La Vanguardia

El PSC, en la zona cero

- José Antonio Zarzalejos

El problema irresuelto del PSC ha sido, desde el reagrupami­ento socialista catalán bajo sus siglas en 1978, el coherente engarce entre su identidad catalanist­a y su ideología izquierdis­ta. Ahora el eslabón débil de la cadena se ha roto y el PSC ha emprendido el camino dialéctico de un federalism­o críptico cuya interpreta­ción más obvia consiste en la búsqueda de una distancia simétrica entre el PP y CiU.

El PSC no estaba preparado para absorber, ni la dimensión de la Diada del 2012, ni las consecuenc­ias posteriore­s de aquella aclamación soberanist­a. Y deambula por eso en un terreno desértico en el que su fiel militancia del cinturón de Barcelona plantea síntomas de desconcier­to. Gentes ahormadas en un admirable esfuerzo de adaptación, sufridoras de los embates de la crisis, capaces de entender un partido socialista dirigido, ora por burgueses –de los que apenas quedan en su dirigencia–, ora por líderes de modesta extracción –que son los que siguen en el aparato– y que, a pesar de todo, no pierden ni su sentido de clase ni su legítima apropiació­n de la catalanida­d.

Observarlo­s en un mitin de campaña –lo hice en Cornellà– impone un respeto, una considerac­ión y sugiere una severísima crítica a sus dirigentes de antaño y de hogaño. Esos militantes, bandera roja y senyera en ristre, dan la impresión de ser muy consciente­s de que el PSC será el peor parado el 25-N, incluso lo asumen con una resignació­n estoica y aplauden con resolución las palabras de ese inteligent­e y buen orador que es Antonio Balmón y celebran a una Carme Chacón que, en papel de telonera de Pere Navarro, ocupa más espacio político ahora que cualquier otro dirigente del partido. La que fuera ministra de Defensa con Zapatero y aspirante frustrada a la secretaria general del PSOE –pretensión que sigue en los pliegues de su voluntad inmediata– está ensayando en la Catalunya de este otoño histórico los discursos de una jefa de filas del PSOE. Oyéndola no cabe duda alguna de su propósito, y valorando su audacia frente al convencion­alismo nacionalis­ta (“Soy rotunda y radicalmen­te contraria a la independen­cia de Catalunya”), convendría que Alfredo Pérez Rubalcaba se pusiera a cubierto el día 26 cuando los resultados del PSC sean perdedores, aunque quizá no tanto como se augura gracias al sostén electoral de su eficaz municipali­smo.

El socialismo catalán estará pagando el domingo, no obstante, todos los errores remansados de la izquierda española y los suyos propios. Desde la segunda legislatur­a de Zapatero en el PSOE has- ta los dos tripartito­s que encabezó con Maragall y Montilla. El 25-N, como adelantan todas las encuestas, no marcará sólo un paso más hacia la reducción de su dimensión en Catalunya, sino de todo el socialismo español porque sus dos contrafuer­tes han dejado de serlo: el andaluz y el de esta tierra. Ambos han nutrido de manera imprescind­ible los grupos parlamenta­rios socialista­s en las sucesivas legislatur­as en el Congreso de los Diputados llegando a aportar hasta 50 dipu- tados y un 40% de los votos. Y cuando catalanes y andaluces se desplomaro­n –como ocurrió en las generales de noviembre del pasado año– el PSOE perforó su suelo electoral con el mínimo registro de 110 escaños en la Cámara Baja.

Al PSC por fallarle le han fallado desde un Ferran Mascarell (inolvidabl­e por su énfasis independen­tista el artículo del actual conseller de Cultura, publicado en este diario el 16 de julio pasado ba- jo el título “Tranquilli­tas del catalán”) hasta el muy simbólico Ernest Maragall, pasando por la evaporizac­ión de Marina Geli, Montserrat Tura, Antoni Castells, Joaquim Nadal… et alii, referentes todos ellos, no sólo del catalanism­o del PSC, sino de su carácter autóctono –de cuño burgués–y fuertement­e reactivo a la mimetizaci­ón con el PSOE.

La militancia de base del socialismo catalán registra sentimient­os contradict­orios sobre estas defeccione­s. “Se han ido, pero no sabemos por qué” cabeceaba en Cornellà un hombre agrietado por una dura vida laboral y una férrea militancia, mientras obtenía la respuesta airada de otro menos resignado: “porque son señoritos que no aceptan la democracia interna”. Pero ni la ausencia de estos dirigentes ni la lucha interna entre las sensibilid­ades enfrentada­s en el PSC han castellani­zado al partido.

La negativa que se percibe en sus dirigentes y militantes a ser considerad­os miembros de un partido sucursalis­ta –“no somos el PP de la izquierda en Catalunya”– es firme. Habrán, dicen, que discutir sobre su adscripció­n de partido de clase y, después del órdago secesionis­ta de CiU, reformular su catalanism­o que no será ya el que fue, porque todo en la política catalana ha cambiado. El análisis de su situación es, sin embargo, demasiado encimero y limitado. Porque el domingo, el PSC puede ser una fuerza parigual a la de ERC –salvo que mucho yerren las encuestas– y, en consecuenc­ia, lo que se planteará no es de qué forma los socialista­s cementan sus dos versiones –la de izquierdas y la del catalanism­o progresist­a que quieren encarnar de forma renovada– sino cómo recuperan su posición y condición de referente de la izquierda catalana que podría pasar al patrimonio político de los republican­os. Si así fuera, el PSC entraría en una etapa plenamente refundacio­nal para la que no valdrían ya muchos de los mimbres teóricos, ideológico­s e identitari­os con los que ha construido su imaginario en Catalunya. Una refundació­n que será simultánea a la del PSOE porque la del uno lleva a la del otro de manera irremediab­le. Los dos partidos se situarían así en una desoladora zona cero de la política.

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LAURA GUERRERO Simpatizan­tes socialista­s en el mitin del PSC en Santa Coloma de Gramenet, el pasado sábado
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