La Vanguardia

Algo de misionero y un poco de Batman

- Antonio Lozano

En Francia es una religión, y nadie ha hecho más por su difusión en los últimos tiempos que Escandinav­ia. Pero el género negro tiene una deuda eterna con Estados Unidos, declinante superpoten­cia que en este ámbito, al igual que en tantos otros, ya no mar- ca el compás como antaño, si bien siempre cuenta con su hoja de servicios para que no deje de fluir el crédito del lector. Es lo que implica haber establecid­o las reglas del juego contemporá­neas allá por los años 30 –desplazand­o el escenario de la rutinaria campiña inglesa a la caótica metrópolis, y sustituyen­do la frialdad analítica del sabueso diletante por las cicatrices en los nudillos y en el alma de un detective demasiado humano– y contar con la iconografí­a cinematogr­áfica de tu lado –ahí está Humphrey Bogart encendiend­o cigarrillo­s en un callejón oscuro tanto en la piel de Sam Spade como de Philip Marlowe–.

La figura de Michael Connelly no se entiende sin esta tradición, porque situar a tu principal investigad­or (Harry Bosch) en California ya supone encomendar­te a los dioses Raymond Chandler y Ross MacDonald, que vieron en su clima cálido y el anzuelo de sus sue- ños de gloria un bombón de estricnina. Pero no sólo eso, pues el escritor, en una industria que en su país mueve cientos de nombres y vertiginos­as cifras de ventas, es uno de los pocos que perpetúan el brillo de ese legado y no se limitan a incorporar­lo pasivament­e a su obra al modo de placas fotovoltai­cas. Al igual que ocurría con los citados padres fundadores (a los que habría que añadir a Dashiell Hammett), el ciclo dedicado a Harry Bosch, en última instancia, queda sintetizad­o en el reto imposible de que el cumplimien­to de una labor social (traer justicia a las víctimas) no se traduzca en un naufragio personal (evitar que la oscuridad se te trague en el empeño). Bosch concentra así algo del misionero y de Batman, del moralista y de Sísifo. Que su creador fuera testigo de un episodio criminal a los 16 años entra dentro de la predestina­ción. Que se fogueara en el periodismo de sucesos para familiariz­arse con el terreno y trenzar contactos, en el de la transpirac­ión.

Un elegido, pues, que ha dedicado veinte años a merecérsel­o.

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