La Vanguardia

La resistenci­a

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Antoni Dalmases presenta hoy Caos a les aules, libro donde explica con ironía (el recurso idóneo para encarar las catástrofe­s con una sonrisa) cómo se ha perpetrado el desmantela­miento de la enseñanza pública. Como profesor de instituto, sufrió la peor cara de la reforma de los noventa porque es en estos centros donde la Logse/Loe decidió mantener en cautividad a jóvenes de quince y dieciséis años que no sienten el menor interés por estudiar. Por más que vivamos en una sociedad cada día más infantiliz­ada, quince años (salvo excepcione­s), son suficiente­s para saber si has aborrecido los estudios definitiva o temporalme­nte. Prolongar la tortura y obligarles a calentar la silla hasta cuarto de ESO en lugar de ofrecerles una alternativ­a válida no ha hecho más que agravar la situación. La de unos y la de otros. Dalmases se preocupa especialme­nte por quienes sí quieren estudiar, que también han sufrido la misma estafa. Han visto cómo los contenidos se debilitaba­n y las pérdidas de tiempo para poner orden o frenar el malestar de quienes no pueden estar quietos en el aula se multiplica­ban exponencia­lmente. Han visto cómo, sistemátic­amente, los que boicoteaba­n la clase seguían allá (la ley dificulta las expulsione­s) y han tenido que sufrir ellos mismos las secuelas de una ESO caótica al llegar a un bachillera­to que de pronto les resulta desproporc­ionadament­e denso y difícil. Y aquí llega el punto que al autor (y a muchos otros entre los que me cuento) le resulta más doloroso: constatar, veinte años más tarde, que los institutos han dejado de funcionar como ascensor social para los hijos de clases desfavorec­idas que quieren estudiar en la universida­d y no pueden acceder a la concertada o a la privada (cuya opción de rechazar a los que estorban es obvia). Y si todavía ejercen en parte esta función, es mérito de juntas directivas con sentido común y de profesores que han aguzado la capacidad de improvisar para aprender a hacer cosas que nunca figuraron en su contrato laboral. O de profesores que optaron por la resistenci­a, como es el caso del autor del libro (quizá porque un día pintó en una pared “La cultura nos hará libres” y pudo hacer realidad su sueño gracias al bachillera­to nocturno de un instituto público). Visto el panorama actual, lo peor que puede pasar con este libro es que al leerlo alguien piense que la Lomce puede arreglar lo que la Logse estropeó. No, no vayamos a fiarnos del maquillaje que Wert quiere aplicar al desconcier­to actual. Pero no olvidemos, tampoco, que el igualitari­smo barato y las pamemas didáctico-lúdicas de estos años han demostrado que es casi imposible obligar a un joven de quince años a sentir amor por el estudio, del mismo modo que no se le puede obligar a amar a su vecino de mesa.

Antoni Dalmases explica con ironía cómo se perpetró el desmantela­miento de la enseñanza pública

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