La Cursa de la Mercè vuelve a batir récords
El éxito de la Cursa de la Mercè confirma la fiebre por el atletismo urbano que vive Barcelona
Los hombres de negro llegaron ayer a Barcelona y se extendieron como una mancha desde Montjuïc hasta el Arc de Triomf. Pero que nadie se asuste, no per- tenecían a la temida troika. No venían de Bruselas y tampoco vestían trajes ni portaban maletines. Los de ayer iban un poco más informales. Más sudorosos y se movían a paso ligero. Algunos parecían volar. Eran muchos, eso sí, dicen que en número llegaban a los 16.000. No es una cifra baladí, se trata del nuevo récord de participación alcanzado en la Cursa de la Mercè que se celebró ayer y que demostró, una vez más, que lo importante es pasar un buen rato.
Sí. Para el corredor aficionado es mejor pensar sólo en participar. Sobre todo porque cuando está dispuesto a iniciar la marcha –doce minutos después de dar la salida– puede resultar un duro golpe de realidad escuchar por megafonía que los atletas profesionales ya han recorrido más de tres kilómetros. Pero, bueno, mejor no engañarse: es una ventaja del todo inalcanzable que produce cierto relajo y también desesperación. Este sentimiento vuelve a herir en el orgullo al llegar a la plaza Universitat cuando de
un lado y del otro se cruzan los que aún tienen siete kilómetros por delante con aquellos privilegiados a los que apenas les quedan tres del recorrido. El corredor aficionado debe ser consciente de sus limitaciones. Nunca será como Roger Roca, ganador en categoría masculina, y Carla Bertos, en femenina, que fulminaron los 10 kilómetros en 30,41 minutos y 38,32, respectivamente.
Tardará más, pero correrá en una ambiente festivo junto a deportistas de todas las edades. Padres acarreando cochecitos en los que portaban plácidos y dormidos bebés ajenos a la carrera. (Seguro que a más de uno se le pasó por la cabeza sacar al niño y descansar un rato en la sillita). Pero también había pequeños espoleados por los mayores durante todo el recorrido para que llegaran al final, jóvenes y, esto sí que es destacable, un importante grupo de personas mayores. A ratos corriendo y otros a pie, lo que demuestra que la práctica del deporte no tiene edad y que en Barcelona es más que habitual ver legiones de corredores a cualquier hora del día por la Diagonal, el paseo Marítim o la carretera de les Aigües.
Los 16.000 deportistas que ayer participaron en la Cursa de la Mercè se encontraron con un público entregado a lo largo de todo el recorrido. Turistas, vecinos o transnochadores que llegaban de fiesta y que alentaron a los corredores a continuar y a no flaquear hasta llegar a la meta. Este ambiente festivo era extrapolable al pelotón. Era imposible no sonreír al ver a un joven disfrazado de conejita play boy, con culotte y sujetador, que no pasó desapercibido para las corredoras femeninas que sentenciaron que no le sentaba del todo mal.
Pero como en toda buena carrera popular que se precie los hay que se lo toman en serio y dicen verdaderas barbaridades de los correligionarios que tienen a su alrededor. “Ese niño gordo ha estado a punto de adelantarme y al final no ha podido. Faltaría más”, le decía despectivo un joven a otro. El resto de compañeros se lo quedaron mirando con cara de asombro y seguramente pensando que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. El joven en cuestión no era el David de Miguel Ángel precisamente.
En esta ocasión, los deportistas estrenaban recorrido. La organización decidió variar el itinerario para así ampliar en 2.000 el número de corredores que po-
TRIUNFADORES Los ganadores de la Cursa fueron los atletas Roger Roca y Carla Bertos
dían participar. La Cursa de la Mercè se ha convertido en un fenómeno de masas y cada año es habitual que la inscripción se cierre dos o tres semanas antes de que se celebre, lo que provoca que algunos deportistas corran sin dorsal. De ahí, la necesidad de apostar por vías con mayor capacidad y evitar los temidos tapones en las carreras.
La competición partió de la avenida Maria Cristina, tomó el Paral·lel, subió por Calàbria y llegó a la Gran Via hasta el paseo Sant Joan. Aquí, en bajada. se tomó el lateral del paseo Lluís Companys para luego subir por la parte peatonal. Sí. sí, subir. Una ligera ascensión que a muchos pilló por sorpresa. Esperaban el avituallamiento y este estaba unos metros más allá, en ronda Sant Pere.
Desde allí, a plaza Universitat y Sepúlveda. Los corredores aplaudían al vislumbrar cada uno de los globos azules que anunciaban que habían quemado un kilómetro más. De la calle Viladomat al Paral·lel, un paseo. La meta está cerca y, llegados a este punto, nadie abandona.
Sólo una objeción a la organización. Por favor, el avituallamiento final. El que sienta mejor y que uno está desesperado por tomar no lo sitúen al lado de la Font Màgica. Allá en lo alto. Las escaleras para el corredor aficionado son matadoras después de recorrer dignamente 10 kilómetros.