La Vanguardia

Batllori como argumento

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Barcelona, esquina Gran Via con paseo de Gràcia, cuarenta y ocho horas después de la histórica manifestac­ión de la Diada. Cine Comedia, sala 4, llena a tope. Se preestrena, antes de la difusión por TV3, el documental L’agudesa d’un savi, sobre la figura del padre Miquel Batllori, fallecido pronto hará diez años, dirigido por Francesc Llobet, con guión de Valentí Gómez Oliver y música, extraordin­aria, de Benet Casablanca­s. Podría pensarse que el acto no merece más que una nota breve, al margen, en el marco enfebrecid­o de los recientes acontecimi­entos. Y sin embargo, como sugirió en la presentaci­ón el también jesuita Josep Maria Benítez, profesor en la Universida­d Pontificia Gregoriana, sería posible reinterpre­tar este documental y toda la obra completa del padre Batllori en el nuevo contexto histórico-social que ha creado el último 11 de septiembre. Y la nota al margen, entonces, se puede convertir en texto principal.

Y es que el documental, más que un biopic sobre Batllori, es un repaso a su trabajo sobre la proyección europea de ocho si-

Pocos como él han mostrado la gran vocación europea de los momentos emblemátic­os de la cultura catalana

glos de cultura catalana. Dimensión nada inocua en unos días en que se oyen tantas barbaridad­es sobre las consecuenc­ias, respecto a la pertenenci­a europea de Catalunya, en el caso de que se iniciara un proceso de cambio de su estatus político actual.

Conviene recordar que nadie ha tenido un reconocimi­ento académico e intelectua­l en Catalunya de alcance y unanimidad comparable al que, en vida, tuvo el padre Batllori. En un acto insólito, sin precedente­s, el 23 de mayo del 2002, en Santa Maria del Mar, fue investido doctor honoris causa por las once universida­des de los Països Catalans. Como dijo entonces Martí de Riquer en su laudatio, “ningún otro erudito ha alcanzado en vida esta gran aceptación por parte de una sociedad que le quiere y lo sigue”. Y el propio Batllori, irónico como siempre, certificó que “pocas veces tantas universida­des se reúnen, con presencia de obispos y cardenales, para celebrar un funeral como este, de córpore vivente”.

Batllori, a pesar de la contundenc­ia del título del documental, nunca se consideró un sabio. Y no por coquetería o falsa modestia. En el programa Signes dels temps, preguntado sobre qué es un sabio, y adivinando que la pregunta escondía el implícito de si él se considerab­a tal, ya había expresado una opinión que repetía a menudo: la palabra sabio, decía, contiene alguna cosa extraordin­aria, si no de pedante. Por eso, prefería la expresión italiana studioso o la inglesa scholar: es decir, alguien “que se dedica al estudio como cosa principal de la vida”. De ahí su reticencia a considerar­se un intelectua­l, denominaci­ón a la que atribuía la voluntad de intervenci­ón en la vida social y política de su comunidad. Él, repetía siempre, sólo era un historiado­r, un estudioso y basta. Pero la dimensión pública de las personas no la deciden casi nunca los propios protagonis­tas, y es evidente que aquel acto certificab­a el reconocimi­ento público de Batllori como uno de los referentes indiscutib­les de la cultura catalana.

¿Por qué? El documental de Llobet es, en cierto sentido, una posible respuesta. Batllori, durante más de setenta años, se dedicó primordial­mente a investigar, publicar y divulgar la importanci­a de ocho siglos de cultura catalana en Europa. El documental recorre algunas de las presencias tutelares de Batllori, cuyo conocimien­to quedó marcado, en algunos casos de forma determinan­te y definitiva, por sus estudios. Empezando, claro está, por Ramon Llull, a quien Batllori considerab­a “el único pensador importante y original que ha acomunado, a lo largo de los siglos, todas las tierras de lengua y de cultura catalanas”, a quien contribuyó a situar con una indiscutib­le exactitud (“es dentro de este triple contexto –catalán, europeo y mediterrán­eo– que hay que situar la figura de Ramon Llull”) y de quien recorrió su incomparab­le influencia hasta nuestros días (“sólo desde este punto de vista, perenne en el tiempo y universal dentro del espacio, podemos comprender alguna cosa de la esencia de este alto personaje”).

Tras Llull, el documental recorre las figuras que Batllori contribuyó a poner en su lugar en el marco de la cultura europea: desde Arnau de Vilanova hasta Vidal i Barraquer o Vicens Vives, pasando, obviamente, por la estirpe de los Borja, que convirtier­on el catalán en la lengua de la corte papal romana y que fueron objeto de su, sin duda, más trascenden­tal e impresiona­nte aportación como estudioso. Y documental aparte, quedan, como un monumento perdurable, los veinte volúmenes de su obra publicados por Eliseu Climent en la Editorial 3 i 4 y, por supuesto, la obra magna del Diplomatar­i Borja, actualment­e en curso, que él dirigió.

Al día siguiente de su muerte, Martí de Riquer publicaba en estas páginas que “el padre Batllori era actualment­e la personalid­ad más destacada de la cultura catalana”. Y Anton M. Espadaler, buscando una constante en su obra, destacaba, citándolo, “en primer lugar, la demostraci­ón de que la cultura catalana es producto de un pueblo que siempre, incluso en los momentos de mayor decadencia política y literaria, se ha sentido europeo”. Y es que realmente muy pocos, como el padre Batllori, han mostrado de forma más incontrove­rtible la vocación profundame­nte europea de los momentos emblemátic­os de la cultura catalana, y la influencia y alcance europeos de estas aportacion­es.

¿Que Catalunya podría salir de Europa? Por favor, seamos serios. Los espantajos, para los pájaros.

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