiencia del sábado debería servir para algo más que para mutilar ilusiones colectivas o imponer un realismo que no se ajusta ni a las estadísticas ni al espíritu del espectáculo (la interpretación nos hace perder el sentido de la partitura). Más que el resulta- do, el partido certificó que, hoy por hoy, los objetivos competitivos están por encima de los recursos del equipo y que, en consecuencia, sólo se podrá competir en un clima de sobreesfuerzo y confianza permanentes. Pero, al mismo tiempo, el sobreesfuerzo crea nuevas dificultades, que afectan a la moral. La visión gran angular de los objetivos interfiere en la necesidad del zoom del día a día.
Más pendientes de no perder la Liga que de ganar cada partido, inverti- mos demasiadas energías en interpretar en lugar de en jugar. Optamos por ir competición a competición cuando deberíamos volver al partido a partido. Guste o no, el Osasuna tiene más motivos que el Barça para estar triste y desesperado, pero la voracidad del espectáculo parece obligarnos a castigarnos con flagelaciones melodramáticas que, objetivamente, no nos corresponden. Ni la directiva, ni los técnicos ni los jugadores aportan elementos de energía verosímil y prefieren la decep-
El Osasuna tiene más motivos que el Barça para sentirse triste y desesperado
ción artificial a largo plazo que la tristeza legítima, susceptible de ser corregida con inmediatez, coraje y sentido común.
Mientras tanto, es evidente que el calendario sigue imponiendo unas exigencias que están en la raíz del rendimiento actual. Este es el problema y, para analizarlo, no vale confundir la forma y el rendimiento. En otros momentos de nuestra historia, jugadores en pésima forma tuvieron un gran rendimiento. Ahora, en cambio, la sensación de saturación es lo bastante evidente para entender qué nos está ocurriendo sin renunciar a nada. Y convendría seguir la lógica del compromiso y recordar que tan peligroso es vender la piel del oso antes de cazarlo como abandonar con el argumento de que la piel y el oso pertenecen a otro que todavía no lo ha cazado.