Una flor de doble sexo
El espino de Jerusalén presenta flores hermafroditas. Antes de seguir adelante, aclaro el mito de Hermafrodito. Estando bañándose en una fuente, una ninfa se enamoró de ese joven de belleza sin igual y pidió a los dioses que confundieran los dos cuerpos en uno solo. En memoria de la fusión, el muchacho conservó los órganos de ambos seres. Como el nombre indica, se trata de un árbol espinoso hecho de tradición y fulguraciones estivales: a principios de verano se cubre de vistosas flores que visitan las abejas. Florece como un ente de un mundo más bello. La copa invoca halos inesperados, mitologías esplendorosas, cascadas de oro líquido. Todo es aparentemente perfecto, todo es orden y voluptuosidad.
El espino cuenta con muchos aspectos interesantes. No sólo evoca la memoria de la reunión de dos sexos en la misma flor. Dentro de lo ordinario, hay más cosas extraordinarias. Lo principal es que es una planta siempre verde. Pese a su desigual follaje, se crea una aureola de árbol de jardín. Presenta ramillas colgantes y hojas pinnadas, de color
El hermafroditismo es un signo de supremacía en la mayoría de los vegetales
verde brillante. Cada hoja es un racimo de foliolos divididos que se desprenden en invierno. Por no cambiar de aspecto, se le considera árbol de hoja parcialmente persistente; el asombro es una parte esencial de la belleza. Las flores no van en busca de una voluptuosidad culpable, porque el hermafroditismo no es una anomalía, sino un signo de supremacía en la mayoría de los vegetales. Avancemos un poco más. El espino es más llamativo cuando se cultiva aislado. Desarrolla una copa amplia y traslúcida, ya que su transparente ramaje apenas brinda sombra. Por cierto: proyectar una sombra ligera, ¿no equivale a decir que da paso a una buena luz? Y a propósito: nada como leer Los mitos griegos a la sombra de un espino. Robert Graves cuenta que Hermafrodito era un joven con pechos de mujer y larga cabellera. “El rey sagrado que representa la reina que lleva pechos artificiales”. En la transición del matriarcado al patriarcado existía como fenómeno físico.
El espino rememora un mito: una realidad mayor que la realidad. Su floración no puede menos que evocar la fusión de Hermafrodito y Salmaus, ninfa de una fuente cercana a Halicarna- so. Pero ¿qué se ve cuando el aire mece sus confusas y enredadas ramillas? Cosas intrincadas, increíbles, maravillosas. El zumbido de las abejas produce todo un mundo de inspiraciones. Se intuye a la perfección que vuelan hacia un destino de fertilidad. Con muchas vacilaciones y balanceos, se lanzan a impregnarse de polen. Su goce debe ser inextricable. El espino busca el orden por el camino del gozo. Bajo el halo de una copa hecha de líneas ondulantes y voluptuosas, sus doradas flores difunden amenas y armoniosas narraciones. Inesperadas evocaciones de un ser de doble sexo.