Un programa para el rey
Un programa sobre la Casa Real dará mucho material a críticos y humoristas para crear bromas y chistes
CATAPLASMAS. Televisión Española anuncia su intención de elaborar un programa sobre la Casa Real. Sorpresa. No sé si es una buena idea. Porque transmite una primera impresión desfavorable, a saber: que la Casa real necesita ayuda. Y esto la debilita más que la fortalece. Quizá sea cierto que las encuestas aconsejan a la Casa Real la conveniencia de tonificar la confianza de sus súbditos y la necesidad de recuperar puntos de credibilidad y afecto, razonable propósito que, sin embargo, debería perseguirse de otro modo. De un modo más sutil, “sin que se note el cuidado” (como decía Felipe V al respecto de su política). Si se nota el cuidado, la batalla se habrá perdido antes de comenzarla. Y se nota. El tiro de Froilán, el elefante de Botsuana, las andanzas de Urdangarin y otros tropiezos difícilmente se restañarán con un programa de televisión, por bien hecho que esté. Un programa de televisión es, por definición, una estridencia. Otra más. Y las dolencias de la Casa Real necesitan cataplasmas más delicadas, suaves, discretas, menos llamativas que un programa específico. Se interpretará como campaña televisiva a favor de la Casa Real, y eso sólo conseguirá llamar la atención sobre el bache, no atemperarlo. No es difícil imaginar que los críticos de televisión (personas insidiosas por naturaleza), los comentaristas políticos, los tertulianos del corazón, los analistas de todo pelaje y, sobre todo, los humoristas de tierra, mar y aire estarán pendientes de este programa, muy atentos, con la comprensible intención de convertirlo en fecundo filón para chistes, bromas, gags y glosas jocosas. Quizá el programa sea un éxito de audiencia, pero menos en beneficio de la Casa Real que de sus críticos. Ya hay bromas en la red: Marichalar, Hermano mayor; Cristina, Pasapalabra; Urdangarin: Atrapa un millón; Froilán, Supervivientes; Juan Carlos: Perdidos en la tribu... O sea, que los asesores de la Casa Real deberían evitar un programa así, no propiciarlo. En su noble propósito de ayudar a su Señor quizá han incubado esta idea en la solitaria desesperación de sus despachos, de la que podrían acabar arrepintiéndose. Ya en su día, siendo jefe del Gobierno, lo intentó Felipe González consigo mismo: en los días en que arreciaban las críticas contra su gestión, decidió González sentarse en una butaca cómoda, junto a un velador con lamparita, vestido con informal pullover de pico y con un guiño cómplice de salita de estar. Fue un fracaso, por supuesto. No coló. Todo esfuerzo por caer bien acaba mal.
ENCUESTAS. El éxito de la manifestación de la Diada puede medirse con el termómetro del humor. Ha inspirado esta semana encuestas callejeras como las de Punto pelota (Intereconomía), que ha preguntado a transeúntes si la Liga de Fútbol española debería o no permitir al Barça de una Catalunya independiente participar en la competición (ha ganado el “no”). De un modo menos solemne también el programa El intermedio ha jugado con esta variable política: ha salido a la calle para pedir a transeúntes madrileños que finjan ser catalanes para opinar sobre cómo llevan vivir en la capital de España. Algún castizo voluntario se ha prestado y ha fingido hablar catalán –previa instrucción: “Suprime la última letra de cada palabra: en vez de verde, tú di verd, y ya está”–, y el resultado ha sido muy hilarante, la verdad. Less ha hecho ilusión descubrirse hablando catalán. Está muy bien que los asuntos de Estado se aborden con todo el sentido del humor.