Testosterona al volante
Aveces hay programas que sobrepasan sus propias expectativas. Y esto le pasa a Top Gear, un histórico de la BBC que nació en 1977 pero que se reinventó en el 2002 en su formato actual. La cadena Cuatro lo emite en horas matinales, sin que nunca sepas exactamente a qué temporada corresponde cada episodio. Pero eso no parece importarle demasiado a su público.
Top Gear es un programa de coches, dirigido y presentado por un trío de apasionados, entre ellos el célebre Jeremy Clarkson. El tema central de cada episodio es poner a prueba tipos diferentes de vehículos, sea en un circuito cerrado o en algunas carreteras y autopistas donde la velocidad no es un problema. Clarkson, junto a Richard Hammond y James May, hablan de lo que sienten mientras conducen cada uno de los modelos, lo cual les sirve para hacer lo que acaba siendo más representativo del programa: hablar más bien mal de cada coche, sacando a relucir sus pocas virtudes y la mayoría de sus problemas. No se trata de que el coche corra más o menos sino en las condiciones en que lo hace, si tiene estabilidad en rectas o curvas o si lleva una decoración interior que haga vomitar a cualquiera de los presentadores.
Clarkson en particular se pasa los programas mezclando la crítica de coches con otras variables. Si un vehículo tiene un motor demasiado potente para su carrocería, Clarkson lo describe así: “Es como tener una comadreja que se mueve en tus calzoncillos”, una manera de dejar claro a qué tipo de público se dirige. Toda ocasión es buena para criticar a los coches alemanes, a los ecologistas, a los abstemios, a los que van en bicicleta, a los que veranean en caravana, a los que utilizan el transporte público, a los que van lentos en carretera o a Fernando Alonso. Muchas veces se establecen competiciones entre tres coches, conducidos por los tres presentadores, lo que da pie a comparaciones entre los países constructores. Clarkson defendía un Ford hecho en Bélgica contra un BMW porque decía preferir a los belgas, ya que ellos, a diferencia de los alemanes, nunca tenían nada que celebrar y construían mucho mejor.
El programa proclama valores aborrecibles y es pura testosterona masculinista. Pero analiza críticamente el objeto de su deseo, es inapelable con cualquier marca y no duda en reírse de países enteros. Y eso, en tiempos en que las cadenas parecen tiendas publicitarias, acaba siendo un valor.