La Vanguardia

Angélica Liddell: “Rechazar el premio Nacional es de pijos”

La creadora estrena en Temporada Alta ‘Ping Pang Qiu’

- JUSTO BARRANCO

Contundent­e. “Hay que ser un pijo para rechazar un premio Nacional, no me fastidies. Ser un pijo y tener mucha pasta. Yo no rechazo ningún premio, no puedo permitírme­lo”, dice Angélica Liddell (Figueres, 1966) con una sonrisa casi descarada en la cara. La actriz, autora y directora teatral acaba de recibir el premio Nacional de Literatura Dramática 2012 por el acerado texto de La casa de la fuerza, una dolorosa y literalmen­te sanguínea obra que triunfó en el festival de Aviñón y la ha consagrado internacio­nal- mente. Y esta noche estrena en el festival Temporada Alta, en el nuevo teatro de El Canal en Salt, Ping Pang Qiu, su nueva creación, con la que se traslada a la delirante Revolución Cultural china. “Para los jóvenes disidentes chinos Mao equivale a Hitler”, recuerda Liddell, convertida ya en una creadora a la que hay que seguir los pasos.

Tanto, que Temporada Alta ha convertido a Liddell, junto al nuevo espectácul­o de Sidi Larbi Cherkaoui y dos instalacio­nes de William Forsythe, en uno de los cebos de su semana dedicada a atraer programado­res nacionales e internacio­nales para poder mostrarles los nuevos valores de la creación catalana. Para enseñarles obras como la de Jordi Oriol (Barcelona, 1979) y Oriol Vila (Barcelona, 1978), que presentan la juguetona Big berberecho (La gran escopinya), o como la de Ernesto Collado (Barcelona, 1974), que representa­rá la utópica Nueva Marinaleda. O para descubrirl­es, a los que aún no lo hayan hecho, la danza catalana de la potente generación nacida en los años 80. Gente como Albert Quesada, Lali Ayguadé o Pere Faura, que, con el humor que le caracteriz­a, presentará Striptease y Bomberos con grandes mangueras. Gente que ha estudiado y trabajado más fuera que dentro de Catalunya.

El plan de Salvador Sunyer, director de Temporada Alta, de atraer con un buen ramillete de nombres consagrado­s a programado­res internacio­nales para que vean lo nuevo, parece haber funcionado: además de muchísimo público, desde hoy y hasta el domingo –y con la colaboraci­ón del Institut Ramon Llull– el festival de Girona y Salt recibirá la visita de 70 programado­res, entre ellos 25 de fuera del Estado, incluidos enviados de los potentes festivales de Viena y Aviñón.

Por lo pronto, abrirá el fuego esta noche Liddell con un Ping Pang Qiu que, dice, habla “del exterminio del mundo de la expresión y su correspond­encia en conductas cotidianas que se regodean en la estupidez”. Y para hablar de eso ha ido a la Revolución Cultural china “donde en nombre de la estupidez entre 1966 y 1969 se arrancaron de cuajo 10.000 años de cultura. No hay mayor desastre en la historia de la humanidad del exterminio del pensamient­o en nombre de la ideología”. Y eso que al principio su idea era hablar de su amor por China. “Pero he acabado hablando de lo que detesto de ese país”, explica. Sobre todo porque mientras preparaba la pieza “una persona china que iba a participar tocando piezas clásicas con un ins-

Al preparar la obra, una persona china que tocaba piezas clásicas abandonó por miedo a una denuncia

trumento musical chino tuvo miedo de ser denunciada por interpreta­r esto ahora y renunció. Vivió la Revolución Cultural, las humillacio­nes a los intelectua­les. Y las cárceles chinas y la represión han llegado hasta las salas de ensayo en Madrid”, lamenta.

Liddell dice que tras la dolorosa y fascinante La casa de la fuerza terminó un ciclo en su carrera y que ha empezado otro muy diferente, pero reconoce que todavía cuando se mete en una sala de ensayo lo que más le importa “es en qué parte del ser humano me quiero enfangar”. Pero trata de enfrentars­e a eso, dice, con belleza. “La belleza es una manera de justicia. Intento creer en lo bueno, lo bello, lo verdadero, crear instantes hermosos, no sé si con la ingenuidad de que eso sea una forma de la justicia”.

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MARINA LÓPEZ / ACN Una escena de Ping Pang Qiu, que Angélica Liddell estrena en Temporada Alta

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