Algo de misionero y un poco de Batman
En Francia es una religión, y nadie ha hecho más por su difusión en los últimos tiempos que Escandinavia. Pero el género negro tiene una deuda eterna con Estados Unidos, declinante superpotencia que en este ámbito, al igual que en tantos otros, ya no mar- ca el compás como antaño, si bien siempre cuenta con su hoja de servicios para que no deje de fluir el crédito del lector. Es lo que implica haber establecido las reglas del juego contemporáneas allá por los años 30 –desplazando el escenario de la rutinaria campiña inglesa a la caótica metrópolis, y sustituyendo la frialdad analítica del sabueso diletante por las cicatrices en los nudillos y en el alma de un detective demasiado humano– y contar con la iconografía cinematográfica de tu lado –ahí está Humphrey Bogart encendiendo cigarrillos en un callejón oscuro tanto en la piel de Sam Spade como de Philip Marlowe–.
La figura de Michael Connelly no se entiende sin esta tradición, porque situar a tu principal investigador (Harry Bosch) en California ya supone encomendarte a los dioses Raymond Chandler y Ross MacDonald, que vieron en su clima cálido y el anzuelo de sus sue- ños de gloria un bombón de estricnina. Pero no sólo eso, pues el escritor, en una industria que en su país mueve cientos de nombres y vertiginosas cifras de ventas, es uno de los pocos que perpetúan el brillo de ese legado y no se limitan a incorporarlo pasivamente a su obra al modo de placas fotovoltaicas. Al igual que ocurría con los citados padres fundadores (a los que habría que añadir a Dashiell Hammett), el ciclo dedicado a Harry Bosch, en última instancia, queda sintetizado en el reto imposible de que el cumplimiento de una labor social (traer justicia a las víctimas) no se traduzca en un naufragio personal (evitar que la oscuridad se te trague en el empeño). Bosch concentra así algo del misionero y de Batman, del moralista y de Sísifo. Que su creador fuera testigo de un episodio criminal a los 16 años entra dentro de la predestinación. Que se fogueara en el periodismo de sucesos para familiarizarse con el terreno y trenzar contactos, en el de la transpiración.
Un elegido, pues, que ha dedicado veinte años a merecérselo.