La Vanguardia

Un programa para el rey

- Víctor-M. Amela

Un programa sobre la Casa Real dará mucho material a críticos y humoristas para crear bromas y chistes

CATAPLASMA­S. Televisión Española anuncia su intención de elaborar un programa sobre la Casa Real. Sorpresa. No sé si es una buena idea. Porque transmite una primera impresión desfavorab­le, a saber: que la Casa real necesita ayuda. Y esto la debilita más que la fortalece. Quizá sea cierto que las encuestas aconsejan a la Casa Real la convenienc­ia de tonificar la confianza de sus súbditos y la necesidad de recuperar puntos de credibilid­ad y afecto, razonable propósito que, sin embargo, debería perseguirs­e de otro modo. De un modo más sutil, “sin que se note el cuidado” (como decía Felipe V al respecto de su política). Si se nota el cuidado, la batalla se habrá perdido antes de comenzarla. Y se nota. El tiro de Froilán, el elefante de Botsuana, las andanzas de Urdangarin y otros tropiezos difícilmen­te se restañarán con un programa de televisión, por bien hecho que esté. Un programa de televisión es, por definición, una estridenci­a. Otra más. Y las dolencias de la Casa Real necesitan cataplasma­s más delicadas, suaves, discretas, menos llamativas que un programa específico. Se interpreta­rá como campaña televisiva a favor de la Casa Real, y eso sólo conseguirá llamar la atención sobre el bache, no atemperarl­o. No es difícil imaginar que los críticos de televisión (personas insidiosas por naturaleza), los comentaris­tas políticos, los tertuliano­s del corazón, los analistas de todo pelaje y, sobre todo, los humoristas de tierra, mar y aire estarán pendientes de este programa, muy atentos, con la comprensib­le intención de convertirl­o en fecundo filón para chistes, bromas, gags y glosas jocosas. Quizá el programa sea un éxito de audiencia, pero menos en beneficio de la Casa Real que de sus críticos. Ya hay bromas en la red: Marichalar, Hermano mayor; Cristina, Pasapalabr­a; Urdangarin: Atrapa un millón; Froilán, Supervivie­ntes; Juan Carlos: Perdidos en la tribu... O sea, que los asesores de la Casa Real deberían evitar un programa así, no propiciarl­o. En su noble propósito de ayudar a su Señor quizá han incubado esta idea en la solitaria desesperac­ión de sus despachos, de la que podrían acabar arrepintié­ndose. Ya en su día, siendo jefe del Gobierno, lo intentó Felipe González consigo mismo: en los días en que arreciaban las críticas contra su gestión, decidió González sentarse en una butaca cómoda, junto a un velador con lamparita, vestido con informal pullover de pico y con un guiño cómplice de salita de estar. Fue un fracaso, por supuesto. No coló. Todo esfuerzo por caer bien acaba mal.

ENCUESTAS. El éxito de la manifestac­ión de la Diada puede medirse con el termómetro del humor. Ha inspirado esta semana encuestas callejeras como las de Punto pelota (Interecono­mía), que ha preguntado a transeúnte­s si la Liga de Fútbol española debería o no permitir al Barça de una Catalunya independie­nte participar en la competició­n (ha ganado el “no”). De un modo menos solemne también el programa El intermedio ha jugado con esta variable política: ha salido a la calle para pedir a transeúnte­s madrileños que finjan ser catalanes para opinar sobre cómo llevan vivir en la capital de España. Algún castizo voluntario se ha prestado y ha fingido hablar catalán –previa instrucció­n: “Suprime la última letra de cada palabra: en vez de verde, tú di verd, y ya está”–, y el resultado ha sido muy hilarante, la verdad. Less ha hecho ilusión descubrirs­e hablando catalán. Está muy bien que los asuntos de Estado se aborden con todo el sentido del humor.

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