Manda la Alianza Atlántica
Hace 71 años que en aguas de Terranova, a bordo de un destructor de la Navy, se encontraron Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill. Una histórica escapada del primer ministro británico, que por tres días dejó Downing Street y las subterráneas salas de operaciones y de los mapas, y el búnker desde donde los jefes del Estado Mayor dirigían la guerra, todavía defensiva, que convirtió Londres y su área metropolitana en el solitario y heroico baluarte de las democracias occidentales. Jornadas de relativa distensión para el campeón de esa valiente resistencia, pues como era de prever, los ejércitos de Hitler y Stalin ya estaban en guerra, tras la cínica alianza de reparto de Europa.
Las aplastantes divisiones blindadas ya estaban a las puertas de Moscú, en una nueva y multiplicada ofensiva, convencidos el Führer y su corte de que iban a dejar en anecdótico el paseo que exhibieron en la costa atlántica en junio de 1940 las fuerzas de élite de los panzer. No sin antes arrasar, sin previo aviso, el puerto de Rotterdam y doblegar al ejército belga que había declarado su neutralidad. Igual ferocidad había demostrado la Luftwaffe en la destrucción de Coventry, prólogo de la batalla aérea en el cielo londinense, seguro Göring de que mediante esta proeza quedarían abiertas las puertas británicas a la invasión de la isla. No contaban los nazis con el espíritu de sacrificio y la admirable respuesta de un pueblo al que Churchill sólo prometía “sangre, sudor y lágrimas”. Murieron innumerables jóvenes pilotos de la RAF, muchos a bordo de aparatos recién salidos de Detroit y California. También ciertas unidades aéreas polacas que pudieron escapar de la traicionera ocupación estalinista. Pero el honor y la defensa de las libertades quedaron a salvo.
La Carta Atlántica
Profundas fueron, en los años treinta, las experiencias arrostradas y las ruinosas consecuencias de la frívola política de abandono de ingleses y franceses ante las realidades brutales que los líderes nazifascistas anunciaron y pusieron en práctica. Por eso mismo, Churchill y su inteligente interlocutor americano creyeron oportuno pensar en el día después de una victoria por la que lucharían sin pausas. A Roosevelt, además de su brillante brain trust, en el que ya figuraban Gal-
A Obama le preocupa verse en la obligación de ordenar intervenciones bélicas antes de su reelección
braith, Acheson y Sumner Welles, por citar algunos, también asesoraban gentes como Kennan, o el genial Jean Monnet, que también inspiraba al propio gabinete de Downing Street. Churchill gobernaba en coalición con los laboristas de Attlee, los notables Cripps, Bevin y Bevan. Y atendía a importantes jefes de casas reinantes en democracias parlamentarias, y valiosos dirigentes cual De Gaulle o Spaak. Todos ellos refugiados y activos resistentes.
Churchill pensó en el futuro basado en tales mimbres y en un potencial industrial que el propio Hitler, ignorando la realidad de EE.UU., sugestionado por la propaganda de Goebbels, se imaginaba un país primario de frivolidad hollywoodiense. Convenció el premier a su amigo y aliado presidente de la necesidad de redactar y difundir una Carta Atlántica, documento fundacional de lo que debía convertirse en la Alian- za democrática más poderosa de la civilización occidental, que incluía la teoría de las cuatro libertades declaradas por Roosevelt en su programa del New Deal.
Lo extraordinario de este histórico compromiso es que no quedó en un sueño, ni en papel mojado. Las democracias de Occidente todavía viven de esa carta fundacional. La Europa Unida en construcción, incluida e intuida por Monnet, prologada por la iniciativa de la CECA, ensayo exitoso de cooperación franco-germánica, que con el apoyo de Schuman derivó en el tratado de Roma de 1958, entre seis primeros países unionistas. Todo ello elaborado con la Casa Blanca, que empezó por el Plan Marshall, plan que indicaba la voluntad de no caer de nuevo en los fatales errores de la paz de Versalles. Y en el fracaso de la Sociedad de Naciones ginebrina. Marshall y Dean Acheson convencieron a Truman del necesario padrinazgo de Estados Unidos y Canadá. También el de Churchill a favor de la futura Europa. Primaban las razones de estrategia y de supervivencia de las democracias, el “menos malo de los sistemas”.
