Fernández desprecia la primera huelga general en su contra
La presidenta argentina se enroca tras la segunda protesta masiva en un mes
En un país donde piquetes y huelgas son pan de cada día es imposible evaluar si el éxito, el martes, de la primera huelga general contra el gobierno de Cristina Fernández se debió a la voluntad de los trabajadores o a las “amenazas” de los sindicatos, según denunció la presidenta al final de la jornada. En cualquier caso, la mandataria optó por enrocarse y despreciar una movilización que rebasó los reclamos laborales y resultó una nueva protesta política contra el kirchnerismo, tras el cacerolazo del 8 de noviembre.
“Estoy feliz por el salto cualitativo que hemos dado, de hacer huelgas en serio, donde no se movía una mosca en el país, a hoy (martes), donde no hubo ni una huelga ni un paro, ni siquiera un piquete: hablemos de aprietes y amenazas”, indicó Fernández. La mandataria insistió en que la huelga se fraguó “con el corte, con el bloqueo, con la amenaza, con la presión y con impedir que otro vaya a trabajar”.
La presidenta se refería a los “más de 300 cortes de rutas y puentes” que impidieron el traslado de miles de ciudadanos a sus trabajos, en palabras del líder disidente de la Central de Trabajadores de Argentina (CTA), Pablo Micheli, uno de los convocantes de la huelga. Sobre todo en Buenos Aires, la actividad se paralizó. Muchos residentes metropolitanos, resignados, no fueron al centro, ante los piquetes que obstruyeron las principales vías de acceso a la capital y el paro de casi todas las líneas de cercanías. La 9 de Julio, la céntrica avenida porteña, presentó todo el martes un aspecto propio de día festivo.
“Me voy a bancar (soportar) las que me tenga que bancar; a mí no me corre (echa) nadie, y mucho menos con amenazas, patoteadas (agresiones) o con matones”, añadió la presidenta. Antes, la mandataria había aclarado en Twitter que no piensa variar de política: “Si estoy equivocada, el pueblo con su voto va a decidir, evidentemente, qué otro modelo, qué otro proyecto quiere seguir”.
La disputa sindical trae a la memoria la histórica y trágica lucha entre izquierda y derecha peronistas
Fernández no dio su brazo a torcer tras la huelga, igual que no lo hizo tras el cacerolazo. Pese a las peticiones sindicales, el paro fue político. En rueda de prensa. Micheli, el secretario de la Confe- deración General del Trabajo (CGT), Hugo Moyano –hasta el año pasado, aliado del gobierno–, y otros sindicalistas peronistas recordaron la inflación del 25% o la falta de diálogo del gobierno, puntos también reclamados por los caceroleros. Las peticiones laborales van desde aumentar la renta mínima imponible, cuasi duplicar el salario mínimo hasta los 5.000 pesos (809 euros), incrementar las pensiones o una paga extra de 4.000 pesos (647 euros) para compensar la inflación.
Salvando las distancias violentas, el actual clima de confrontación muestra un paralelismo con la convulsa Argentina anterior al golpe de 1976. Sólo que entonces el gobierno estaba controlado por el ala derechista del peronismo –donde estaba la CGT– y aho- ra el kirchnerismo –donde militan muchos exmontoneros– representaría supuestamente la postura más izquierdista.
Estos días se han mentado dos de los nombres malditos del sindicalismo peronista. Durante la rueda de prensa, la diputada Claudia Rucci envió un mensaje: “Siento que la muerte de mi padre no fue en vano”. José Ignacio Rucci, líder de la CGT y hombre cercano a Perón fue asesinado en 1973, supuestamente por montoneros, para obligar al general a girar a la izquierda. El otro demonio invocado por el gobierno para equipararlo con Moyano ha sido Augusto Timoteo Vandor, líder metalúrgico asesinado en 1969. Vandor es hoy sinónimo de traidor en Argentina porque propuso un “peronismo sin Perón”.