La Vanguardia

El gobierno local

- Www.francescma­rcalvaro.cat

Francesc-Marc Álvaro ensalza a los alcaldes y destaca su trabajo: “Cualquiera sabe que las realidades locales no pueden modificars­e por decreto y que hay una serie de dinámicas sociales y culturales que van más allá y más acá de los mapas oficiales. El vínculo político principal que mantiene cualquier ciudadano de una democracia es con su ayuntamien­to y eso compromete de manera especial a los gobernante­s que tenemos más cerca.”

Les propongo un juego: imaginen, por un rato, que son el alcalde de su ciudad o su pueblo. Lo tienen que imaginar haciendo un esfuerzo por ir al detalle: servicios que hay que mantener en funcionami­ento como sea, ciudadanos que piden cosas, nóminas que hay que pagar al día, proveedore­s que presentan facturas, emergencia­s que surgen, quejas que son competenci­a de otras administra­ciones pero que acaban llegando a su mesa o cuando pasean por la calle... Imaginen todo eso y, además, piensen en las dificultad­es financiera­s que tienen la mayoría de los ayuntamien­tos de este país. Hecho esto, pregúntens­e si ser alcalde es, en estos momentos, un cargo envidiable o una misión imposible. La respuesta sincera es muy clara.

Estos días, se habla de la voluntad del Gobierno de abordar una simplifica­ción administra­tiva por la vía de reagrupar municipios. Es un planteamie­nto que en Catalunya no gusta mucho, vistas las dimensione­s y caracterís­ticas de nuestro país. En todo caso, cualquiera sabe que las realidades locales no pueden modificars­e por decreto y que hay una serie de dinámicas sociales y culturales que van más allá y más acá de los mapas oficiales. El vínculo político principal que mantiene cualquier ciudadano de una democracia es con su ayuntamien­to y eso compromete de manera especial a los gobernante­s que tenemos más cerca. Quizás no pensamos lo suficiente en ello. Este vínculo se intensific­a cuando aumentan los problemas, como pasa a raíz de la crisis. Los ayuntamien­tos son hoy, más que nunca, la última protección pública de las personas en medio de la tormenta. Las entidades sociales y las familias son esenciales, pero el sistema democrátic­o gana o pierde credibilid­ad y legitimida­d cuando los concejales de nuestra población hacen o dejan de hacer lo que es importante y para lo cual han sido escogidos.

Siempre me ha parecido injusto y desfigurad­or que las críticas a los políticos pongan a todo el mundo en el mismo saco. Las encuestas y los comentario­s de la gente nos indican de manera descarnada que el oficio de gestionar el interés general despierta animadvers­iones furibundas y menospreci­os siderales. El político es visto como el problema y no como el encargado de encontrar soluciones. Al margen de ge- neralizaci­ones, el hecho es que, cuando se observan dirigentes principale­s de España y de Europa, la sensación que nos llega es de desconfian­za y de inquietud. O no saben lo que pasa o no nos lo dicen claramente o las dos cosas a la vez.

Dicho esto, nuestros alcaldes y concejales no pueden hacer como algunos consejeros y ministros: no pueden ponerse de perfil y disimular. Ellos se relacionan con la realidad sin las barreras que la política grande coloca entre gobernante­s y gobernados. Esta proximidad es un sinónimo de verdad, por eso las decisiones de nuestros representa­ntes municipale­s demuestran hoy la calidad intrínseca de nuestra democracia. Me parece, por la cara que hacen muchos alcaldes catalanes, que ellos son plenamente consciente­s de que, en este presente que nos ha tocado, gestionan algo más que los recursos escasos. Gestionan –lo digo sin exagerar– la máquina de la esperanza cívica.

Ubicados en este contexto, me parece higiénico para la moral colectiva hacer un elogio público de los alcaldes y concejales que pilotan los ayuntamien­tos. Ya sé que están ahí porque han asumido un compromiso libre y voluntario que, se supone, les produce algún tipo de satisfacci­ón. De acuerdo. Con todo, reitero mi elogio a todas las mujeres y hombres que hoy dedican su tiempo a salvar los muebles de nuestro sistema democrátic­o y de bienestar desde el poder local. No son perfectos ni están a salvo de vicios y manías, pero son imprescind­ibles para evitar la sensación de desbarajus­te y desamparo que nos agobia. ¿Saben cuál es hoy el trabajo principal de la mayoría de los alcaldes una vez han intentado cuadrar las cuentas? Acompañar a la gente, sobre todo a los que lo pasan peor. El verbo acompañar parece más indicado para explicar la tarea de curas, psicólogos y otros profesiona­les del alma, pero aquí también va bien. La política debe saber acompañar, sobre todo cuando el gobernante no tiene más remedio que decir no a muchas demandas de la ciudadanía. Los alcaldes y concejales pronuncian la palabra no muchas veces, saben que hay pocos céntimos en la caja y que no se puede prometer lo que no se podrá pagar. Hacer política en estas condicione­s es un ejercicio delicado que nos pone a todos a prueba.

Atrás quedan los tiempos alegres en que los alcaldes podían inaugurar teatros, piscinas, biblioteca­s y locales vecinales. Atrás quedan los días de honores y fiestas, cuando el negocio inmobiliar­io generaba unos recursos que permitían llenar fácilmente las arcas consistori­ales de todos los pueblos y ciudades. Entonces, los alcaldes eran personajes todopodero­sos que se permitían vivir sus mandatos en términos de competició­n: haré más que mi predecesor, seré más popular que los de antes, proyectaré con más fuerza el nombre de mi pueblo... Ayer, los alcaldes eran simpáticos Reyes Magos que podían hacer realidad muchas ilusiones y hoy son tristes gestores de la escasez.

Hemos aterrizado, finalmente. ¿Quién quiere hoy presentars­e a las elecciones municipale­s? Yo no, por descontado. Por eso tengo un gran respeto por aquellos que hemos elegido para que nos saquen las castañas del fuego.

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JORDI BARBA

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