Obama, alarmado
Así es como nos llega la voz de alarma que hace pocos días lanzó a Europa el presidente Obama, entrado ya en los cien días de su campaña electoral. No es que tema perder la reelección. De momento, pese a la degradante campaña del Tea Party y demás reaccionarios, alentados por el canal televisivo de la Fox que financia el desacreditado Murdoch, Obama no teme a su rival bostoniano, cuya fugaz campaña en Londres y europea retrata la talla moral del pretendiente.
Las democracias occidentales todavía viven del sueño atlántico de Churchill y Roosevelt
Lo que inquieta al actual y digno inquilino de la Casa Blanca es verse obligado a ordenar intervenciones bélicas antes de su probable reelección. Obama ha demostrado talento y buen hacer. Y, por supuesto, la prioridad que concede a Europa y a la eurozona, ese viejo continente que pretendió menospreciar el gobierno de Bush júnior.
Materia gris y prioritaria estrategia
A los estadounidenses ilustrados les consta que Europa sólo posee escasas reservas de materias primas. Depende del exterior en casi todas las fuentes de energía. Sin embargo , como recordaba Javier Solana, su materia prima es la materia gris, de la que siguen drenando los centros científicos de investigación de la superpotencia americana y de algunas potencias europeas, pese a que la globalización está poniendo en valor competencial a asiáticos, indios, chinos, japoneses y otros países emergentes. Lo que inquieta a Obama no es la era de interdependencias en la que ha entrado la mundialización. Estados Unidos se sabe interdependiente de la otra superpotencia, China, y viceversa. La cuestión es que las respectivas direcciones estén en manos responsables, sea la Casa Blanca y el Pentágono, en Estados Unidos, o el Comité Central, en el milenario imperio amarillo. El que descubrió en Hong Kong que comunismo y capitalismo podían ser compatibles.
Lo importante, visto desde Washington, es que aliados y rivales sensatos controlen la situación. De ahí el susto de Obama al observar el panorama de conflictos, guerras y guerrillas civiles que presenta el mapamundi. Sólo faltaba que en la eurozona dejen de lado los problemas estratégicos a los que, se quiera o no, hace decenios que aseguran la sexta y otras flotas de la Navy en su rol de rule the waves. Prioridad a la seguridad colectiva, inherente a los deberes de la Alianza Atlántica. Este podría ser el mensaje que trasladó el secretario del Tesoro de Washington a los responsables de la Unión Europea. Junto a que Italia y España son vitales. Monti y Draghi lo entienden así y piden a franceses y alemanes que sigan con su tándem y defiendan el euro, facilitando créditos condicionados a descapitalizadas instituciones.
Italia, su inapreciable base marítima napolitana, facilitó los armisticios balcánicos y la reciente caída de Gadafi. El papel de España no es de menor importancia, junto a Portugal. Iberia es la península más estratégica de Europa del Sur. Y la base de Rota, en pleno desarrollo para la instalación de misiles antimisiles con vista a diversas coberturas. De sur a norte, de este a oeste del Mediterráneo y de cara al Atlántico y al continente africano, empezando por la actualidad de Mali, antesala del Sáhara que se trata de salvar de infiltraciones terroristas.
Vivimos en la fantástica teoría reaganista de guerra de las galaxias, el argumento que, como un buen jugador de póquer, fue utilizado por aquel presidente de la época para amenazar a Gorbachov y sus demás ajedrecistas.
Sintonía con las democracias
Obama y sus colaboradores del Pentágono no han caído en sueños imposibles. Su franca cooperación con el Pentágono ha ido desde Colin Powell a Gates –a quien mantuvo hasta su jubilación en el Departamento de Defensa– a el apoyo a la sensatez de la élite del Black Power, reclutador de importantes voluntariados estadounidense y latinos de color. Los que consiguen efectivos de refresco para cubrir la vigilancia de varios lugares del mundo. Entre los miembros de la Alianza occidental destaca España, con su Rey y su heredero, soldados familiarizados con las nuevas tecnologías. Al frente de jefes militares formados en puestos de mando y en zonas que la situación ha revelado de innegable profesionalidad, a la altura de sus importantes misiones. Muy apreciados en Bruselas, también la actuación de excelentes diplomáticos españoles. La reciente tria en la cúpula de la cadena de mando y las reuniones del directorio de Defensa abonan la opinión de que se toma muy en serio el capítulo de la seguridad colectiva. En sintonía con los auténticos defensores de la democracia, incluidos los automarginados, a los que consta el poderío de la reacción y mafiosos asociados.