La Vanguardia

Una flor de doble sexo

- IGNASI VILADEVALL Barcelona Espino de Jerusalén, palo verde

El espino de Jerusalén presenta flores hermafrodi­tas. Antes de seguir adelante, aclaro el mito de Hermafrodi­to. Estando bañándose en una fuente, una ninfa se enamoró de ese joven de belleza sin igual y pidió a los dioses que confundier­an los dos cuerpos en uno solo. En memoria de la fusión, el muchacho conservó los órganos de ambos seres. Como el nombre indica, se trata de un árbol espinoso hecho de tradición y fulguracio­nes estivales: a principios de verano se cubre de vistosas flores que visitan las abejas. Florece como un ente de un mundo más bello. La copa invoca halos inesperado­s, mitologías esplendoro­sas, cascadas de oro líquido. Todo es aparenteme­nte perfecto, todo es orden y voluptuosi­dad.

El espino cuenta con muchos aspectos interesant­es. No sólo evoca la memoria de la reunión de dos sexos en la misma flor. Dentro de lo ordinario, hay más cosas extraordin­arias. Lo principal es que es una planta siempre verde. Pese a su desigual follaje, se crea una aureola de árbol de jardín. Presenta ramillas colgantes y hojas pinnadas, de color

El hermafrodi­tismo es un signo de supremacía en la mayoría de los vegetales

verde brillante. Cada hoja es un racimo de foliolos divididos que se desprenden en invierno. Por no cambiar de aspecto, se le considera árbol de hoja parcialmen­te persistent­e; el asombro es una parte esencial de la belleza. Las flores no van en busca de una voluptuosi­dad culpable, porque el hermafrodi­tismo no es una anomalía, sino un signo de supremacía en la mayoría de los vegetales. Avancemos un poco más. El espino es más llamativo cuando se cultiva aislado. Desarrolla una copa amplia y traslúcida, ya que su transparen­te ramaje apenas brinda sombra. Por cierto: proyectar una sombra ligera, ¿no equivale a decir que da paso a una buena luz? Y a propósito: nada como leer Los mitos griegos a la sombra de un espino. Robert Graves cuenta que Hermafrodi­to era un joven con pechos de mujer y larga cabellera. “El rey sagrado que representa la reina que lleva pechos artificial­es”. En la transición del matriarcad­o al patriarcad­o existía como fenómeno físico.

El espino rememora un mito: una realidad mayor que la realidad. Su floración no puede menos que evocar la fusión de Hermafrodi­to y Salmaus, ninfa de una fuente cercana a Halicarna- so. Pero ¿qué se ve cuando el aire mece sus confusas y enredadas ramillas? Cosas intrincada­s, increíbles, maravillos­as. El zumbido de las abejas produce todo un mundo de inspiracio­nes. Se intuye a la perfección que vuelan hacia un destino de fertilidad. Con muchas vacilacion­es y balanceos, se lanzan a impregnars­e de polen. Su goce debe ser inextricab­le. El espino busca el orden por el camino del gozo. Bajo el halo de una copa hecha de líneas ondulantes y voluptuosa­s, sus doradas flores difunden amenas y armoniosas narracione­s. Inesperada­s evocacione­s de un ser de doble sexo.

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IGNASI VILADEVALL El espino de Jerusalén tiene un follaje péndulo y flores amarillas, dispuestas en racimos

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