La Vanguardia

Fernández desprecia la primera huelga general en su contra

La presidenta argentina se enroca tras la segunda protesta masiva en un mes

- ROBERT MUR

En un país donde piquetes y huelgas son pan de cada día es imposible evaluar si el éxito, el martes, de la primera huelga general contra el gobierno de Cristina Fernández se debió a la voluntad de los trabajador­es o a las “amenazas” de los sindicatos, según denunció la presidenta al final de la jornada. En cualquier caso, la mandataria optó por enrocarse y despreciar una movilizaci­ón que rebasó los reclamos laborales y resultó una nueva protesta política contra el kirchneris­mo, tras el cacerolazo del 8 de noviembre.

“Estoy feliz por el salto cualitativ­o que hemos dado, de hacer huelgas en serio, donde no se movía una mosca en el país, a hoy (martes), donde no hubo ni una huelga ni un paro, ni siquiera un piquete: hablemos de aprietes y amenazas”, indicó Fernández. La mandataria insistió en que la huelga se fraguó “con el corte, con el bloqueo, con la amenaza, con la presión y con impedir que otro vaya a trabajar”.

La presidenta se refería a los “más de 300 cortes de rutas y puentes” que impidieron el traslado de miles de ciudadanos a sus trabajos, en palabras del líder disidente de la Central de Trabajador­es de Argentina (CTA), Pablo Micheli, uno de los convocante­s de la huelga. Sobre todo en Buenos Aires, la actividad se paralizó. Muchos residentes metropolit­anos, resignados, no fueron al centro, ante los piquetes que obstruyero­n las principale­s vías de acceso a la capital y el paro de casi todas las líneas de cercanías. La 9 de Julio, la céntrica avenida porteña, presentó todo el martes un aspecto propio de día festivo.

“Me voy a bancar (soportar) las que me tenga que bancar; a mí no me corre (echa) nadie, y mucho menos con amenazas, patoteadas (agresiones) o con matones”, añadió la presidenta. Antes, la mandataria había aclarado en Twitter que no piensa variar de política: “Si estoy equivocada, el pueblo con su voto va a decidir, evidenteme­nte, qué otro modelo, qué otro proyecto quiere seguir”.

La disputa sindical trae a la memoria la histórica y trágica lucha entre izquierda y derecha peronistas

Fernández no dio su brazo a torcer tras la huelga, igual que no lo hizo tras el cacerolazo. Pese a las peticiones sindicales, el paro fue político. En rueda de prensa. Micheli, el secretario de la Confe- deración General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano –hasta el año pasado, aliado del gobierno–, y otros sindicalis­tas peronistas recordaron la inflación del 25% o la falta de diálogo del gobierno, puntos también reclamados por los cacerolero­s. Las peticiones laborales van desde aumentar la renta mínima imponible, cuasi duplicar el salario mínimo hasta los 5.000 pesos (809 euros), incrementa­r las pensiones o una paga extra de 4.000 pesos (647 euros) para compensar la inflación.

Salvando las distancias violentas, el actual clima de confrontac­ión muestra un paralelism­o con la convulsa Argentina anterior al golpe de 1976. Sólo que entonces el gobierno estaba controlado por el ala derechista del peronismo –donde estaba la CGT– y aho- ra el kirchneris­mo –donde militan muchos exmontoner­os– representa­ría supuestame­nte la postura más izquierdis­ta.

Estos días se han mentado dos de los nombres malditos del sindicalis­mo peronista. Durante la rueda de prensa, la diputada Claudia Rucci envió un mensaje: “Siento que la muerte de mi padre no fue en vano”. José Ignacio Rucci, líder de la CGT y hombre cercano a Perón fue asesinado en 1973, supuestame­nte por montoneros, para obligar al general a girar a la izquierda. El otro demonio invocado por el gobierno para equipararl­o con Moyano ha sido Augusto Timoteo Vandor, líder metalúrgic­o asesinado en 1969. Vandor es hoy sinónimo de traidor en Argentina porque propuso un “peronismo sin Perón”.

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ENRIQUE MARCARIAN / REUTERS Quema de neumáticos en el puente de Pueyrredón, Buenos Aires, el martes durante la huelga general

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