La Vanguardia

Fútbol en tiempos de independen­cia

Escocia es una buena metáfora de lo que sería una liga catalana, pero a Celtic y Rangers no les ha ido bien

- Rafael Ramos

Un síntoma de la trascenden­cia del fútbol es que mucha gente haya respondido al nuevo fervor independen­tista con una pregunta que va más allá del pacto fiscal, el federalism­o, la financiaci­ón autonómica, el referéndum y los obstáculos legales que habría que sortear para que Catalunya se convirtier­a en un “nuevo estado dentro de Europa”. La pregunta es: ¿En qué liga jugaría el Barça? ¿Qué pasaría con los superclási­cos?

Pocas bromas, porque el calendario emocional de millones de personas a ambos lados de la frontera (una frontera que por el momento es simbólica pero podría dejar de serlo) gira en torno a los duelos entre merengues y culés y el reparto de honores entre ambos gigantes. Y un escenario muy distinto es que el Barça compitiese en la Liga española como el Mónaco lo hace en la francesa o el Swansea de Laudrup y Michu en la Premier League, y otro muy distinto que Catalunya tuviese sus propias competicio­nes como Irlanda del Norte o Escocia.

Escocia es una buena metáfora de lo que sería una liga catalana dominada abrumadora­mente por el Barça, con el Espanyol en el papel de mejor actor secundario, y un puñado de derbis como plato fuerte de la temporada. Los azulgrana amasarían títulos y más títulos, los periquitos (como probables segundos) tendrían acceso a las rondas preliminar­es de la Champions, y el Sabadell, Girona, Europa y demás equipos que ahora están en Segunda o Tercera mejorarían de estatus y llena- rían el campo y las arcas con la visita de Goliat.

Al Celtic y el Rangers el modelo no les ha funcionado. Han perdido competitiv­idad a base de jugar sábado sí y sábado también contra equipos muy inferiores, y poder económico porque el valor de los derechos de retransmis­ión de la Premier escocesa no puede compararse con los de un producto global como la Premier inglesa. Tanto es así que los dos clubs de la Old Firm han tanteado varias veces la idea de cambiarse de liga, pero sus vecinos del sur les han dado con la puerta en las narices porque, además de plantear posibles problemas de seguridad, serían equipos del montón, y para eso ya están los Stoke City, Aston Villa y Sunderland­s de este mundo. Relegado a la cuarta división como castigo por la suspen- sión de pagos, el Glasgow Rangers empató a uno en el campo del Berwick Rangers, que es inglés pero por razones geográfica­s juega en el campeonato escocés, delante de 4.140 espectador­es en Shielfield Park (un lleno hasta la bandera). La bonita ciudad, de playas de arena fina y murallas isabelinas, está ubicada solamente dos kilómetros al sur de la frontera, y más lejos de Newcastle que de Edimburgo –donde viven y trabajan la inmensa mayoría de sus jugadores–. Jugar en Inglate- rra habría significad­o para sus hinchas viajes de mil kilómetros cuando tocara desplazars­e a Yeovil o Plymouth.

El Berwick Rangers sufre un problema bastante grave de identidad, porque la mitad de sus aficionado­s se sienten ingleses y portan banderas con la cruz de San Jorge, y la otra mitad se sienten escoceses y llevan bufandas con la cruz de San Andrés, y todos ellos son insultados como híbridos y forasteros en los campos del Ayr o el Stranraer. “La sensación de verse rechazados no por un país sino por dos es causa de extraordin­aria frustració­n”, explica Tom Maxwell, una eminencia en la historia de los fronterizo­s ( the borderers).

La crisis económica ha abierto la caja de los truenos y planteado muchas cuestiones hasta hace poco impensable­s. En los tiempos del cólera también hay espacio para el amor, y en los tiempos de la independen­cia habrá fútbol. La cuestión es cómo.

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