La Vanguardia

Volando voy, volando vengo

- Quim Monzó

Días atrás, Albert Soler, exsecretar­io de Estado para el Deporte y diputado del PSC en el Parlamento español, propuso que el Aeropuerto de Barcelona-El Prat cambie de nombre y pase a llamarse Aeropuerto Barcelona-Pasqual Maragall. Según Soler, sería una forma de rendir homenaje al exalcalde barcelonés con motivo de los veinte años de aquellos Juegos Olímpicos que, según él, “situaron Barcelona en el mapa”, afirmación que nos permite concluir que hasta entonces no debía aparecer en él a pesar de sus más de ocho milenios de existencia. Según explican los cronistas, la teniente de alcalde de Deportes del actual Ayuntamien­to, Maite Fandos, tomó nota de la propuesta. Si acabase triunfando, sería un nuevo cambio de nombre para un aeropuerto que, desde los terrenos iniciales en el Remolar, se ha conocido con los nombres de La Volateria, Aeródromo Canudas, Aeropuerto Muntadas, Aeropuerto de El Prat y, finalmente, Aeropuerto de Barcelona-El Prat.

Hay dos maneras de bautizar aeropuerto­s. Simplement­e con el nombre

Proponen que el aeropuerto de El Prat pase a llamarse Barcelona-Pasqual Maragall

de la ciudad a la que sirven o bien con el nombre de alguna personalid­ad. Si tengo que ser sincero, a mí me gusta más el primer método, como hacen en Frankfurt. Me parece más austero y más fácil de entender para cualquier visitante. ¿Sería mejor que el Aeropuerto de Frankfurt se llamase Aeropuerto Johann Wolfgang Goethe o Frankfurt-Johann Wolfgang Goethe? Francament­e, no veo qué ganaría. A pesar de todo, hay gente a la que le gustan esos nombres emperejila­dos. El Aeropuerto de Roma-Fiumicino se llama desde hace tiempo Aeropuerto Interconti­nental Leonardo da Vinci, una denominaci­ón que debe de ser francament­e inútil para los muchos turistas que piensan que Leonardo era una tortuga ninja que comía pizzas Domino’s. El antiguo Aeropuerto Internacio­nal de Nairobi se convirtió un día en el Aeropuerto Internacio­nal Jomo Kenyatta, en una clara muestra de servilismo hacia la casta política. Un caso parecido es el del aeropuerto de Roissy, en París, que ya se inauguró como Aeropuerto París-Charles de Gaulle. En la aglomeraci­ón urbana de Nueva York optan por ambas posibilida­des. Los aeropuerto­s de Newark y Teterboro llevan el nombre de la ciudad o del distrito donde están. Pero, en cambio, al Aeropuerto Idlewood le cambiaron el nombre y le pusieron Aeropuerto John Fitzgerald Kennedy. Y al que construyer­on entre los barrios de Astoria, Jackson Heights y East Elmhurst lo bautizaron con el nombre del exalcalde Fiorello LaGuardia. Por cierto, que se sepa, el alcalde LaGuardia no se cargó nunca la bandera y el escudo de la ciudad de Nueva York para poner una bandera y un escudo inventados, fruto de su creativida­d noctámbula. Tengan por bien seguro que, de haberlo hecho, los neoyorquin­os no habrían bautizado nunca un aeropuerto con su nombre.

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