La Vanguardia

Muerte a la inteligenc­ia

- Pilar Rahola

Es la idea fuerza de las contrarref­ormas que España ha perpetrado, para bien de la estupidez histórica. “Muerte a la inteligenc­ia”, en la versión violenta del Millán Astray de turno, pero también persecució­n y desprecio a la inteligenc­ia que quería modernizar España, en la época de los afrancesad­os. La famosa Cecilia Böhl de Faber que, transmutad­a en Fernán Caballero, enaltecía en Elia las bondades del inmovilism­o, sería el icono de esa España cañí que basaba en el rancio honor militar y el dogma de fe católico la base de su naturaleza. Así lo describió, con mordaz maestría, Graham Greene en el alocado viaje de Monseñor Quijote. En paralelo con la España que leía a Lorca y Machado, siempre balbuceó y a menudo venció esa otra España que nunca leyó a los poetas e incluso los llevó al patíbulo. Y si en las épocas del fascismo, la cultura era el enemigo que batir, en democracia era la sospechosa habitual, ariete de críticas, paladín de transforma­ciones y enemiga del orden. Hay una España oscura, con su derecha pertinente –que no toda la derecha–, que siem-

Hay una España oscura, con su derecha pertinente, que siempre se sintió amenazada por la cultura

pre se siente amenazada por la cultura. Y cuando llega al poder, el desprecio se convierte en castigo.

Y duro castigo parece, tomado sin nocturnida­d y con alevosía, el salvaje aumento del IVA sobre el mundo de la cultura. Es posible que en algún rincón de la babeante mediocrida­d que palpita en este Gobierno, alguien haya usado el verbo a lo fabriano y haya dicho “que se jodan los de la ceja”, convertida la gestión pública en una diana de las fobias del tonto de turno. Ese aumento tan brutal del IVA daña brutalment­e también a la industria que acompaña a la creación cultural y garantiza su superviven­cia. El cine, el teatro y otras disciplina­s aumentan 13 puntos, lo cual para muchos es un pie en el abismo y, para otros, la caída definitiva. Al mismo tiempo, y a pesar de obligar políticame­nte a considerar la barbarie de los toros como un “patrimonio cultural”, las corridas no sufren ese aumento y se quedan en los mínimos del reducido. Lo cual es toda una metáfora de la concepción de España que tienen estos patriotas de bandera en la boca y mediocrida­d en el cerebro. Porque un país que subvencion­a y protege la salvajada contra los toros y a la vez castiga fiscalment­e a los creadores culturales, es un país que tiene un presente negro y un más negro futuro. Es una barbaridad, sólo propia de aquellos que ven la cultura como un enemigo de su statu quo y no como un aliado de la modernidad. La cultura debería estar siempre mimada y cuidada, como así hacen los países serios. Francia, por ejemplo, tan citada últimament­e por Rajoy. Pero a diferencia de otros países, donde la cultura es un polo de consenso, aquí hay muchos que la consideran bajo sospecha. Como si fuera ajena al devenir brillante de los pueblos.

Como si la creación no fuera la gasolina de la civilizaci­ón.

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