La dimensión desconocida
José Tomás corta once orejas y hace historia en su encierro con seis toros en la plaza de Las Arenas de Nimes
Si esta fuera una crónica incluiría la ficha de la corrida y, en ella, quedaría reflejado que en Nimes, el 16 de septiembre, José Tomás se encerró en solitario con seis toros (excelentemente presentados) de distintas ganaderías a los que cortó once orejas y un rabo después de cinco estocadas (el cuarto, de Parladé, fue indultado), antes de salir a hombros por la Puerta de los Cónsules. Histórico.
Lo sucedido en la mañana nimeña, ante los asombrados ojos de quienes (catalanes, a puñados) se dieron cita en Las Arenas (las de Barcelona no, que son templo consumista) sublimó el arte del toreo de manera tal que, para contarlo, me permitiré, con su permiso, ensayar otros caminos.
En sus primeros años como matador, José Tomás dijo: “Uno debe salir a la plaza asumiendo todos los riesgos que conlleva vestirse de torero. Yo pienso salir así todas las tardes”. Y así ha sido, siempre, hasta límites inimaginables. En Nimes lo hizo como si cada toro fuese el último.
José Tomás asume libre e íntimamente la obligación moral de intentar torear como sueña que debe ser el toreo, realizarlo conforme a su ideal y, en Nimes, si no lo alcanzó muy cerca ha debido estar. Toda su elocuencia está en su toreo solemne y él está ahí, silencioso, hermético y metido en su papel de máximo oficiante de un rito antiguo y noble .
Las verónicas , los delantales, las gaoneras, las tafalleras, los faroles y otros lances en desuso o reinventados (como ese capote recogido y caído a plomo utilizado para torear en redondo como si fuera una muleta), surgen delicados. y profundos, el mentón
El de Galapagar, que logró el indulto del cuarto, se enfrentó a cada toro como si fuera el último
hundido en el pecho abombado, la cintura deslizante, la palma de la mano, las yemas de los dedos, que conducen embestidas dulces (las del primero) broncas (el Jandilla segundo) o entregadas (como las del toro indultado).
La lidia se desarrolló con limpieza inmaculada, a la que contribuyó el matador con toda suerte de lances apropiados en cada momento, ya fueran de lucimiento como de brega, en un amplísimo repertorio que despertaba ovaciones y asombro a partes iguales.
Con la muleta, fue el acabose. Si en el que rompió plaza todo surgió en pasmosa secuencia de ligazón y armonía, acordes a las embestidas, al segundo, que no cesó de mugir, le aguantó oleadas sin pestañear hasta desengañarlo. La misma receta, la del látigo y la seda, empleó con el de El Pi- lar y el resultado fueron tandas en redondo de auténtico clamor, tanto, que no se tuvo en cuenta que no cogiera la zurda.
Con el cuarto, que saltó al callejón de salida, la sinfonía torera (iniciada en el centro del oval con naturales sin espada) derivó en indulto. Tomás, tras simular la suerte suprema, se llevó al toro toreando hasta la puerta de chiqueros, donde le dio un último pase de pecho hacia la vida regalada de la dehesa.
Al quinto lo toreó con tanto mimo como ciencia y al rajado y mirón sexto, ofreciéndole barriga y femorales sin alterar ni un músculo. Estocadas de libro.
Acabó la corrida, salió a hombros el torero y el gentío salía a la realidad como el que vuelve (o eso dicen) de visitar dimensiones desconocidas. “En el toreo todo lo que no es milagro, es trampa”, sentenció Bergamín. En el toreo de José Tomás nada hay de trampa, luego todo es milagroso.
José Tomás quizás haya leído a Kundera y su texto La lentitud y en él: “Todo lo que merece la pena debe ser meditado. Detener el tiempo para pensar, para tratar de desvelar en qué consiste estar vivo. Entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido, hay un vínculo secreto. El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad del mensaje; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.
José Tomás pisa el ruedo y los terrenos del toro con lentitud, la misma con la que mueve capote y muleta o se va recto como una vela tras la espada para hundirla en el morrillo. Por eso su toreo queda en la memoria y se guarda en ella con suprema intensidad.
Por eso, a Tomás, buena parte del mundo del toreo no le merece: les ha dejado en evidencia.