El PSC, en la zona cero
El problema irresuelto del PSC ha sido, desde el reagrupamiento socialista catalán bajo sus siglas en 1978, el coherente engarce entre su identidad catalanista y su ideología izquierdista. Ahora el eslabón débil de la cadena se ha roto y el PSC ha emprendido el camino dialéctico de un federalismo críptico cuya interpretación más obvia consiste en la búsqueda de una distancia simétrica entre el PP y CiU.
El PSC no estaba preparado para absorber, ni la dimensión de la Diada del 2012, ni las consecuencias posteriores de aquella aclamación soberanista. Y deambula por eso en un terreno desértico en el que su fiel militancia del cinturón de Barcelona plantea síntomas de desconcierto. Gentes ahormadas en un admirable esfuerzo de adaptación, sufridoras de los embates de la crisis, capaces de entender un partido socialista dirigido, ora por burgueses –de los que apenas quedan en su dirigencia–, ora por líderes de modesta extracción –que son los que siguen en el aparato– y que, a pesar de todo, no pierden ni su sentido de clase ni su legítima apropiación de la catalanidad.
Observarlos en un mitin de campaña –lo hice en Cornellà– impone un respeto, una consideración y sugiere una severísima crítica a sus dirigentes de antaño y de hogaño. Esos militantes, bandera roja y senyera en ristre, dan la impresión de ser muy conscientes de que el PSC será el peor parado el 25-N, incluso lo asumen con una resignación estoica y aplauden con resolución las palabras de ese inteligente y buen orador que es Antonio Balmón y celebran a una Carme Chacón que, en papel de telonera de Pere Navarro, ocupa más espacio político ahora que cualquier otro dirigente del partido. La que fuera ministra de Defensa con Zapatero y aspirante frustrada a la secretaria general del PSOE –pretensión que sigue en los pliegues de su voluntad inmediata– está ensayando en la Catalunya de este otoño histórico los discursos de una jefa de filas del PSOE. Oyéndola no cabe duda alguna de su propósito, y valorando su audacia frente al convencionalismo nacionalista (“Soy rotunda y radicalmente contraria a la independencia de Catalunya”), convendría que Alfredo Pérez Rubalcaba se pusiera a cubierto el día 26 cuando los resultados del PSC sean perdedores, aunque quizá no tanto como se augura gracias al sostén electoral de su eficaz municipalismo.
El socialismo catalán estará pagando el domingo, no obstante, todos los errores remansados de la izquierda española y los suyos propios. Desde la segunda legislatura de Zapatero en el PSOE has- ta los dos tripartitos que encabezó con Maragall y Montilla. El 25-N, como adelantan todas las encuestas, no marcará sólo un paso más hacia la reducción de su dimensión en Catalunya, sino de todo el socialismo español porque sus dos contrafuertes han dejado de serlo: el andaluz y el de esta tierra. Ambos han nutrido de manera imprescindible los grupos parlamentarios socialistas en las sucesivas legislaturas en el Congreso de los Diputados llegando a aportar hasta 50 dipu- tados y un 40% de los votos. Y cuando catalanes y andaluces se desplomaron –como ocurrió en las generales de noviembre del pasado año– el PSOE perforó su suelo electoral con el mínimo registro de 110 escaños en la Cámara Baja.
Al PSC por fallarle le han fallado desde un Ferran Mascarell (inolvidable por su énfasis independentista el artículo del actual conseller de Cultura, publicado en este diario el 16 de julio pasado ba- jo el título “Tranquillitas del catalán”) hasta el muy simbólico Ernest Maragall, pasando por la evaporización de Marina Geli, Montserrat Tura, Antoni Castells, Joaquim Nadal… et alii, referentes todos ellos, no sólo del catalanismo del PSC, sino de su carácter autóctono –de cuño burgués–y fuertemente reactivo a la mimetización con el PSOE.
La militancia de base del socialismo catalán registra sentimientos contradictorios sobre estas defecciones. “Se han ido, pero no sabemos por qué” cabeceaba en Cornellà un hombre agrietado por una dura vida laboral y una férrea militancia, mientras obtenía la respuesta airada de otro menos resignado: “porque son señoritos que no aceptan la democracia interna”. Pero ni la ausencia de estos dirigentes ni la lucha interna entre las sensibilidades enfrentadas en el PSC han castellanizado al partido.
La negativa que se percibe en sus dirigentes y militantes a ser considerados miembros de un partido sucursalista –“no somos el PP de la izquierda en Catalunya”– es firme. Habrán, dicen, que discutir sobre su adscripción de partido de clase y, después del órdago secesionista de CiU, reformular su catalanismo que no será ya el que fue, porque todo en la política catalana ha cambiado. El análisis de su situación es, sin embargo, demasiado encimero y limitado. Porque el domingo, el PSC puede ser una fuerza parigual a la de ERC –salvo que mucho yerren las encuestas– y, en consecuencia, lo que se planteará no es de qué forma los socialistas cementan sus dos versiones –la de izquierdas y la del catalanismo progresista que quieren encarnar de forma renovada– sino cómo recuperan su posición y condición de referente de la izquierda catalana que podría pasar al patrimonio político de los republicanos. Si así fuera, el PSC entraría en una etapa plenamente refundacional para la que no valdrían ya muchos de los mimbres teóricos, ideológicos e identitarios con los que ha construido su imaginario en Catalunya. Una refundación que será simultánea a la del PSOE porque la del uno lleva a la del otro de manera irremediable. Los dos partidos se situarían así en una desoladora zona cero de la política.