Cuando se paga por vendimiar
Aficionados al vino europeos trabajan en el Priorat por placer
Pagar para poder vendimiar. No se trata de ninguna excentricidad ni de un hecho aislado. Cada año hay más turistas, todos grandes aficionados al vino, que viajan al Priorat para participar en la vendimia. Los países que más importan los reputados caldos de esta comarca, como Estados Unidos, Noruega, Alemania, Suecia o Bélgica, son también el origen principal de esta particular forma de enoturismo. Aunque los viajeros ni se parten el lomo ni madrugan, sí piden vendimiar de igual modo que los profesionales. Nada de experiencias de cartón piedra ni simulacros. “Es un turista entendido en vinos, muy viajado y de un
Los viajeros, gentes amantes del vino, se emocionan recolectando la uva o abriendo las tinajas
nivel cultural muy alto”, advierte Marta Domènech, cuarta generación del hostal Sport de Falset, donde se alojan la veintena de belgas desplazados este fin de semana al Priorat para vendimiar.
“Necesitaréis guantes y herramientas”, alerta Jaume Vallès, encargado de la bodega Mas BlancPinord, entre Falset y Bellmunt del Priorat. Los viajeros, convertidos por un día en jornaleros, se enfundan los guantes y se reparten, por parejas, entre las vides de la variedad chardonnay, ahora en plena vendimia. Vestimenta aparte, otra cosa delata a estos amantes del buen vino: se fotografían mientras vendimian al poco de coger las tijeras y empezar a recolectar la uva de forma manual, haciendo la selección en la planta, como se hace en la mayoría de los viñedos de las dos denominaciones de origen de la comarca (DOQ Priorat y DO Montsant).
Luc van Damme importa vinos del Priorat en Gante, donde tiene su negocio. Cuatro años atrás pensó en ofrecer a sus clientes la posibilidad de vendimiar en el Priorat y la demanda superó sus expectativas. “Tuvimos que cerrar la lista”, recuerda. Lo que empezó como una prueba se ha convertido en una visita anual y obligada. “Para un belga, una vendimia en el Priorat es algo exótico, este territorio es una joya, el grupo está emocionado”, destaca. A juzgar por las caras de estos turistas belgas, Luc no exagera. Algunos cuentan incluso que han desayunado menos para poder vendimiar mejor. “Quería saber lo que cuesta elaborar una botella del vino del Priorat que bebemos en casa, desde que se corta la uva”, explica Diane de Munter, empleada en una fábrica de herbicidas, esta mañana jornalera por gusto y ganas.
“Queremos que sea una experiencia real, aunque no hemos madrugado”, advierte Van Damme. En la bodega han elaborado el plan del día, que incluye recogi- da de la uva, entrada del producto en la bodega, proceso de fermentación en las tinajas y degustación del mosto, que se transformará con el paso de las semanas en vino. “Van a vivir una vendimia de verdad”, asegura el encargado de la bodega Mas Blanc.
“Estamos impresionados con las condiciones en que sobreviven estos viñedos”, dice Dirk Michielsems, en su país director financiero de un grupo de transporte y logística, que en esta escarpada finca se dedica en cuerpo y alma a la vendimia. No es su primera vez. Aficionado al vino, ya vendimió en Toro (Zamora) y Portugal. “Ya tenemos ganas de beber el vino que saldrá de estas uvas”, bromea Els, su mujer.
La vendimia, que empezó con
un apetitoso desayuno en el apacible restaurante familiar donde se alojan estos viajeros, acabará entrando la uva y conociendo los entresijos de la fermentación en la primera bodega en elaborar un vino biodinámico en España. Antes, entre viñedos, se habrán zampado un bocadillo de butifarra blanca y habrán catado algunos vinos; sólo se apartan de las vides para almorzar junto a la piscina y cargar las pilas para la tarde.
Los turistas regresan a las habitaciones del histórico hostal Sport (1923) cansados pero satisfechos. “Buscamos el placer del cliente”, sostiene Domènech,
Cada vez más bodegas del Priorat abren sus puertas a catas o vendimias para aficionados
una de las que más han creído en las posibilidades del enoturismo en el Priorat. Si una década atrás existían en esta comarca grandes dificultades para acceder a las bodegas y pocas habitaciones y servicios para los turistas, hoy hay en la zona unas 80 casas rurales. Los vinateros, con un centenar largo de bodegas entre las dos denominaciones de origen, son cada vez más sensibles a las peticiones de los aficionados, la mayoría clientes de sus caldos.
Marta Domènech cuenta que pocos días atrás recibió la petición de tres parejas de turistas brasileños. Entre sus demandas, antes de emprender el viaje, saber si sería posible visitar la bodega de uno de sus vinos predilectos, Mas Martinet. Pese a que la visita coincide con el momento más complicado del año para vinateros, la vendimia, esta bodega abrirá sus puertas a los brasileños. Cada vez hay más bodegas que organizan visitas y catas, casi siempre con reserva previa y en pequeño formato, siguiendo con la filosofía vinícola que impera en la comarca.
“Las bodegas han cambiado, enseñan lo que hacen, es una forma de vender directamente los vinos a sus clientes y de lograr gran visibilidad”, añade Domènech. “El turismo gastronómico, el vino, son los valores que nos permitirán pasar el relevo a una nueva generación”, pronostica.