“¿Por qué tanto horror en Siria?”
El Papa pide a los países árabes que ayuden a resolver el conflicto
La visita del Papa a Líbano terminó igual que comenzó, con la tragedia en la vecina Siria en primer plano. La agenda pontificia se vio condicionada por una crisis que perpetúa y agrava la inestabilidad en Oriente Medio y que preocupa sobremanera al Vaticano porque amenaza aún más la ya precaria supervivencia de los cristianos en la región.
Benedicto XVI escogió ayer los momentos previos al rezo del Ángelus, tras la celebración eucarística en Beirut, en una gigantesca explanada frente al mar, para “implorar el don de la paz” para Siria y los países vecinos. Las palabras del jefe de la Iglesia católica las pudo escuchar una masa humana que el portavoz de la Santa Sede, el padre jesuita Federico Lombardi, estimó en al menos 350.000 personas.
Tras mencionar a Siria, el Sumo Pontífice lamentó los sufrimientos que generan esta clase de conflictos. “Desgraciadamen- te, el ruido de las armas continúa escuchándose, así como el grito de las viudas y de los huérfanos –dijo Joseph Ratzinger–. La violencia y el odio invaden sus vidas, y las mujeres y los niños son las primeras víctimas”. “¿Por qué tanto horror? –se preguntó el obispo de Roma, elevando su voz–. ¿Por qué tanta muerte? Apelo a la comunidad internacional. Apelo a los países árabes, de modo que, como hermanos, propongan soluciones viables que respeten la dignidad de toda per- sona humana, sus derechos y su religión”.
La firme actitud del Papa alemán recuerda la que adoptó su predecesor, Juan Pablo II, contra la primera y, sobre todo, contra la segunda guerra de Iraq. Las simpatías y el respeto de que goza el Vaticano en el área no son ajenas a la política del carismático pontífice polaco.
El enérgico alegato papal, dirigido a los líderes internos y externos que tienen en sus manos frenar el drama sirio, prosiguió con una defensa de la tolerancia: “Quien quiere construir la paz debe dejar de ver en el otro un mal que debe eliminar. No es fácil ver en el otro a una persona que se debe respetar y amar, y sin embargo es necesario, si se quiere construir la paz, si se quiere la fraternidad”. “Que Dios conceda a vuestro país, a Siria y a Oriente Medio el don de la paz de los corazones, el silencio de las armas y el cese de toda violencia”. Antes, en la homilía, Benedicto XVI había dado a los cristianos la misión de ser “servidores de la paz y de la reconciliación”.
Era difícil para el público se- guir con precisión las palabras del Papa. No obstante, para la inmensa mayoría de gente que acudió a la misa, lo fundamental era la simple presencia de Benedicto XVI y el hecho de haber respondido a la llamada. Acudieron familias enteras, de todo el país, que soportaron largos embotellamientos y resistieron un sol implacable. La organización repartió bolsas en las que había una gorra, una botella de agua, una bandera vaticana, un pañuelo, unos Evangelios en árabe y un librito con la liturgia de la misa.
El escenario de la ceremonia se ha bautizado pomposamente como Beirut City Center Waterfront. Se trata de terrenos ganados al mar con escombros de los edificios destruidos durante la guerra civil libanesa (1975-1990). Es un proyecto que impulsó Rafiq Hariri, el magnate suní que fue primer ministro y murió asesinado mientras ejercía el cargo, en el 2005.
“Los cristianos nos quedamos más tranquilos de ver que el Papa se ocupa de nosotros –declaró
Ghassan Daouk, ingeniero químico, de 25 años-. No soy muy optimista sobre los cristianos en Oriente Medio en general pero sí sobre los de Líbano, pues aquí somos muchos. Espero que Europa nos ayude”.
Entre los presentes había numerosos representantes de la am- plísima diáspora libanesa que se hallan de vacaciones en su patria. “Líbano es un país pacífico; el problema siempre han sido las injerencias extranjeras”, opinó una joven veinteañera, de familia libanesa, que nació y vive en Dubái. John Shebib, empleado de banca, de 29 años, nacido en Arabia Saudí pero de nacionalidad libanesa, no quiere seguir el ejemplo de familiares suyos que residen en Estados Unidos, Canadá, Francia, Inglaterra y Australia. “Yo soy optimista, y prueba de ello es que no voy a emigrar –aseguró–. La visita del Papa me anima a quedarme en mi patria”.
Lombardi expresó la plena satisfacción por un viaje que, como reconoció, se presentaba a priori bastante complicado. “El balance es absolutamente positivo”, dijo el portavoz. Según él, “el Papa ha prestado un servicio a Líbano”, para que preserve su convivencia entre comunidades, y también un servicio a Oriente Medio. A su juicio, el mensaje ha sido “bien acogido y bien entendido”, además de dejar como “herencia” el documento final del sínodo de Oriente Medio. “Ha hecho bien en venir (a Líbano), en tener el coraje”, concluyó Lombardi.
Antes de dirigirse al aeropuerto, Benedicto XVI tuvo el gesto de celebrar un encuentro ecuménico. Escogió hacerlo en el patriarcado de Antioquía de los si- rio-católicos, en Charfet. Ya a pie de avión, el Papa agradeció la acogida recibida e hizo votos para que Líbano sea fiel a su tradición de mosaico y no caiga en la fragmentación. Joseph Ratzinger agradeció particularmente a las comunidades musulmanas su contribución al éxito de la visita.
El vuelo de regreso a Roma lo realizó la comitiva papal, como es costumbre, en un avión de la compañía del país anfitrión, en este caso Middle East Airlines. La aerolínea hizo gala de generosidad mediooriental y, rompiendo la norma, no cobró billete a los periodistas.