Los Juegos de Mireia
La nadadora catalana vuelve a sorprender con una segunda plata en uns 800 libre de ensueño Belmonte eleva a tres las medallas españolas el día en que Phelps amplía su leyenda
Mireia Belmonte ya no es una nadadora. Ahora es una leona, un tiburón, un chacal. La catalana lo volvió a hacer 48 horas después de su primer estallido. No sólo no se conformó con una plata, sino que fue a por otra medalla con la ambición de los que confían en sí mismos de forma ciega. No só- lo no bajó el pie del acelerador, sino que la liberación que le supuso el éxito en los 200 mariposa la impulsó como un ventilador hacia otro subcampeonato, ahora en los 800 libre. Fue un carrerón de Mireia, definitivamente la mejor nadadora española de todos los tiempos. Lo hizo tal como había explicado en la víspera. Con ardor pero con inteligencia. Con furia pero con calma. Con fuerza pero con pausa. Su táctica fue maravillosa, perfecta. De menos a más, fue manteniéndose a una distancia prudencial de las primeras para hincarles el diente en la segunda parte de la prueba. Segunda plata para Belmonte, tercera medalla para España, todas de ellas de féminas.
Su entrenador, Frederic Vergnoux, estaba en lo cierto. Mireia no era una nadadora de una sola prueba. No había que limitarla ni cortocircuitarla. Había que prepararla para que explotara sus virtudes. Se ha transformado en una luchadora polivalente. Pagó la novatada el primer día, en su debut en una final olímpica. De aquel octavo puesto no se hundió, sino que sacó una lección para el futuro inmediato. Y qué lección. “Mis rivales van a salir a ritmo de récord del mundo, yo tengo que aguantar y después ir recuperando, si puedo”, declaró el jueves. Fue exactamente así lo que ocurrió. La estadounidense, de 15 años, Katie Ledecky completó una exhibición imbatible. Se disparó muy pronto. Por detrás intentaron seguirla la heroína local Rebecca Adlington, campeona olímpica en Pekín, y la danesa Lotte Friss. En esa estresante tarea se desgastaron y lo pagarían más tarde. Mientras, Belmonte se mantenía agazapada, lo que en baloncesto sería la táctica del conejo. Escondidita, tapadita. A su ritmo. Sin echar el resto. Esperando el momento oportuno para empezar a recuperar.
Hasta los 450 metros marchaba quinta. A los 500 ya iba cuarta, después de rebasar a la neozelandesa Lauren Boyle. Las diferencias se iban estrechando, quitando, claro, la gran superioridad de Ledecky, que nadaba sola. Pero Belmonte tenía en su punto de mira a Friss. Le había ganado en
una carrera en Dinamarca este año y esa referencia le estaba yendo de maravilla porque le fue comiendo la moral palmo a palmo hasta superarla a los 650 metros. Quedaban 150 para darlo todo, para dejarse el alma, para nadar con el corazón. La duda era si Mi- reia resistiría, en una prueba tan larga, su propio ímpetu. Vaya si aguantó. De sobras.
Entre gritos de “Becky, Becky” del público, en referencia a Adlington, Belmonte prosiguió su ascensión. Ya tenía el bronce prácticamente en el bolsillo, pero deseaba más. Nunca hay que conformarse, le espeta su entrenador cada día. Con ese mandato la badalonesa se dirigió hacia Adlington. Ni el apoyo de los aficionados pudo lograr que Mireia estuviera segunda a falta de los últimos 100. No hubo más cambios de posiciones en el podio. Ledecky certificó su irrupción y bordeó la plusmarca mundial y Belmonte ató su plata con un crono que supone bajar su récord de España en cuatro segundos. Mireia, siete segundos mejor que en las series, enseñó cómo se compite.
Termina el maratón sensacional de Belmonte. Dos medallas, tres finales y once veces que se lanzó a la piscina. Tras una merecida celebración (ahora ya se puede tirar en paracaídas para cumplir su promesa), Belmonte pondrá en su horizonte el Mundial de Barcelona del próximo año. Será su principal reclamo.