No digas que fue un sueño
Desde la segunda mitad del siglo XX se gestó en Europa Occidental una novedad histórica de enorme alcance. Países con democracia política conseguían notables resultados en progreso económico y bienestar social, convirtiendo a lo que hoy todavía se denomina la Unión Europea en un club el acceso al cual sirvió de histórico referente en décadas anteriores a países del Sur y del Este del Viejo Continente que teníamos déficits tanto en democracia como progreso y bienestar.
De un tiempo a esta parte algo profundo parece estar quebrándose a este respecto. Primero de forma light con la globalización y ahora de forma más dura con la insensata gestión de la crisis, asistimos a retrocesos en paralelo de los tres vértices citados del modelo europeo. No se trata sólo de que se revisen a la baja los ingredientes del Estado de bienestar sino que recientemente ello se acompaña de reticencias asimismo respecto al papel de la democracia política, que se presenta desde esferas política y mediáticamente influyentes como un caro lujo cuando no directamente una rémora.
Los argumentos que se aceptaron en su momento para transferir el control de la política monetaria a una élite tecnocrática, con resultados ya visibles en Europa, se aplican ahora a gobiernos de países de la UE al tiempo que se abren paso entre las soluciones a aplicar unos consejos fiscales independientes que suplantarían de facto a unos parlamentos nacidos precisamente para decidir sobre el alcance y la utilización de los impuestos de la ciudadanía. Que, mientras tanto, Europa se presente como el eslabón débil en el crecimiento económico a escala mun-
El peor legado de la crisis sería la demolición de lo que ha sido Europa: democracia, progreso y bienestar
dial se presenta como argumento adicional para debilitar el modelo europeo e inducir a su revisión en términos de degradación de la democracia y el bienestar.
Por supuesto hay que reconocer que se han cometido excesos y que a menudo es cierto que han hecho flaco favor al modelo europeo quienes se presentaban como sus más entusiastas partidarios. Pero la fiereza con que se están aprovechando esos excesos y errores para dinamitar lo que históricamente han significado las últimas décadas de Europa es injusta y desproporcionada. Ya oímos como las poderosas fuerzas que están propiciando esa demolición nos dicen que la trilogía democracia+progreso+bienestar fue un sueño insostenible. El poema del griego Kavafis –magistralmente recreado en su día por Terenci Moix– nos recuerda que, como Marco Antonio al tener que abandonar Alejandría, no debemos caer ni en el desánimo nihilista ni en la tentación de aceptar resignadamente que todo fue un sueño. El peor legado de la crisis sería que cuando los europeos de cierta edad expliquemos a nuestros nietos que hubo una época en que democracia, progreso y bienestar convivieron en este continente tengamos que oírnos que dejemos de contar batallitas, que todo fue un sueño… que por acción de unos y omisión de muchos dejamos escapar.