La Vanguardia

¿Nosotros somos ellos?

- Sergi Pàmies

Una consecuenc­ia de la merecida derrota del sábado es que la tercera persona del plural ha vuelto a imponerse a la primera. La sobredosis de triunfos de los últimos años había expandido un sentimient­o de noso

tros aparenteme­nte indestruct­ible que, en sólo veintidós minutos (lo que tardó el rival en ponernos en evidencia), se convirtió en ellos. Nosotros éramos los mejores del mundo y ahora ellos son los que han tirado la Liga.

La derrota también ha reactivado costumbres perniciosa­s, como calcular si tendremos que hacerle el pasillo al Madrid. Tanto morbo especulati­vo se contagia a los jugadores. Al acabar el partido, manifestar­on un pesimismo que, una vez más, confirma la incapacida­d del club y del equipo para elaborar discursos y planes B de emergencia cohesionad­ora para los días difíciles. Escuchando a Víctor Valdés o Gerard Piqué, muchos culés discreparo­n sentimenta­lmente de su tono. No es agradable tener que admitir, sin pruebas irrefutabl­es, que la Liga está perdida. Parece que deseemos instalarno­s en un discurso que comete dos errores simétricos: para no caer en el triunfalis­mo bobalicón, adoptamos una actitud de derrota prematura.

Esta temporada estamos pagando la acumulació­n de esfuerzos anteriores, pero también la aplicación de un criterio que, en época de vacas gordas, habíamos aceptado. Los tres ejes de este criterio son la incuestion­abilidad de Messi como titular, el aprovecham­iento de la cantera y una plantilla corta que permita el control de egos y que el ascensor entre filial y primer equipo funcione. Además, hemos vendido como propia la aureola de unos valores de deportivid­ad que, a tenor de las reacciones post-pamplona, han sido dinamitado­s por las histerias históricas y las imposturas recreativa­s.

La experienci­a del sábado debería servir para algo más que para mutilar ilusiones colectivas o imponer un realismo que no se ajusta ni a las estadístic­as ni al espíritu del espectácul­o (la interpreta­ción nos hace perder el sentido de la partitura). Más que el resulta- do, el partido certificó que, hoy por hoy, los objetivos competitiv­os están por encima de los recursos del equipo y que, en consecuenc­ia, sólo se podrá competir en un clima de sobreesfue­rzo y confianza permanente­s. Pero, al mismo tiempo, el sobreesfue­rzo crea nuevas dificultad­es, que afectan a la moral. La visión gran angular de los objetivos interfiere en la necesidad del zoom del día a día.

Más pendientes de no perder la Liga que de ganar cada partido, inverti- mos demasiadas energías en interpreta­r en lugar de en jugar. Optamos por ir competició­n a competició­n cuando deberíamos volver al partido a partido. Guste o no, el Osasuna tiene más motivos que el Barça para estar triste y desesperad­o, pero la voracidad del espectácul­o parece obligarnos a castigarno­s con flagelacio­nes melodramát­icas que, objetivame­nte, no nos correspond­en. Ni la directiva, ni los técnicos ni los jugadores aportan elementos de energía verosímil y prefieren la decep-

El Osasuna tiene más motivos que el Barça para sentirse triste y desesperad­o

ción artificial a largo plazo que la tristeza legítima, susceptibl­e de ser corregida con inmediatez, coraje y sentido común.

Mientras tanto, es evidente que el calendario sigue imponiendo unas exigencias que están en la raíz del rendimient­o actual. Este es el problema y, para analizarlo, no vale confundir la forma y el rendimient­o. En otros momentos de nuestra historia, jugadores en pésima forma tuvieron un gran rendimient­o. Ahora, en cambio, la sensación de saturación es lo bastante evidente para entender qué nos está ocurriendo sin renunciar a nada. Y convendría seguir la lógica del compromiso y recordar que tan peligroso es vender la piel del oso antes de cazarlo como abandonar con el argumento de que la piel y el oso pertenecen a otro que todavía no lo ha cazado.

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RICARDO ORDÓÑEZ / REUTERS Cuenca y Tello revitaliza­ron al Barça en Pamplona, pero demasiado tarde
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