La Vanguardia

El cambio climático abruma

Nuevos informes documentan la magnitud y velocidad del calentamie­nto

- ANTONIO CERRILLO

El cambio climático es una realidad palpable en todo el mundo, y su magnitud y su velocidad son cada vez más evidentes. Es la consecuenc­ia del incremento de las emisiones de los gases de efecto invernader­o generados en la quema de combustibl­es fósiles (carbón, petróleo y gas) para producir electricid­ad, en la industria o el transporte, o a causa de la liberación de grandes cantidades de metano en sectores como la agricultur­a o los residuos. A este paso, la humanidad será incapaz de evitar un incremento de temperatur­as de dos grados por encima de la era preindustr­ial, el umbral a partir del cual los daños por el calentamie­nto serán más catastrófi­cos. Varios informes coinciden esta semana en dar esta alerta y apuntan la necesidad de acelerar el cambio de modelo energético para mitigar el calentamie­nto y garantizar un clima verdaderam­ente seguro.

Todos estos informes se presentan como nuevas alarmas antes de la celebració­n a partir de lunes, en Doha (Qatar), de la nueva conferenci­a sobre cambio climático organizada por la ONU. CO : un aumento del 40%. La atmósfera tiene ya 390 partes por millón de CO2 , el principal gas invernader­o. Es un 40% más del que había antes de la era preindustr­ial (hace 260 años). Son los datos de la Organizaci­ón Meteorológ­ica Mundial, que registró un nuevo récord mundial en el año 2011 en la emisión de los gases que calientan la Tierra. Alerta del Banco Mundial. El Banco Mundial advirtió el lunes de que, si nadie lo impide, el planeta va camino de aumentar su temperatur­a cuatro grados (siempre respecto a la época preindustr­ial) para finales de siglo. Este es el escenario que se considera probable si los gobiernos no cumplen con las promesas que han hecho para reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o. Incluso suponiendo un cumpli- miento total, el mundo aumentaría su temperatur­a en más de tres grados para el 2100, añade. De 2,5 a 4 grados más en Europa. La Agencia Europea de Medio Ambiente difundió ayer el informe Cambio climático, impactos y vulnerabil­idad en Europa, en el que concluye que la última década (2002-2011) fue la más calurosa jamás registrada en Europa. La temperatur­a terrestre europea ha sido en este periodo 1,3 grados más cálida que la media en la época preindustr­ial. La temperatur­a terrestre se incrementa­rá entre 2,5 y 4 grados en el periodo 2071-2100 (siempre respecto a la época preindustr­ial). El informe añade que las olas de calor han aumentado en cuanto a frecuencia y duración; y en las próximas décadas se podría incrementa­r el número de muertes relacionad­as con el calor si las sociedades no se adaptan al cambio climático. Se señala asimismo que la precipitac­ión disminuye en las regiones meridional­es. “Ante los impactos del cambio climático, cada sector de la economía, in- cluidos los hogares, han de adaptarse y han de reducir las emisiones”, declaró Jacqueline McGlade, directora ejecutiva de la Agencia de Medio Ambiente. El Ártico helado ocupa la mitad. El círculo polar Ártico (el océano helado y sus seis países ribereños) se está calentando más rápidament­e que otras regiones. En los años 2007, 2011 y 2012 se observaron los niveles más bajos de hielo marino en el océano Ártico, hasta el punto de que su extensión mínima (en septiembre) ya se situaba en la mitad de la superficie registrada en la década de los años ochenta. El declive se ha acelerado desde 1999. La agencia señala que la masa de hielo en Europa se ha reducido un 7% en marzo entre 1982 y el 2009; los glaciares de los Alpes han perdido unos dos tercios de su volumen desde 1850; los deshielos en Groenlandi­a se ha duplicado respecto a la media de los años noventa, por lo que están contribuye­ndo ahora a una subida del nivel del mar de más de 0,7 mm por año. La temida subida del mar: 1 m. Los deshielos de los glaciares terrestres y la expansión térmica de los mares han hecho subir el nivel medio del mar (en Europa y en todo el mundo) 1,7 milímetros por año durante el siglo XX. Las medidas de los satélites muestran además una subida de tres milímetros al año en las últimas dos décadas. Mientras tanto, las proyeccion­es para fin de siglo oscilan entre los 20 centímetro­s y los dos metros (según los escenarios de emisión de CO que se

2 manejen). Las proyeccion­es actuales apuntan a que es más probable que las subidas del mar sean de menos de un metro que de más de un metro. La elevada concentrac­ión de CO en los ma

2 res los hace más ácidos, lo que unido a las altas temperatur­a causa la destrucció­n de los corales y daña las especies con esqueletos calcáreos. La primavera se adelanta. Diversos estudios han registrado grandes impactos ecológicos por el calentamie­nto. Por ejemplo, las proliferac­iones de fitoplanct­on y zoo-

plancton de agua dulce se dan un mes antes que hace 30 o 40 años. Las especies marinas de aguas frías emigran hacia latitudes situadas más al norte, mientras que los ciclos estacional­es de las plantas cambian. Así, el 78% de los registros de los brotes de hojas y flores tienden a adelantars­e en las décadas recientes, en tanto que entre el año 1971 y el año 2000 la primavera y el verano se adelantaba­n entre 2,5 y 4 días por década. Los animales adelantan su ciclo de vida, lo que afecta al desove de ranas, la nidificaci­ón de los pájaros y la llegada de aves migratoria­s y de mariposas. Los árboles y su sistema vascular. Un estudio publicado ayer en Nature, en el que han participad­o también investigad­ores del Centre de Recerca Ecològica i Aplicacion­s Forestals (Creaf), concluye que el cambio climático provoca que la mayoría de los árboles de la Tierra estén utilizando su sistema vascular (por el que transporta­n el agua) en unos niveles cercanos a su umbral de seguridad, lo que los hace más vulnerable­s a la sequía, y podría provocar embolias en su sistema circulator­io. “Los resultados permiten entender por qué el deterioro de los bosques inducido por la sequía está pasando no sólo en las regiones áridas, sino también en los bosques húmedos”, cuenta Jordi Martínez-Vilalta, investigad­or del Creaf y profesor de la Universita­t Autònoma de Barcelona.

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SIGIT PAMUNGKAS
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AP PHOTO
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LUCAS JACKSON / REUTERS

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