¿Prudencia y retirada parcial?
La nueva política de EE.UU. en Oriente Medio parece apostar por la cautela y una retirada estratégica Washington, preocupado por la creciente amenaza que suponen los grupos yihadistas en el Norte de África
La opinión de rigor suele señalar que es menos probable que los presidentes estadounidenses que ganan un segundo mandato presidencial se guíen por consideraciones electorales de ámbito interno, susceptibles de imponerles alguna cortapisa. Sin embargo, es improbable que Obama, en su segundo mandato, adopte iniciativas audaces en Oriente Medio. Es mucho más probable no sólo que mantenga una postura cautelosa en términos generales, sino también que se dedique a supervisar una retirada estratégica de carácter parcial.
Una limitación importante que puede configurar la política exterior del segundo mandato de Obama es la menor disponibilidad de recursos financieros y económicos. Recortar el déficit presupuestario de EE.UU. es una prioridad apremiante, aunque capítulos caros como la reforma de la enseñanza y una nueva reestructuración de la atención sanitaria se imponen ciertamente en la agenda nacional.
Después de algunos titubeos iniciales, el Gobierno de Obama ha mostrado su compromiso en el ámbito de la defensa en relación con el despliegue de sistemas de misiles antibalísticos y la modernización de su arsenal de armas nucleares, a un coste mínimo de 352.000 millones de dólares en la próxima década, cantidad que puede aumentar considerablemente. En un marco de vacilante recuperación económica que sigue siendo altamente vulnerable a la amenaza que la crisis de la deuda europea representa para el sistema bancario mundial y en una coyuntura de paro de un 7,8%, EE.UU. habrá de reducir sus compromisos internacionales.
El enfoque estadounidense sobre Oriente Medio presenta diversas implicaciones, todas las cuales apuntan a la adopción de un perfil relativamente bajo en la región por parte de Washington –ciertamente en la tesitura de compartir el liderazgo con otros, si no de cederlo a determinados socios– dando cabida a varias agendas y programas locales.
EE.UU. mantendrá inversiones de bajo coste, de las cuales es ejemplo destacado su ayuda militar a Egipto. Cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas gobernó Egipto en el periodo 2011-2012, Obama se enfrentó a una decisión embarazosa. Por una parte, figuraba su alianza con los militares egipcios para mantener el tratado de paz con Israel y los acuerdos de seguridad a lo largo de la frontera con Gaza –factor clave del interés de EE.UU. en Egipto– y, por otra, su defensa de una transición democrática. La transferencia pacífica del poder de los militares al presidente Morsi en junio del 2012 y la retirada aparente de los militares de la política nacional mitigó esta tensión, aunque el proyecto de nueva Constitución actualmente a debate otorga a las fuerzas armadas una independencia muy considerable del control democrático y civil.
El modelo egipcio es también de aplicación en todo el norte de África, donde el auge de gobiernos islámicos o apoyados por islamistas centristas ha confrontado a las autoridades estadounidenses con un paisaje desconocido. El auge de los poderosos partidos salafistas –sobre todo, de sus alas más radicales en Túnez y Libia– ha sido desconcertante. El Gobierno de Obama ha respondido, sin embargo, mediante un compromiso político –si bien cauteloso en cierta medida– con los nuevos gobiernos en Túnez, Egipto y Libia y con el ofrecimiento de una moderada ayuda económica y de seguridad.
La preocupación principal de EE.UU. en el norte de África, sin embargo, atañe a la creciente amenaza que plantean las organizaciones yihadistas. De hecho, la misma preocupación informa la política de Estados Unidos sobre la evolución de la crisis siria y domina por completo la política sobre Yemen. Esto no hace más que su- brayar la retirada de Estados Unidos, en tanto las relaciones y la ayuda se centran de modo creciente en actuaciones de contraterrorismo reafirmadas si cabe por la creciente dependencia estadounidense del sistema de aeronaves no tripuladas contra los ataques yihadistas en Yemen. Una estrategia más eficaz de lucha contra la radicalización implicaría propiciar gobiernos basados en elecciones democráticas, gobiernos posrevolucionarios cuya legitimidad dependerá enteramente de su capacidad de hacer frente a la pobreza, el paro y la marginación social con programas de ayuda económica y social.
EE.UU. se ha autodistanciado de forma más patente allí donde carece de los medios o el interés en influir en el curso de los acontecimientos de manera directa. Ello es más evidente en su política hacia Siria, Líbano e Iraq. Estados Unidos sigue poco dispuesto a proporcionar a la oposición siria equipos antiaéreos y antitanque avanzados y mucho menos a emprender ningún tipo de acción militar directa a pesar de su compromiso retórico con la partida del presidente Asad. Washington ca- rece claramente de los medios y la voluntad para impedir lo que puede convertirse en un estancamiento militar prolongado, pese a que los riesgos de desbordamiento a países vecinos aumentan con el tiempo.
La actitud de moderación o autocontrol no es del todo negativa. La Administración Obama ha mostrado una considerable moderación en sus relaciones con el Gobierno del primer ministro libanés Najib Mikati, a pesar de la presencia de ministros de Hizbulah en sus filas. EE.UU. ha aceptado la política del Gobierno libanés de estudiada neutralidad con respecto a la crisis siria, entendiendo que someter a ese país a presiones políticas o sanciones financieras podría causar su derrocamiento, lo que produciría un vacío de poder y posiblemente violencia sectaria.
Pero es en Iraq, donde Estados Unidos invirtió a gran escala en la defensa de un orden post-Sadam Husein durante un periodo de ocho años, donde más claramente se aprecian los límites de los medios estadounidenses. La democratización de Iraq ha sido efectiva, pero también vulnerable al impulso del primer ministro Nuri al Maliki de concentrar palancas clave de poder en sus manos: el ejército, la policía, buena parte del gobierno provincial y las finanzas públicas. También se distingue por ser protagonista independiente al apartarse de la política de EE. UU. hacia Siria e Irán.
Lo sorprendente es que Irán es donde Estados Unidos puede preferir gestionar en lugar de modificar el statu quo. Tras la reelección de Obama se anunciaron nuevas sanciones, pero EE.UU. también está considerando la posibilidad de ofrecer a Irán “más por más” en la cuestión nuclear: una cierta relajación de las sanciones y otras concesiones estadounidenses a cambio de restricciones verificables sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio. La Agencia Internacional de Energía Atómica informó en agosto de que Irán había convertido gran parte de su uranio enriquecido en combustible nuclear, lo que retrasa el enriquecimiento a nivel de armamento uno o dos años. Esto ha ampliado considerablemente el marco de futuras negociaciones, aun cuando el Congreso estadounidense apunta contra los activos iraníes en el extranjero, sus importaciones y su industria petrolera.
La contención con respecto a Irán será algo compensado, como el “aquí no ha pasado nada” característico de las relaciones de EE.UU. con los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo. Esto significa la aceptación tácita por Washington de las crecientes restricciones a la libertad de expresión y reunión pacífica y de la política parlamentaria o de otro tipo en algunos países miembros, manteniendo al tiempo la venta de armas por valor 38.200 millones de dólares a Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos sólo en el 2011.
La reducción de la dependencia estadounidense de las importaciones energéticas también moldea la política estadounidense en la región, ya que se estima que EE.UU. se convertirá en el mayor productor mundial de petróleo en el 2020. Algo que dista de ser suficiente para provocar la retirada de EE.UU., pero que coloca a la Administración a una distancia algo mayor de Oriente Medio. También indica que, de haber ganado la elección Mitt Romney, no se habría comportado probablemente de modo distinto.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa