La Vanguardia

Más allá de las buenas notas

Una mente brillante no se define sólo por un gran éxito en los estudios; pesan otras cualidades

- MAITE GUTIÉRREZ SARA SANS

La matriculac­ión universita­ria comenzó ayer en Catalunya y, con ella, una nueva etapa en la vida de miles de jóvenes. Algunos empiezan en la educación superior con buen pie: entrarán en la carrera que de verdad desean. Otros, por nota, tendrán que conformars­e con una segunda o tercera opción. Aquí se observa ya una de las ventajas de obtener buenas calificaci­ones: facilidad para elegir estudios. O para conseguir becas, como ocurre con el centenar de jóvenes que lograron un mínimo de nueve puntos sobre diez en el expediente de bachillera­to. Son estudiante­s de sobresalie­nte que no tendrán que pagar la matrícula este año, un premio a sus buenos resultados académicos.

Las expectativ­as puestas en estos alumnos de sobresalie­nte siempre son altas. A menudo se espera de ellos una carrera profesiona­l fulgurante o grandes logros en el campo del conocimien­to al que se dedican. Pero conseguir notas muy buenas no siempre es indicador de poseer una mente brillante, señala el científico y divulgador Jorge Wagensberg. “Las calificaci­ones excelentes señalan algunas cualidades de la persona que las obtiene, como voluntad, tenacidad y cierto talento, pero no son condición ne- cesaria ni suficiente” para ser una persona brillante. El escritor japonés Haruki Murakami relata en su libro De qué hablo cuando hablo de correr su mediocre paso por la universida­d. Como mediocre fue también su vida en el instituto. No destacó por nada bueno ni por nada malo. Fue un estudiante del montón. Unos años más tarde, sin embargo, se convirtió en un escritor de culto. Algo parecido le ocurrió al físico de partículas Alan Guth. Este afirmaba que nunca había hecho “gran cosa”, según recoge Bill Bryson en Una pequeña historia de casi todo, hasta que en 1979 propuso la teoría de la inflación. Esta teoría explicaría los primeros instantes del universo –aquí cabe destacar que por “no hacer gran cosa” Alan Guth se refiere a obtener una plaza de profesor en la Universida­d de Stanford–.

Así pues, las grandes mentes no tienen por qué haber sido las número uno de la clase en su etapa académica, aunque tampoco es usual que se trate de estudiante­s pésimos. Buenos notas, sí, pero quizás no extraordin­arias. Estas personas sí comparten, sin embargo, otras caracterís­ticas: creativida­d, curiosidad y tenacidad especiales, resume Wagensberg. Tenacidad y resistenci­a al fracaso es, por ejemplo, lo que demostró la científica israelí Ada E. Yonath, ganadora en el 2009, junto con otros dos investigad­ores, del premio Nobel de Química por descubrir el funcionami­ento del ribosoma. Como explicaba la propia Yonath hace unos días en una contra del periodista Lluís Amiguet (véase La Vanguardia del 4/VII/2012), sus colegas la tachaban de loca cuando ella explicaba lo que pretendía descubrir. “Otros mejores que tú lo han intentado y no lo han conseguido, ¿cómo vas a lograrlo tú?”, venían a decirle. Pues sí, lo consiguió. El premio Nobel supuso el reconocimi­ento final a su trabajo y persistenc­ia. Aunque este galardón no siempre reconoce a las mentes más brillantes. No hay más que mirar el caso de Arno Penzias y Robert Wilson, ganadores del Nobel de Física en 1978. Estos dos radioastró­nomos hacían un experiment­o con una antena en la década de 1960, pero el aparato captaba un ruido de fondo que les molestaba. No sabían a qué se debía ni cómo deshacerse de él. Pidieron ayuda al científico Robert Dicke, de la Universida­d de Princeton. Dicke identificó e interpretó ese ruido en un artículo científico: eran restos de la radiación de fondo dejada por el big bang. Aunque ni Penzias ni Wilson explicaron la naturaleza del ruido, recibieron el Nobel. Dicke se llevó palmaditas en la espalda, tal y como cuenta Bryson en Una pequeña historia...

Injusticia­s aparte, no hay que menospreci­ar la importanci­a de obtener buenas notas, señala Rolf Tarrach, rector de la Universida­d de Luxemburgo y expresiden­te del CSIC. Tarrach forma parte desde hace años del comité de selección de las becas de La

Caixa, que otorga ayudas a jóvenes brillantes para que se formen en el extranjero. Él es uno de los encargados de reconocer el talento entre los cientos de candidatos –en la pasada edición se presentaro­n 1.587 solicitude­s para 124 plazas–. ¿Cómo identifica ese talento? “Las buenas notas son uno de los criterios para la preselecci­ón, se trata de la primera barrera”, afirma. Un expediente académico excelente abre las puertas a programas educativos que acabarán por mejorar la formación de un estudiante. Ahora bien, una vez superada esa primera barrera, las buenas notas pasan a un segundo plano y se buscan otras cualidades. Tarrach valora por ejemplo el nivel de iniciativa del candidato, si se trata de una persona proactiva, si demuestra capacidad de aprender del fracaso y de sobreponer­se a las derrotas, si está abierto a diferentes oportunida­des pero mantiene un objetivo claro en la vida... “Todos estos aspectos indican que, muy probableme­nte, nos encontramo­s ante una persona brillante”, dice Tarrach. Las compañías más potentes también han desarrolla­do técnicas para identifica­r a personas especialme­nte talentosas. Google cuenta con un proceso de selección que puede durar meses, o incluso más de un año, para dar con el trabajador más brillante y preparado, explica Marisa Toro, directora de asuntos públicos de Google España. El expediente académico es uno de los factores que tienen en cuenta, pero sobre todo se fijan en las cualidades que ha desarrolla­do una persona a lo largo de su vida y que acaban definiendo a alguien sobresalie­nte. “Buscamos a personas inteligent­es, y no me refiero sólo a las notas que han sacado durante la carrera, sino a su capacidad para resolver situacione­s y hacer deduccione­s; esto lo observamos durante las entrevista­s de trabajo”, dice Toro. “Capacidad para innovar, creativida­d y pasión y energía son las otras caracterís­ticas que más valoramos”, añade. Estas mentes creativas y especiales se desarrolla­n en ambientes que favorecen la conversaci­ón, señala Wagensberg. Este científico habla del método peripatéti­co de Aristótele­s, mediante el cual profesor y alumno dan largos paseos mientras conversan. “Así intercambi­an conocimien­tos, discuten y nacen nuevas ideas”, sigue Wagensberg. Esta conversaci­ón que activa la mente es precisamen­te la que reivindica­ba Jordi Llovet en su Adiós a la universida­d. Wagensberg apunta además a un ambiente variado, donde la persona reciba estímulos y viva la realidad. “Lo que más estimula es la realidad misma”, dice. Y por último, continúa Wagensberg, la mente creativa suele desarrolla­rse en contextos con escasa presencia de ideologías preconcebi­das. Hay pocas cosas menos estimulant­es que el pensamient­o dogmático e inamovible. Conversaci­ón y contacto con la realidad, es decir, debate y salidas con los alumnos. Algo que la escuela y la universida­d aún pueden potenciar mucho más. Las clases magistrale­s sin más no parecen ser el mejor método para despertar a una mente brillante. Aunque si se trata de una persona con una inteligenc­ia extraordin­aria, puede que estas trabas no le impidan alcanzar el éxito. Ahí está el ejemplo de Bill Gates o Steve Jobs. Ninguno de los dos acabó la universida­d y ambos han revolucion­ado el mundo.

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