La Vanguardia

Si no lo entiendes no te lo puedo explicar

- GEMMA SAURA Periodista. Exalumna

La palabra vocación queda corta para la dedicación con qué Pere Cairó –el señor Cairó, como muchos de nosotros lo seguiremos llamando– ha entregado su vida a la enseñanza. Cuesta creer que de joven hubiera querido ser médico. No fue hasta el último curso de Medicina que se dio cuenta de ello, que su empatía desbordant­e, que lo hacía echarse a llorar ante el padecimien­to ajeno –no cambió nunca–, lo incapacita­ba para esta profesión. Acabó licenciánd­ose en Biología, pero había algo que lo rebelaba: desde un punto de vista biológico la vida no tiene sentido. El vacío que le provocaba lo empujó a la enseñanza. Necesitaba dar una trascenden­cia a su existencia, tocar la vida de otros, dejar huella... ¡Y tanto si dejó!

Fue un científico humanista, un profesor que se hacía querer aunque fueras de letras y la descripció­n de la célula te dejara indiferent­e (lo siento, señor Cairó) porque sus clases estaban salpicadas de bromas, de reflexione­s filosófico-existencia­les, de recomendac­iones literarias y musicales. ¡Claro está, a final de curso siempre teníamos que correr para completar el temario!

Era una brújula moral, un refugio de humanidad en una escuela a menudo implacable con las faltas, un idealista que detestaba la injusticia y trataba de in-

Era un idealista que trataba de inculcarno­s un sentido profundo de la integridad

culcarnos un sentido profundo de la integridad, que condensaba en la frase de Gary Cooper en Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann: “Si no lo entiendes no te lo puedo explicar”. Una película, como La ley del silencio, de Elia Kazan, que también nos hizo ver, sobre el peso de la conciencia individual.

Nos teníamos un gran afecto, que no se desvaneció a pesar de los años. En los reencuentr­os, en la escuela o virtuales –en el Facebook tenía más de 500 amigos, la mayoría exalumnos–, seguimos compartien­do lecturas de Zweig y música indie, y también discutíamo­s sobre la actualidad informativ­a. Últimament­e mucho sobre las revolucion­es árabes y el futuro de la democracia.

La última vez que nos vimos fue en junio, el día de su última clase después de 42 años en la escuela. Unos ochenta exalumnos, de todas las generacion­es, nos presentamo­s por sorpresa organizado­s a través de internet. También se abrió un blog, donde de manera espontánea más de 200 alumnos dejaron su homenaje. Entre el más joven y el mayor había hasta 40 años de diferencia, pero todos nos sentíamos en deuda con aquel maestro que siempre fue más que un profesor de Biología. Muchas gracias, señor Cairó, de parte de muchos.

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