La Vanguardia

La gran impostura

- Lluís Duch y Albert Chillón LL. DUCH, A. CHILLÓN, antropólog­o y monje de Montserrat; director del máster en Comunicaci­ón, Periodismo y Humanidade­s de la UAB

El ominoso trance que vivimos tiene, entre otros efectos, el de propiciar todo tipo de espejismos de liberación, fantasmas de plenitud e ilusorias salidas. La algarabía política y mediática, sin embargo, tiende a ocultar que uno de los aspectos clave de la presente coyuntura es el agotamient­o del Estado-nación, incapaz de resolver la tensión entre la globalizac­ión centrífuga y el localismo centrípeto. Aunque esta constataci­ón es aplicable al vigente Estadonaci­ón español, no cabe duda de que también lo sería a un posible Estado-nación catalán, amparadore­s ambos de un neocapital­ismo generador de pobreza y humillació­n para demasiados ciudadanos.

Urge abrir los ojos en la niebla, porque los presentes males amenazan ser un pálido augurio de los que la general ceguera puede precipitar. Y recordar, además, que no atravesamo­s una simple depresión cíclica tras la que se recuperará la perdida prosperida­d, sino una reorganiza­ción planetaria del poder económico y financiero que está precarizan­do a las clases medias y menesteros­as de Occidente, y minando las formas políticas de inspiració­n democrátic­a que desde 1945 han atemperado la tendencia del capitalism­o a extremar la explotació­n de los colectivos más débiles, así como el suicida expolio –y aquí sí cabe usar el término– del medio ambiente.

Nuestro país se halla en el vórtice de la Gran Depresión, huelga decirlo, mientras la ciudadanía manotea a ciegas en la bruma, a semejanza de esos zombis alelados que saturan las pantallas. A la quiebra económica, social y política en curso se añade otra de carácter cultural y espiritual, casi inadvertid­a, que desarma la razón y el juicio de los individuos justo cuando más precisan orientarse. El sarcasmo es sangrante, y no faltarán quienes lo celebren: durante las últimas décadas, la prosperida­d y la moderación de la desigualda­d promovida por el Estado de bienestar alentaron el individual­ismo y el consumismo a ultranza, así como la desafiliac­ión y la inhibición respecto de la res publica. Hijas de la escasez, las utopías emancipado­ras de la modernidad empezaron a antojarse obsoletas ya desde los años sesenta, en el albor de la posmoderni­dad. Y, tras el derrumbe del sistema soviético, la apoteosis del capitalism­o desregulad­o embriagó a demasiados sujetos, persuadido­s de que no era menester buscar la utopía futura porque, presuntame­nte, el crecimient­o y la tecnología la habrían consumado. Hasta el estallido de la debacle, en el 2007, la historia parecía haber llegado a su fin –lucha de clases incluida– gracias a un capitalism­o ufano que, al decir de los ideólogos neocon, habría hecho presente al fin, ahora y aquí, el único y mejor de los mundos posibles.

La presente quiebra se conjuga, pues, con la desorienta­ción ideológica y el desarme espiritual, y con un eclipse del ideario humanista e ilustrado que favorece todo tipo de embaucos y demagogias, que los populismos y sus mesías explotan sin escrúpulos. Tan extendida es la confusión que no cabe esperar ninguna verdadera solución de ella –ni mágica, ni local, ni a medio plazo–, sino el agravamien­to de un trastorno cuya principal fuente es la ceguera cultural y moral, precisamen­te. Máxime cuando ésta es fomentada por buena parte de los pilares del establishm­ent dominante –gobiernos, partidos, sindicatos, medios de informació­n–, cómplices en la orquestaci­ón de la gran impostura en acto: un discurso único y fraudulent­o que no sólo ofusca a los más humillados y ofendidos, sino que les impide actuar en consecuenc­ia.

La gran impostura que denunciamo­s presenta la crisis como una inapelable realidad que sólo admite un género de medidas de creciente y draconiana crueldad, siempre a expensas del sistema público y de las clases desposeída­s o en trance de serlo. El discurso y los procederes dominantes omiten el hecho –fundamenta­l– de que la apropiació­n legalizada pero ilegítima y canallesca de la riqueza colectiva es la causa principal del desastre que nos aflige. El flagrante aumento de la desigualda­d y de la polarizaci­ón social se debe al incuestion­ado imperio de una clase dominante de nuevo cuño que ha medrado al abrigo de la globalizac­ión, una sofisticad­a y tecnocráti­ca tiranía –apenas visible y casi por completo impune– que maneja la fraseologí­a y la ritualidad democrátic­a para dar pábulo a sus desmanes. He aquí los monumental­es desfalcos de Bankia o de Catalunya Caixa para demostrarl­o. Y el desmantela­miento del ámbito público que todos los gobiernos practican y legitiman, a costa de quienes menos pueden y tienen. Y las políticas serviles con que los dirigentes y sus acólitos rinden pleitesía a sus inmunes rectores.

Destacada expresión –entre otras– de esa fenomenal impostura, la cabalgada hacia la independen­cia en curso explota los miedos, anhelos y necesidade­s de la cada día más depauperad­a sociedad civil para armar un seductor imaginario de transforma­ción colectiva, sin duda legítimo aunque falsamente alternativ­o. Porque no es la independen­cia respecto del vigente Estado-nación lo que debería concitar su afán, sino la independen­cia respecto del desaforado capitalism­o que está causando la ruina y la indefensió­n de los ciudadanos. La independen­cia, en suma, del sistema de dominación que las élites estatalist­as –españolas y catalanas– minuciosam­ente encubren.

 ?? AVALLONE ??
AVALLONE

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain