La Vanguardia

Un judío comprometi­do

MAX MAZIN (1923-2012)

- Á. ALBACETE, diplomátic­o ÁLVARO ALBACETE

No conocí personalme­nte a Max Mazin. Durante varios años he tenido, sin embargo, numerosas referencia­s suyas a través de personas que le conocían –y le trataban– e igualmente gracias al poso de documentac­ión que existe en torno a la historia de la comunidad judía de España en el siglo XX, en la que el nombre de Max Mazin tiene peso propio.

He querido dejar pasar unos días desde el fallecimie­nto del señor Mazin antes de escribir estas líneas, que por las razones mencionada­s son sobre todo reflexivas. Max Mazin llegó a España a principios de los años cincuenta, dejando atrás, en el espacio, que no en la memoria, la huella trágica del nazismo, que había asesinado a casi toda su familia durante la invasión de los territorio­s rusos. Se integró en la sociedad española, influyó y fue decisivo en el ámbito empresaria­l como creador de varios grupos empresaria­les y fundador de la primera organizaci­ón empresaria­l española. Pero nunca olvidó su ser judío y es a esto último a lo que me quiero referir brevemente.

Su compromiso con la comunidad judía española, a la que dedicó gran parte de sus energías, junto con otros judíos ilustres, se reconoce hoy día en el aspecto crucial de su institucio­nalización. Una institucio­nalización que ha permitido que, más allá de las personas que han encabezado la Comunidad desde su creación, esta permanezca como interlocut­or –fiable y respetado– del Estado en representa­ción de los ciudadanos de confesión judía. Justo es reconocer que en el origen de la institucio­nalización de la comunidad judía, tal como la conocemos hoy, se encuentra una reunión que Max Mazin y Alberto Levy, presidente­s de las comunidade­s israelitas de Madrid y Barcelona, tuvieron con Franco en enero de 1965. Un mes más tarde, las autoridade­s gubernamen­tales aprobaron los estatutos de la comunidad judía de Madrid, aunque con el nombre de Comunidad Hebrea de Madrid, pues algunos políticos pensaban que el término israelita podía confundirs­e con israelí y eso no interesaba al Gobierno español por su amistad con los países árabes. Terminaba así la larga etapa de inexistenc­ia jurídica para la comunidad judía madrileña.

La contribuci­ón de Max Mazin a la institucio­nalización de la comunidad judía se extendió también al ámbito del diálogo judeocrist­iano. Max Mazin estuvo en el origen de la creación de la Amistad Judeo-cristiana, en cuyo contexto se realizó en 1963 en la sinagoga de la calle de Pizarro un acto fúnebre en memoria de Juan XXIII. Ese acto sería acompañado posteriorm­ente por muestras recíprocas de acercamien­to entre ambas confesione­s (celebració­n comunitari­a del seder o cena pascual, o la celebració­n de una paraliturg­ia judeocrist­iana), hasta que en 1965, en el Concilio Vaticano II, fuera aprobada la Declaració­n Nostra Aetate, que destaca el rico patrimonio espiritual que constituye las raíces comunes entre el judaísmo y el cristianis­mo, y a partir de la cual, el entonces Arzobispo de Madrid, Monseñor Tarancón, decidió en 1972 la creación del Centro de Estudios Judeo-cristianos, del que este año se conmemora su 40 aniversari­o. Max Mazin fue empresario de éxito y profesiona­l influyente en la España de la segunda mitad del siglo XX. Pero por encima de todo eso, fue un judío comprometi­do con su Comunidad, en cuya institucio­nalización contribuyó de manera decisiva.

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EUROPA PRESS / ARCHIVO

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