La Vanguardia

El refugio imposible

El 40% de los 138 muertos y 1.200 heridos en Gaza son ancianos, mujeres y niños

- XAVIER MAS DE XAXÀS Gaza. Enviado especial

El sofisticad­o armamento israelí y los ataques quirúrgico­s no han impedido que esta guerra acumule un balance insoportab­le de muertos civiles. “Suman casi la mitad de los 148 que se llevan contados –explica el ministro de Sanidad de Gaza, Mufid Myalalati–. Hay 38 niños. El 40% de las víctimas, incluidos los 1.200 heridos, son mujeres, ancianos y niños. En su afán por cazar a los líderes de la resistenci­a, Israel ha matado a muchos inocentes”.

Al doctor Maydi, cirujano en Al Shifa, le pidieron ayer que fuera a atender a un niño de seis años que ya estaba en el quirófano. El azar hizo que el pequeño fuera su hijo y que nada se pudiera hacer por su vida. El proyectil que destrozó unas oficinas de Yihad Islámica junto a su casa lo ha- bía herido de muerte.

Estas desgracias han destrozado a Fatma al Sultán, que ayer por la mañana estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, los pies desnudos, en el rincón de un aula de la escuela Beach Elem, en el centro de la ciudad de Gaza. Tiene 93 años y las

Mufid Myalalati: “En su afán por cazar a los líderes de Hamas, Israel ha matado a muchos inocentes”

arrugas del desconsuel­o no han apagado del todo su belleza. “Mi familia me riñe porque no paro de llorar, pero no puedo evitarlo. Las lágrimas me acompañan. Esto es lo peor que he visto nunca”.

La vimos llegar la tarde anterior, a última hora, también des- calza, del brazo de su hijo Erzad, a esta escuela gestionada por la ONU, refugio de centenares de personas, obligadas por el ejército israelí a dejar sus casas. “Nos dijeron que viniéramos aquí, que esto era seguro, porque iban a bombardear cerca de nuestras viviendas en Beit Lahia”, cuenta Erzad al Sultán. Unas diez mil personas desplazada­s se refugian en doce escuelas de la ONU. La Beach Elem está en obras y no tiene luz. Las familias duermen en el suelo de las aulas.

Los Sultán son 32. Fatma es la matriarca y es muy menuda. Es vegetarian­a y ayuna dos veces por semana. Tiene más de 80 descendien­tes y no sabe por qué Dios la deja vivir tanto y con tan buena memoria. “Me acuerdo de todo y casi todo querría olvidarlo. Sólo Dios sabe por qué quiere que vea lo que nadie debería ver. Por primer vez en mi vida tengo miedo por todos estos niños”.

Hacia las cinco y media de la tarde, cuando acababan de instalarse, un avión sin piloto mató a dos periodista­s de la cadena Al Aqsa, la televisión de Hamas, justo cuando su coche pasaba frente a la escuela. “Fue una explosión terrible”, recuerda Ahmad, 14 años, bisnieto de Fatma. “Nos quedamos aterroriza­dos. Hemos dormido con las ventanas abiertas, para que no reventaran por una explosión, y ha hecho frío y estábamos muy a oscuras sin luz.” A su lado, su hermana Alia, de siete años, dice, muy seria, que no quiere más juguetes: “No quiero más porque en la guerra no se puede jugar y cuando llegue a casa todo estará roto y para qué tener juguetes si luego las bombas te los rompen”.

Mientras hablábamos con la familia Sultán los F-16 israelíes volvieron a bombardear el estadio de fútbol. Hacía pocos minutos que un atentado había destrozado un autobús en Tel Aviv y causado 27 heridos. Las explosione­s en Gaza fueron como todas, una mezcla de estruendo y sacudida. Algunos niños se tiraron al suelo, otros salieron al patio a gritar como sólo gritan los niños que es-

“Ya no quiero más juguetes porque en la guerra no se puede jugar”, dice la niña Alia

tán en otra realidad, haciendo como que juegan y bailan, hasta que un adulto los coge de la mano y los arrastra dentro de la escuela.

“Es cierto que los niños están sometidos a un estrés psicológic­o brutal –explica el médico Hisham Amus–, pero también hay que tener en cuenta que aquí, en Palestina, la vida se vive de otra forma. La ocupación, la resistenci­a, nos clava en el ADN la certeza de que el mañana sólo depende de Dios. Así es cómo los niños palestinos aprenden a jugar bajo las bombas”. La niña Alia, a pesar de todo, ya no quiere jugar.

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HATEM MOUSSA / AP Madres y niños palestinos refugiados ayer en una escuela de las Naciones Unidas en Gaza

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