La tensión Generalitat-estado
LA semana que terminamos ha sido pródiga en tensiones entre el Gobierno central y el Govern de la Generalitat de Catalunya. El gesto del conseller Mas-Colell de no asistir al Consejo de Política Fiscal y Financiera, alegando que para “ir de oyente, mejor nos envian un e-mail”, representa un hito más en las desavenencias entre los dos ejecutivos. Una decisión que al día siguiente fue corregida por el propio conseller al descartar la presentación de un recurso ante el Tribunal Constitucional por la distribución autonómica del límite de endeudamiento y que es hora de “empezar de cero y abrir el diálogo”. No le interesa a Catalunya ni a España que las divergencias, que existen, se conviertan en obstáculos insalvables, aunque sólo sea por la imagen que se proyecta al exterior en un momento crucial.
La relación se ha degradado desde hace tiempo por causas bien conocidas. La crisis financiera y económica ha llevado esas siempre complicadas relaciones a situaciones de alto riesgo y que, lejos de amainar las tensiones, las enconan aún más. Por no ser prolijos en los motivos de desencuentro, baste citar el déficit fiscal no resuelto que viene soportando Catalunya desde hace décadas, o los impagos por parte de la Administración central de los recursos pactados en el Estatut para financiar el enorme déficit en infraestructuras que colapsan las posibilidades de crecimiento, o el aumento de tarifas en los peajes de las autopistas, algo que exaspera con razón a buena parte de la opinión pública catalana. Unos haberes que resultan poco menos que vitales dadas las críticas circunstancias de la tesorería de la Generalitat que han convertido en claramente insuficientes unos recortes de alto coste social que ninguna otra comunidad autónoma ha realizado hasta ahora.
De la misma manera que el Govern de Artur Mas y la coalición que lo apoya, CiU, tienen un flanco que los empuja hacia el independentismo, el Gobierno de Mariano Rajoy está presionado por las ansias recentralizadoras de un importante sector del PP. Cualquier desliz o pronunciamiento en uno u otro sentido de ambos ejecutivos es interpretado de forma airada por esos sectores que les exigen decisiones rupturistas, sean la independencia, sea la intervención de la Generalitat. Así, no sorprende que en algunas ocasiones se realicen declaraciones con un cierto regusto de encono, como cuando desde el Gobierno central se amenaza con intervenir las autonomías que no cumplan el déficit, o, en este contexto de tensión, desde CDC se envía una carta a sus militantes en la que se asegura que “Catalunya ha iniciado el camino hacia la libertad”.
En todo caso, no resulta extraño que algunos afirmen que el tratamiento que se da a la autonomía catalana por parte del Estado no tiene otro objetivo que su intervención. O que, cuando se oyen voces reclamando una reforma del Estado Autonómico, por otra parte necesario, desde Catalunya se denuncie que el interés último de quien así se expresa no es otro que el control de esta autonomía. Tensiones que han traspasado las fronteras y la cuestión autonómica y catalana aparece de forma harto simplista en algunos medios europeos como la causa fundamental de la crisis en España.
Es hora de que unos y otros reflexionen sobre la forma de resolver el problema financiero que ahoga a Catalunya, del que no es la única responsable. Mariano Rajoy y Artur Mas deben decidir si se ponen ya manos a la obra. Tienen todo el mes de agosto por delante.